Historia National Geographic

1842, el año del desastre británico en Afganistán

La primera guerra afgana fue una sucesión de errores por parte de los militares británicos que condujeron a la masacre de su ejército en el camino de Kabul a Jalalabad

- ANTONIO RATTI HISTORIADO­R

El 13 de enero de 1842, los centinelas ingleses situados en la explanada de la fortaleza de Jalalabad avistaron a lo lejos un jinete solitario. Por el momento no se intranquil­izaron, pensando que se trataba de un correo, aunque luego comprendie­ron, observando la manera en que al acercarse se mantenía en la montura, que había algo anómalo. Dieron la alarma y una patrulla a caballo salió del fuerte para tratar de comprender lo que estaba sucediendo. Cuando

los jinetes llegaron a pocos metros de distancia se dieron cuenta de que se trataba de un militar inglés herido y próximo al colapso. Fue socorrido inmediatam­ente, llevándolo a la enfermería. Sólo entonces, el doctor William Brydon –éste era el nombre del desventura­do– fue capaz de revelar su identidad y contar una experienci­a que dejó a sus oyentes en estado de shock: era el único supervivie­nte de un ejército inglés que había sido masacrado por bandas de guerreros afganos.

Aquella fue una de las peores derrotas del Imperio británico en el siglo XIX, y marcó el desenlace de la invasión de Afganistán por el ejército británico, conocida en la historia como primera guerra afgana, que se desarrolló entre 1839 y 1842 (la segunda y la tercera tuvieron lugar en 1878-1880 y 1919). El conflicto se inscribió a su vez en el proceso de construcci­ón del Imperio británico en Asia. En las décadas anteriores, prácticame­nte todo el subcontine­nte indio había pasado a manos británicas, lo que provocó crecientes

tensiones con el otro imperio en ascenso en el continente, el ruso. En ese contexto, Afganistán, como territorio de contacto entre británicos y rusos, adquirió un valor estratégic­o crucial. El país era un reino independie­nte que sufría una crónica inestabili­dad política a causa de las luchas internas y las injerencia­s del exterior, en particular de Persia. Con el objeto de convertir Afganistán en un baluarte frente al avance de Rusia, que buscaba una salida al océano Índico, en 1839 el gobernador general de

la India, lord Auckland, tomó una temeraria decisión: enviar un contingent­e militar a Kabul con la misión de derrocar al emir reinante, Dost Mohammad Khan, y reemplazar­lo por un gobernante de su confianza, Shuja Shah, desplazado del trono años atrás.

De la intriga a la invasión

Las operacione­s militares, confiadas al llamado Ejército del Indo, se vieron coronadas por el éxito en un primer momento: la conquista de Kandahar primero y luego de Ghazni abrieron las puertas de Kabul, que fue abandonada por el emir. Éste intentó levantar a su pueblo contra los ocupantes, pero en noviembre de 1840 fue capturado y enviado al exilio en la India. Sin embargo, su hijo Mohammad Akbar Khan consiguió refugiarse en el Turkestán, desde donde comenzó a conspirar contra los odiados ocupantes.

Para los ingleses la situación en Kabul devino cada vez más inestable, sobre todo desde el otoño de 1841. El país sufría una crisis económica y, además, las relaciones entre las tropas de ocupación y la población eran pésimas a causa de las reiteradas acusacione­s contra los soldados por no respetar a las mujeres locales.

Sin embargo, no parece que Macnaghten, el jefe de la misión, diese importanci­a a estas señales; ni siquiera cuando, el 2 de noviembre, una repentina revuelta culminó en el asalto contra la sede del regente británico Alexander Burnes, que fue linchado por la multitud junto con su hermano. Una vez rechazados los

Los ingleses querían sustituir al emir afgano Dost Mohammad por alguien leal

atacantes, ni Macnaghten ni el general Elphinston­e, que mandaba el Ejército del Indo, tomaron ninguna medida para tratar de calmar los ánimos. La situación, en todo caso, era insostenib­le y los británicos asumieron que debían salir de aquel avispero.

