EL HISTORIAL MÉDICO DE HATSHEPSUT Y AMENHOTEP III
en 1903, en una pequeña tumba cerca de la de la reina Hatshepsut en el Valle de los Reyes, Howard Carter, el descubridor de la tumba de Tutankhamón, encontró dos momias femeninas, la de una mujer delgada, dentro de un sarcófago, y la de una mujer más corpulenta, depositada en el suelo. Esta última tenía un brazo cruzado sobre el
pecho, la posición reservada a la realeza. En 2007 se comprobó que una
muela de Hatshepsut, que apareció en el escondrijo de Deir el-Bahari, en una caja con los órganos momificados de la reina, coincidía con una que le faltaba a la mujer robusta. La momia hallada por Carter era, por tanto, la de la reina Hatshepsut. Gracias a los análisis realizados desde entonces, se ha sabido que en sus últimos años la famosa soberana fue una mujer obesa, al parecer diabética, y con la
dentadura en muy mal estado. Los estudios ponen de manifiesto que posiblemente murió a consecuencia de un cáncer de hígado hacia los 50 años. otra momia real que ha atraído el interés de los investigadores es la de
Amenhotep III. En realidad, algunos expertos dudan de que la momia que tradicionalmente se ha atribuido a este faraón sea realmente suya. Fue hallada junto a otras muchas en la tumba
de Amehotep II, que siglos después se utilizó para esconder y preservar las momias de otros soberanos. Debido a estas vicisitudes, la momia se encuentra en un estado lamentable, con la espalda y las costillas rotas. Aun así, el análisis ha constatado la existencia de varios dientes podridos y la ausencia de numerosas piezas dentarias. El monarca debió de sufrir muchísimo, y ello tal vez acabara causándole una muerte dolorosa y agónica.
países donde la enfermedad es endémica sus habitantes acaban generando cierta inmunidad, no parece que la malaria tuviera nada que ver con la muerte del faraón. De hecho, las momias de Yuya y Tuya, los bisabuelos de Tutankhamón, también estaban infectadas y ellos murieron a una edad avanzada para la época, entre 50 y 60 años.
De los muchos parásitos intestinales que se han hallado en momias egipcias de época romana, como las lombrices o la tenia, hay uno que parece no atacó a ningún faraón. Se trata de la triquinosis, que se contrae por comer carne de cerdo poco cocinada. En el antiguo Egipto, la carne de este animal era una importante fuente de proteínas para la gente sencilla, pero parece que era considerada indigna de las mesas nobles y no era consumida ni por dioses ni por reyes.
Los faraones también sufrieron enfermedades contagiosas de tipo vírico o bacteriano, cuyos síntomas físicos podemos encontrar en algunas de sus momias. La primera de ellas fue la peste, una terrible enfermedad que devastó Europa en la Edad Media y que transmiten las pulgas que transportan los roedores, en especial la rata negra, que pululaba a sus anchas por las poblaciones europeas debido a las inexistentes condiciones de higiene pública. Condiciones semejantes se daban en los poblados egipcios, donde no había alcantarillas y las basuras se acumulaban en las calles a la espera de que la inundación anual se las llevara o las enterrara bajo el limo.
Peste, viruela, polio...
La existencia de epidemias de peste en Egipto se conoce gracias a documentos históricos, no porque se haya detectado en ninguna momia. Bajo el reinado de Akhenatón, un ejército egipcio fue derrotado por las tropas del rey hitita Shupiluliuma, y, según las fuentes, «cuando los prisioneros de guerra que habían sido capturados fueron conducidos a Hatti, una epidemia de peste se declaró entre los prisioneros de guerra, y comenzaron a morir. Cuando los prisioneros de guerra fueron llevados a Hatti, los prisioneros de guerra trajeron la peste a Hatti. A partir de este día, la gente muere en Hatti». Por su parte, una
carta del rey babilonio Burnaburiash cuenta que una esposa asiática de Amenhotep III había muerto «durante la peste», y el edicto de restauración de Tutankhamón habla de que «cuando su Majestad apareció en calidad de rey [...] el país atravesaba la enfermedad», en lo que puede tratarse de otra referencia a la plaga que barrió Egipto durante el reinado de Akhenatón y cuyos estragos son visibles en los enterramientos del cementerio sur de Amarna; la elevada proporción de fallecidos jóvenes sugiere la acción de una epidemia. Esto podría explicar perfectamente las muchas muertes acaecidas entre la familia real amárnica, incluido el faraón.
