LAS ENFERMEDADES DE LOS FARAONES
Pese a su condición de privilegiados, los monarcas egipcios padecieron las mismas dolencias que sus súbditos, como ha revelado el análisis de sus momias
RAMSÉS V enfermó de viruela, Tutankhamón sufrió malaria y la reina Hatshepsut tal vez murió de cáncer de hígado. El análisis de las momias de los reyes de Egipto ha revelado que, pese a su privilegiada posición, muchos de ellos padecieron las mismas enfermedades que sus súbditos, incluidas las afecciones oculares debidas al ardiente sol o los parásitos intestinales contraídos en las aguas del Nilo.
En el mundo antiguo, Egipto gozaba de una envidiable reputación como verdadero país de Jauja, donde el complaciente Nilo regaba con anual generosidad los terrenos que luego los campesinos trabajaban con escaso esfuerzo y mucho beneficio. Por desgracia, ésta no es una imagen que se corresponda con la realidad porque, como en todo el mundo antiguo, la vida en Egipto era sufrir el acoso constante de la Naturaleza y de las muchas enfermedades que la medicina no podía diagnosticar y mucho menos sanar. Una vida dura que dejó su marca en los cuerpos de los habitantes de las Dos Tierras y que hoy podemos estudiar gracias a sus momias; en especial, las
de los faraones del Reino Nuevo, que se han conservado prácticamente todas. Conocer sus enfermedades nos proporciona una imagen algo más clara de cómo fue su vida.
Las momias reales egipcias fueron sometidas a un primer estudio en 1912, pero no se las radiografió hasta la década de 1960. En 1976, a causa de su deterioro, la momia de Ramsés II fue llevada a París para ser analizada por un centenar de especialistas. Décadas después, en 2005, la famosa momia de Tutankhamón fue sometida a una detallada tomografía axial computerizada (TAC), una técnica de estudio no invasiva que se aplicó a todas las momias reales de ese período. De algunas de ellas –las relacionadas con la familia de Tutankhamón y unas pocas más– se obtuvieron también muestras cuyos restos de ADN se pudieron leer mediante las últimas técnicas. El resultado es que poco a poco vamos conociendo más sobre los problemas de salud que afligieron a los monarcas del valle del Nilo.
Los temibles parásitos
Muchas dolencias no eran exclusivas de la realeza, como los problemas de oftalmia generados por el ardiente sol y el constante polvo en suspensión del ambiente. Este problema ocular se intentaba solventar maquillándose los ojos. Otras enfermedades eran de tipo parasitario, siendo la principal la esquistosomiasis, producida por un pequeño gusano que vive en aguas estancadas. La agricultura en Egipto se basaba en dejar que la crecida llenara los estanques que se creaban en la llanura inundable, lo cual generaba el ambiente perfecto para que se desarrollaran las diminutas larvas del gusano que la provoca. Cuando una persona atraviesa esas aguas, las larvas se introducen en su cuerpo y acaban llegando hasta el recto o la vejiga, donde crecen y se reproducen, causando pequeñas hemorragias al excretar, las
cuales terminan provocando anemia en las personas infectadas. Si en 1950 más de la mitad de la población egipcia estaba infectada de esquistosomiasis, podemos imaginar cuál era el porcentaje hace 3.500 años. Por ello, se puede dar por seguro que también afectó a los faraones, aunque por el momento no haya sido posible detectar la enfermedad en momias reales. Es cierto que los faraones no pisaban el agua estancada a diario, pues eran transportados casi siempre en sus palanquines; pero sabemos que desde época predinástica celebraban ceremonias en las que era imprescindible que lo hicieran.
La omnipresente malaria
Otra enfermedad parasitaria que atacó sin piedad a los egipcios fue la malaria (conocida también como paludismo), transmitida por las hembras del mosquito anófeles. Los síntomas son variados, pero los principales son una fiebre muy alta y escalofríos recurrentes en ciclos de tres o cuatro días; de ahí el nombre de fiebres tercianas o cuartanas con que era conocida en España. Sin un tratamiento adecuado, la infección puede terminar produciendo insuficiencia renal, coma y la muerte. Con sus interminables marismas, el valle del Nilo era el paraíso para los mosquitos, y la salud de sus habitantes sufrió las consecuencias, incluida la familia real. Los estudios realizados en la momia de Tutankhamón descubrieron que era portador de la enfermedad en su variedad más grave, la malaria trópica. No obstante, como el 70 por ciento de los infectados consigue sobrevivir sin tratamiento, y en los