HOSPEDARSE DURANTE EL CAMINO
Cada 30 km, lo que equivalía a una jornada de viaje, quien circulaba por una vía romana sabía que iba a encontrar una mansio, un albergue donde reponerse de las fatigas del viaje. En ellos había establos y forraje para los animales, habitaciones y comida para los dueños, y hasta unas termas para refrescarse.
El historiador romano Suetonio alude a este hecho en su biografía del emperador Calígula: «Comenzó la marcha y lo hizo tan deprisa y con tanta precipitación que las cohortes pretorianas, a la fuerza y contra su costumbre, tuvieron que llevar sus insignias con la impedimenta para poder seguirle, y otras veces tan lenta y tranquilamente que iba en una litera llevada por ocho hombres y exigía que los habitantes de las ciudades vecinas barriesen la vía y la regaran para que no hubiera polvo».
Por ello, los establecimientos situados al borde del camino, para servicio de la vía, estaban provistos de termas y baños públicos para que los viajeros se quitaran el polvo y descansaran. Mansiones y mutationes son los nombres más corrientes que se utilizan en latín para designar estos establecimientos: hostales y postas. Su estructura agrupa, alrededor de un patio central donde paraban los vehículos, los establos y abrevaderos para los caballos, el comedor o bar, las habitaciones para los viajeros y los baños.
Viajes relámpago
Sabemos por los textos antiguos que utilizando esta red de calzadas y cambiando el tiro de caballos cada 15 o 20 kilómetros se podía viajar a grandes velocidades. Según se dice, el récord de velocidad lo marcó Tiberio, el futuro emperador: cuando su hermano Druso tuvo un grave accidente en Germania, en el año 9 a.C., viajó desde Italia para verle recorriendo hasta 200 millas (297 kilómetros) en un día. Valerio Máximo nos da detalles precisos de la hazaña, para la que Tiberio empleó un carro rápido y un conductor y guía que se turnaba con él: «Atravesó los Alpes y el Rin a marchas forzadas, teniendo apenas tiempo para cambiar de caballos, y recorrió en un día y una noche unas doscientas millas a través de pueblos bárbaros, hacía poco sometidos, llevando como único compañero de viaje a su guía Namantabagio».
Las vías romanas son una de las mayores realizaciones de esa civilización, que sin ellas no hubiera alcanzado los niveles de prosperidad económica a los que llegó. En el siglo XVII, el francés Nicolas Bergier (el primer tratadista de las vías romanas) decía esto hablando de las calzadas romanas de Francia y Bélgica: «Son notables porque, estando elevadas sobre altos terraplenes, son conducidas sobre los campos hasta perderse de vista, en línea recta, a las villas y ciudades del país, y porque, para hacerlas derechas, fue necesario en muchos lugares desecar pantanos, perforar montañas, rellenar valles y construir puentes con enormes gastos».
Para saber más
INTERNET «Imagen y realidad de las calzadas romanas» Jesús Rodríguez Morales. Las vías romanas. Ingeniería y técnica constructiva Isaac Moreno Gallo. Ministerio de Fomento. Cedex. 2004. Ambos textos son accesibles en la web: www.traianus.net
UN ERUDITO FRANCÉS Arriba, Bergier (1567-1623) en un grabado del siglo XVII. Profesor de la Universidad de Reims, devino historiógrafo del rey en 1605.