Historia National Geographic

Las abejas, una bendición para los romanos

Producían miel y cera, productos indispensa­bles para la vida cotidiana de los romanos, que admiraban su organizaci­ón social en pequeñas «ciudades» similares a las de los hombres

- MARÍA JOSÉ NOAIN ARQUEÓLOGA

Desde tiempos prehistóri­cos, los hombres distinguie­ron a las abejas entre todos los insectos a causa de las dos sustancias que producen y depositan en las colmenas: la miel y la cera. Ya en el arte levantino español aparecen varias escenas de recolecció­n, como la de la cueva de la Araña (en Bicorp, Valencia), actividad de la que hay constancia igualmente en Mesopotami­a, Egipto y la antigua Grecia.

Pero fue en Roma donde la relación entre los hombres y las abejas se hizo más cercana, por la enorme importanci­a que adquirió el consumo de la miel, único endulzante de la época, y

la utilizació­n de la cera en cosmética y en las tablillas de escritura. La miel también era un componente básico en muchos de los ungüentos utilizados en la medicina popular, y un ingredient­e habitual en las recetas que se atribuyen al gastrónomo Apicio.

Así, no es de extrañar que Plinio el Viejo dijera que «entre todos los insectos el primer puesto es para las abejas». De éstas y sus hábitos da una prolija descripció­n en su Historia natural, donde añade que despiertan «nuestra mayor admiración pues son los únicos de esta clase de animales creados para bien del hombre. Recogen la miel, jugo dulcísimo y finísimo

y muy saludable además, fabrican panales y cera, de múltiples usos en la vida, soportan la fatiga, realizan obra, tienen un estado, capacidad de decisión individual y jefes comunes y, lo que es más admirable, tienen costumbres al margen de los restantes animales, pues no son ni de una especie doméstica ni salvaje». Plinio cita varios tratados de apicultura y describe con todo lujo de detalles los hábitos de las abejas.

Curiosamen­te, a pesar de lo mucho que se sabía acerca del comportami­ento social de estos insectos, los autores antiguos pensaban que la abeja reina era un macho, error que no se subsanó hasta el siglo XVI. También creían, equivocada­mente, que las celdas de los panales tenían seis lados por el trabajo que realizaba cada una de las patas de la abeja.

Limpias y trabajador­as

En su texto, Plinio da las claves de la importanci­a económica de las abejas, que quizá fue la base de su imagen elogiosa en todas las culturas antiguas. Se les atribuían virtudes humanas como la laboriosid­ad, el valor o la limpieza. También se asociaban con la realeza. Prueba de ello es que, tal y como se narra en la Historia Augusta, entre otros presagios que anunciaron la subida al trono del emperador Antonino Pío en el año

138 d.C. se contaba que «enjambres de abejas cubrieron sus estatuas en toda la extensión del país».

Pero, por encima de todo, las abejas eran símbolo de fertilidad. De ahí que apareciera­n como elemento decorativo en la imagen de la diosa Artemisa a la que se rendía culto en el templo de Éfeso, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo. En las esculturas de esta diosa, su túnica está cubierta de seres mitológico­s, de elementos florales y de animales, entre los que destacan las abejas. En la mitología grecolatin­a también se considerab­a a las abejas como las aves de las Musas, las divinidade­s inspirador­as del arte.

De la importanci­a de la apicultura da cuenta el hecho de que autores como Varrón o Virgilio le dedicaran sendos capítulos en sus obras sobre la vida rural, equiparand­o su importanci­a a la del cultivo de la vid o de los cereales. Varrón dice que viven en «ciudades» como las «de los hombres, porque aquí hay un rey, un mando y una sociedad». Y también elogia su pulcritud, ya que «buscan las cosas limpias, y así ninguna de ellas se posa en lugares sucios o que huelan mal».

Su organizaci­ón social también fue alabada por el poeta latino Virgilio en sus Geórgicas. El autor dedica enterament­e a las abejas el cuarto libro de esta obra. Allí, el poeta latino ofrece consejos sobre la cría de las abejas y describe sus costumbres. Considera que son los únicos animales que viven en sociedad, se rigen por leyes, tienen patria fija y organizan el trabajo en verano para prevenir los rigores del invierno. Todas estas virtudes les fueron, además, otorgadas por Júpiter, padre de todos los dioses, al que alimentaro­n en la cueva Dictea, donde Rea, su madre, lo había escondido para que su padre Cronos no lo devorara como a sus hermanos. Un animal, por tanto, digno de los mismísimos dioses.

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MIEL EN UN MURAL DE LA CASA DE LOS CIERVOS EN HERCULANO. MUSEO ARQUEOLÓGI­CO NACIONAL, NÁPOLES.
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S A I L P A D A N R N G M / R X R A K N C F R A GRABADO DE UNA ABEJA PROCEDENTE DE CARTAGO. MUSEO DE ARQUEOLOGÍ­A NACIONAL, PARÍS.

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