Las abejas, una bendición para los romanos
Producían miel y cera, productos indispensables para la vida cotidiana de los romanos, que admiraban su organización social en pequeñas «ciudades» similares a las de los hombres
Desde tiempos prehistóricos, los hombres distinguieron a las abejas entre todos los insectos a causa de las dos sustancias que producen y depositan en las colmenas: la miel y la cera. Ya en el arte levantino español aparecen varias escenas de recolección, como la de la cueva de la Araña (en Bicorp, Valencia), actividad de la que hay constancia igualmente en Mesopotamia, Egipto y la antigua Grecia.
Pero fue en Roma donde la relación entre los hombres y las abejas se hizo más cercana, por la enorme importancia que adquirió el consumo de la miel, único endulzante de la época, y
la utilización de la cera en cosmética y en las tablillas de escritura. La miel también era un componente básico en muchos de los ungüentos utilizados en la medicina popular, y un ingrediente habitual en las recetas que se atribuyen al gastrónomo Apicio.
Así, no es de extrañar que Plinio el Viejo dijera que «entre todos los insectos el primer puesto es para las abejas». De éstas y sus hábitos da una prolija descripción en su Historia natural, donde añade que despiertan «nuestra mayor admiración pues son los únicos de esta clase de animales creados para bien del hombre. Recogen la miel, jugo dulcísimo y finísimo
y muy saludable además, fabrican panales y cera, de múltiples usos en la vida, soportan la fatiga, realizan obra, tienen un estado, capacidad de decisión individual y jefes comunes y, lo que es más admirable, tienen costumbres al margen de los restantes animales, pues no son ni de una especie doméstica ni salvaje». Plinio cita varios tratados de apicultura y describe con todo lujo de detalles los hábitos de las abejas.
Curiosamente, a pesar de lo mucho que se sabía acerca del comportamiento social de estos insectos, los autores antiguos pensaban que la abeja reina era un macho, error que no se subsanó hasta el siglo XVI. También creían, equivocadamente, que las celdas de los panales tenían seis lados por el trabajo que realizaba cada una de las patas de la abeja.
Limpias y trabajadoras
En su texto, Plinio da las claves de la importancia económica de las abejas, que quizá fue la base de su imagen elogiosa en todas las culturas antiguas. Se les atribuían virtudes humanas como la laboriosidad, el valor o la limpieza. También se asociaban con la realeza. Prueba de ello es que, tal y como se narra en la Historia Augusta, entre otros presagios que anunciaron la subida al trono del emperador Antonino Pío en el año
138 d.C. se contaba que «enjambres de abejas cubrieron sus estatuas en toda la extensión del país».
Pero, por encima de todo, las abejas eran símbolo de fertilidad. De ahí que aparecieran como elemento decorativo en la imagen de la diosa Artemisa a la que se rendía culto en el templo de Éfeso, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo. En las esculturas de esta diosa, su túnica está cubierta de seres mitológicos, de elementos florales y de animales, entre los que destacan las abejas. En la mitología grecolatina también se consideraba a las abejas como las aves de las Musas, las divinidades inspiradoras del arte.
De la importancia de la apicultura da cuenta el hecho de que autores como Varrón o Virgilio le dedicaran sendos capítulos en sus obras sobre la vida rural, equiparando su importancia a la del cultivo de la vid o de los cereales. Varrón dice que viven en «ciudades» como las «de los hombres, porque aquí hay un rey, un mando y una sociedad». Y también elogia su pulcritud, ya que «buscan las cosas limpias, y así ninguna de ellas se posa en lugares sucios o que huelan mal».
Su organización social también fue alabada por el poeta latino Virgilio en sus Geórgicas. El autor dedica enteramente a las abejas el cuarto libro de esta obra. Allí, el poeta latino ofrece consejos sobre la cría de las abejas y describe sus costumbres. Considera que son los únicos animales que viven en sociedad, se rigen por leyes, tienen patria fija y organizan el trabajo en verano para prevenir los rigores del invierno. Todas estas virtudes les fueron, además, otorgadas por Júpiter, padre de todos los dioses, al que alimentaron en la cueva Dictea, donde Rea, su madre, lo había escondido para que su padre Cronos no lo devorara como a sus hermanos. Un animal, por tanto, digno de los mismísimos dioses.