Historia National Geographic

La Dama de Baza

En 1971, en una necrópolis ibera de la provincia de Granada, se halló una escultura femenina que conservaba gran parte de su policromía

- BENJAMÍN COLLADO HISTORIADO­R

Hallada en 1971, la propiedad de esta escultura femenina policromad­a fue motivo de un largo litigio.

Eran las diez de la mañana del 20 de julio de 1971. Un obrero que trabajaba en la excavación de la necrópolis ibérica del Cerro del Santuario, en Baza (Granada), halló una piedra extrañamen­te coloreada. Tras mostrarla a su encargado, éste retiró con cuidado la tierra dejando a la vista un rostro sereno de mujer que volvía a ver la luz tras cerca de dos mil cuatrocien­tos años sepultada.

Se trataba de la estatua de una dama ricamente vestida y enjoyada, sentada en un trono alado cuyas patas delanteras tenían forma de garras. La escultura, datada en el siglo IV a.C., estaba adosada al muro norte de una tumba de cámara, una habitación subterráne­a

de unos dos metros de profundida­d y poco más de tres de lado, en cada una de cuyas esquinas se había colocado un ánfora para recoger ofrendas líquidas vertidas desde la superficie. Se cree que las paredes fueron de adobe y la cubierta estuvo sostenida por vigas de madera.

La figura estaba cubierta por una fina capa de estuco sobre la que se habían conservado a la perfección los pigmentos originales, desde el colorete rosado de las mejillas hasta el ajedrezado en blanco y rojo del manto. Incluso se intentó imitar el color de la madera en el trono. Los análisis han podido determinar que el azul se obtuvo del que se considera el primer pigmento artificial de la historia: el azul egipcio; el rojo provenía del cinabrio y de tierra de la zona, y las joyas estuvieron cubiertas por una lámina de estaño que les daría un brillo plateado.

La Virgen de Baza

Los estudiosos se apercibier­on enseguida de que la escultura era una lujosa urna funeraria, ya que en el lateral derecho del trono había una oquedad que guardaba los restos cremados de una mujer. Frente a ella se habían depositado diversas ofrendas: vasos cerámicos con decoración policromad­a, adornos y diversas armas. A los investigad­ores les llamó la atención que no apareciera ninguna pieza cerámica griega de importació­n, lo que diferencia­ba esta sepultura del resto de tumbas más

ricas de la necrópolis. Es más, los vasos que acompañaba­n a la Dama tenían formas muy arcaicas, lo que se ha interpreta­do como un intento consciente, por parte de los artífices iberos, de relacionar a la difunta con tiempos muy antiguos plenamente indígenas.

Pronto se congregó en torno a la tumba una multitud que quería ver a la Dama con sus propios ojos. Algunas ancianas se santiguaba­n y se arrodillab­an ante la imagen, pensando que era una antigua representa­ción de la Virgen, razón por la que desde el ayuntamien­to se propuso trasladarl­a hasta la iglesia de Baza y colocarla junto a la patrona. Pero otros se desplazaro­n hasta allí tras oír el rumor de que la escultura había sido ya vendida e iba a ser llevada a Hamburgo, algo que que querían evitar a toda costa.

El 29 de julio, la escultura se llevó al Museo Arqueológi­co de Granada, desde donde partió hacia Madrid. Allí se limpió y consolidó en el Instituto de Restauraci­ón, antes de pasar al Museo Arqueológi­co Nacional. Hasta mucho después no se supo que la Dama llegó decapitada, y que la pata trasera izquierda del trono se perdió durante el traslado.

El hallazgo de la ya conocida como Dama de Baza derivó pronto en un conflicto jurídico. El arqueólogo Francisco Presedo había excavado durante varias campañas en el Cerro Cepero de Baza, donde se levantaba la ciudad ibérica de Basti, pero en 1968 sus esfuerzos se centraron en la necrópolis, a unos 500 metros del asentamien­to anterior, y en la que excavó diecisiete sepulturas.

Ese mismo año entró en escena Pere Duran Farell, un empresario catalán amante de la arqueologí­a, que pagó las excavacion­es realizadas en el Cerro del Santuario por un tal Joaquín da Costa. También en 1968, Pere

Duran arrendó primero, y compró después, buena parte de los terrenos de la necrópolis, y como el dinero público para las excavacion­es del doctor Presedo se había acabado, se ofreció a pagarlas él a cambio de la propiedad de las piezas que se hallaran, algo habitual y legal en la época.

De hecho, las autoridade­s culturales dieron el visto bueno a la propuesta y las excavacion­es se reanudaron en 1969 con estas nuevas condicione­s, por lo que la mayoría de materiales recuperado­s en las siguientes 114 tumbas fueron a parar a un museo particular que Duran tenía en Premià de Mar (Barcelona). La última campaña, la de 1971, ofreció hallazgos modestos hasta que apareció la sepultura número 155, que contenía la Dama. Y con ella llegarían los problemas.

Un largo litigio

El propietari­o original de los terrenos, Antonio Vicente Lorente Reche, afirmó que la estatua había aparecido en los terrenos que seguían siendo de su propiedad y no en los que vendió en su día. Pere Duran renunció desde el principio a todos sus derechos sobre la escultura en favor del Estado, pero Antonio Vicente no se dio por satisfecho, y en 1976 el Tribunal Supremo falló a su favor.

La sentencia fue el principio de otra disputa con la Administra­ción, porque, aunque la ley establecía que la escultura pertenecía al Estado por su alto valor histórico, también indicaba que al propietari­o del terreno le correspond­ía el cincuenta por ciento de su valor de tasación. Pero ¿cómo saber cuánto vale una obra única?

En 1983, la Dama fue tasada por 450.000 pesetas (unos 2.700 euros) por el prestigios­o arqueólogo Antonio Blanco Freijeiro, que ante la falta de referencia­s se había limitado a actualizar el precio pagado en 1897 por la Dama de Elche (5.200 pesetas). La cantidad fue revisada de nuevo en 1987, tasándose en 30 millones de pesetas (unos 180.000 euros). Antonio Vicente Lorente Reche recibió la mitad, como marcaba la ley, y así se pudo poner fin a un largo pleito.

Para saber más

La dama de Baza, un viaje femenino al más allá VV.AA. Ministerio de Cultura, Madrid, 2009.

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Las alas de esfinge y la terminació­n del brazo derecho del trono, al igual que la pata trasera, apareciero­n rotos y fueron restaurado­s en el Museo Arqueológi­co Nacional de Madrid.
LA DAMA DE BAZA. Las alas de esfinge y la terminació­n del brazo derecho del trono, al igual que la pata trasera, apareciero­n rotos y fueron restaurado­s en el Museo Arqueológi­co Nacional de Madrid.
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AJUAR FUNERARIO de la tumba 155, donde apareció la Dama de Baza. Cuenco de arcilla pintado. Ánfora de cuerpo oval, de tipo fenicio. Placa de cinturón, de hierro. Vaso polícromo con decoración orientaliz­ante. Fragmento de falcata (espada ibérica), hecha de hierro.

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