Entretanto había vuelto al país Akbar, cuyo papel fue determinan­te en los acontecimi­entos que siguieron. Hábil y cruel, el hijo de Dost Mohammad fomentó la rebelión actuando con doblez: mientras por un lado garantizó a los ingleses la posibilida­d de abandonar Kabul de manera totalmente segura, por el otro hizo asesinar al propio Macnaghten durante una entrevista para tratar los términos de la retirada. La situación habría podido resolverse todavía si Elphinston­e, como le sugerían sus oficiales, hubiese ordenado atacar a los rebeldes, que en ese momento aún estaban desunidos. Pero la sugerencia fue rechazada. Aun peor: seguro de poder volver a la India, el general consintió en entregar a los rebeldes toda la artillería a su disposició­n. Un error mayúsculo, teniendo en cuenta que los cañones podían ser el único medio de disuasión de cara a posibles ataques.

Retirada fatal

En pleno invierno, el 6 de enero de 1842, las fuerzas inglesas abandonaro­n Kabul y marcharon hacia Jalalabad, situada unos 120 kilómetros al este. El número de desplazado­s era ingente: unos 4.500 militares y nada menos que 12.000 civiles. En ese instante se activó la trampa.

Lo que siguió fue un auténtico suplicio para la caravana: quienes no murieron por la fatiga hubieron de

VISTA DE KABUL, la ciudad que los británicos abandonaro­n en 1842 y retomaron al año siguiente. En primer término, mausoleo del sultán Mohammad Khan, hermano de Dost Mohammad. vérselas con la determinac­ión de los rebeldes, decididos a tomarse la revancha. La columna sufrió continuas emboscadas a manos de las tribus. Gracias a sus mortíferos fusiles de cañón largo, los afganos disparaban contra los ingleses desde sus escondites sin correr riesgo alguno de ser alcanzados, dado que el alcance de los fusiles ingleses era menor. Se trataba de un auténtico tiro al blanco. Un desesperad­o Elphinston­e recibía constantes garantías de Akbar de que estaba haciendo lo que podía para frenar a las tribus, pero se trataba de una mentira en toda la regla. Según algunos testigos, ordenaba a los suyos, en persa, que ahorrasen vidas inglesas, para luego incitarlos a la matanza en pashtún, la lengua local.

Cuando, al final, el propio general inglés fue capturado por los afganos junto a muchos altos oficiales (Elphinston­e fallecería en los meses siguientes), la retirada británica se convirtió en una auténtica desbandada. Si para los civiles no había ya esperanza, algunas unidades militares trataron de abrir una vía de fuga combatiend­o. Fue el caso del 44º Regimiento de Infantería, que conseguió alcanzar el pueblo de Gandamak, antes de perecer hasta el último hombre; estaban a menos de 50 kilómetros de Jalalabad. La misma suerte corrió un pelotón de soldados a caballo que fue atraído a la aldea de Fatehabad con la promesa de que recibirían auxilio y alimentos.

Un supervivie­nte

Sólo un británico logró zafarse de la matanza: William Brydon. Como recuerda el historiado­r Peter Hopkirk, durante muchas noches se mantuvo encendida en Jalalabad una gran hoguera cerca de la puerta de Kabul, para guiar hasta allí a cualquier fugitivo que tratase de alcanzar la ciudad con el favor de las tinieblas. Ninguno llegaría jamás. Toda Inglaterra se quedó de piedra ante el alcance de semejante desastre. Desde entonces, aquel trágico acontecimi­ento sería recordado como la «Marcha de la Muerte».

Kabul fue reconquist­ada por los ingleses en el otoño siguiente gracias a un potente ejército, pero se trató sólo de un breve paréntesis. Las dificultad­es para conservar un país tan turbulento aconsejaro­n llegar a un acuerdo con el depuesto Dost Mohammad. Liberado de su exilio indio, volvió a su país con todos los honores y recuperó su lugar en el trono.

Para saber más

ENSAYO Torneo de sombras: el gran juego y la pugna por la hegemonía en Asia Central Karl E. Meyer y Shareen Blair Brysac. Barcelona, RBA, 2008.

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L B U M DOST MOHAMMAD KHAN. GRABADO.
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UNOS SESENTA miembros del 44o Regimiento de Infantería británico, rodeados a las afueras de la aldea de Gandamak, lucharon hasta ser totalmente masacrados. Óleo por William B. Wollen. 1898.
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