Igual de temible que la peste fue durante siglos la viruela, cuyas pústulas dejaban marcado de por vida el cuerpo y el rostro de los afortunados que conseguían sobrevivir a esta peligrosa enfermedad vírica. Uno de los afectados fue Ramsés V, el rostro, el cuello y el pecho de cuya momia parecen mostrar las inconfundibles marcas de la enfermedad. Resulta imposible decir si su fallecimiento con poco más de treinta años está relacionado con la viruela, aunque lo que sí es indudable es que su momia muestra un crecimiento anormal del escroto que parece señalar la existencia de una hernia inguinal
Más deformado aún que Ramsés V quedó el faraón Siptah, el penúltimo de la dinastía XIX, quien de pequeño parece que se vio afectado por el virus de la poliomelitis, muy contagioso y que afecta al sistema nervioso, la capacidad motora y suele producir deformación en las extremidades. Su momia muestra que el miembro afectado era la pierna izquierda, que era más corta, de modo que el pie terminaba casi vertical para contrarrestar la falta de longitud. No obstante, hay especialistas que sugieren que la causa habría sido una parálisis cerebral o incluso una simple malformación congénita.
No se trata de un caso único, porque en la estela del funcionario Roma, de la dinastía XVIII, el difunto aparece con exactamente la misma deformidad, que también hallamos en la momia de Tutankhamón. Sí, el rey adolescente, de corto reinado y fabuloso ajuar funerario, tenía el pie derecho plano y el izquierdo equinovaro. No se trata de una deformidad tan acusada como en el caso de Siptah, pero no cabe duda de que esto le impidió caminar con normalidad. Resulta muy interesante que los dos pies de una momia con las siglas KV21a –quien, según el ADN, sería Ankhesenamón, la madre de los dos fetos momificados hallados en la tumba de Tutankhamón– presenten una deformación similar. Sabemos por los textos que Ankhesenamón era hija de Akhenatón y Nefertiti y medio hermana de su esposo Tutankhamón, hijo de Akhenatón y de una madre diferente, por lo que tal vez estos pies deformados sean un rasgo genético de la familia real amárnica.
Dentaduras en mal estado
Un detalle que todas las momias reales comparten entre sí, y con las de todos sus súbditos, es el mal estado de su dentadura. Al contrario de lo que sucede en la actualidad, no se trata de caries causadas por el exceso de azúcares en la dieta –un producto como la miel era un monopolio real y, por su precio, reservado a unos pocos–, sino por la técnica de molido de uno de sus alimentos principales, el pan. Las piedras de molino que utilizaban
para moler el grano se deshacían ligeramente al ir creando la harina, y dejaban en ella trazas microscópicas que con el paso de los años acababan desgastando los dientes de todos, desde el faraón hasta el más humilde de los campesinos. La única gran diferencia entre las dentaduras de la familia real y las de sus súbditos la encontramos en la ausencia de líneas Harris entre los soberanos; se trata de las pequeñas marcas lineales en los dientes que indican cuándo dejan de crecer a causa de una crisis de subsistencia. La inmensa mayoría de los egipcios vivían con frecuencia al borde del hambre, algo que nunca experimentaron los miembros de la realeza. Relatos como El cuento de Sinuhe o textos sapienciales como Las enseñanzas de Ptahotep describen bien los achaques de la edad en el ser humano. Podemos comprobar esos estragos en la momia de uno de los faraones más conocidos: Ramsés II, que gobernó nada menos que 66 años. Su longevidad le pasó una tremenda factura, como se descubrió al estudiar su momia con detalle. Tenía dientes completamente desgastados con exposición de la pulpa dentaria, además de varios abscesos, lo que debió de causarle un dolor insoportable. Por si esto fuera poco, mostraba en las piernas una terrible artritis anquilosante que, además de dolorosa, debió de impedirle caminar con normalidad. Sin duda, los últimos años de Ramsés II en el trono fueron un sufrimiento constante y quizás eso le ayudó a entender mejor a sus súbditos, sometidos a diario al desgaste provocado por la lucha contra los elementos naturales, la deficiente alimentación y las pesadas labores que debían desempeñar para sobrevivir. Algo que también podemos descubrir al estudiar sus momias; pues, al fin y al cabo, la muerte acaba igualándonos a todos.
Para saber más
ENSAYO Momias José Miguel Parra. Crítica, Barcelona, 2015. La medicina en el antiguo Egipto M. Cuenca-Estrella y R. Barba. Alderabán, Madrid, 2009.