LA CAZA DE BRUJAS EN ESCOCIA EN EL SIGLO XVII
Entre los siglos XVI y XVII, en tierras de Escocia se desataron varias oleadas de persecución por prácticas de brujería. Casi siempre las víctimas fueron mujeres a las que se hacía confesar delitos imaginarios mediante torturas
EL MIEDO a la brujería se adueñó de Europa entre los siglos XVI y XVII. En Escocia, la persecución de las supuestas adoradoras de Satanás adquirió una virulencia especial.
El propio rey Jacobo VI estaba convencido de que sus enfermedades estaban provocadas por estas hechiceras. Centenares de mujeres confesaron sometidas a torturas y miles de ellas fueron ejecutadas.
Afinales del siglo XVI, los escoceses creían que el demonio actuaba en su país. Hablaban de su capacidad para provocar tormentas, matar ganado y difundir enfermedades mortales. Satán quería destruir la sociedad desde dentro y reclutaba agentes para ello. Estos actores diabólicos eran las brujas, y las autoridades pensaban que había que erradicarlas por el bien del reino. Escocia no fue la única víctima del miedo a la brujería a finales del siglo XVI y la primera mitad del XVII. Desde que en el siglo XV se asentó la idea de que las brujas adoraban al diablo, la caza de brujas se convirtió en una epidemia. Borgoña, Italia, Suiza, Alemania y Escandinavia vivieron episodios de este tipo. La expansión del protestantismo desde principios del siglo XVI no cambió las cosas, pues los protestantes persiguieron a las bru
jas con el mismo ahínco que los católicos. Los gobernantes querían demostrar su devoción a Dios, y consideraban que la agitación y los disturbios estaban inspirados por el diablo. Escocia es un ejemplo de este proceso.
Oleadas de pánico
Por entonces, Escocia era un reino independiente; aunque desde 1603 compartía soberano con Inglaterra, sólo en 1707 se unió a este país para formar el Reino Unido de Gran Bretaña. En el año 1560, el Parlamento de Escocia adoptó el protestantismo, y tres años más tarde aprobó una ley por la que la brujería pasaba a castigarse con la pena de muerte. A partir de entonces se desencadenó una denodada represión de la brujería, aunque las persecuciones masivas sólo empezarían a finales del siglo. Entre 1590 y 1662 estallaron cinco intensos episodios de caza de brujas por toda Escocia: 1590-1591, 1597, 1628-1631, 1649-1650 y 1661-1662. Unas 2.500 brujas fueron ejecutadas; si se pone esa cifra en relación con una población aproximada de un millón de personas, resulta una tasa de ejecuciones cinco veces superior a la media europea.
El primero de estos pánicos empezó en 1590, cuando Geillis Duncan, una mujer de un pueblo al este de Edimburgo, atrajo sospechas por sus presuntos poderes curativos. Sometida a torturas, reveló los nombres de sus supuestas cómplices. Luego se retractaría, pero el pánico ya estaba en marcha. Al año siguiente, una de las acusadas, Agnes Sampson, declaró que la noche de Todos los Santos de 1590 se congregaron doscientas brujas en la iglesia de North Berwick, una localidad costera próxima a Edimburgo. Las brujas llegaron navegando sobre cedazos y se encontraron allí con el diablo, quien les predicó y animó a planear la destrucción del rey de Escocia,
Jacobo VI, aprovechando el viaje por mar que éste hizo entre Escocia y Dinamarca con motivo de su matrimonio con una princesa danesa, Ana –viaje que, en efecto, había sufrido múltiples contratiempos meteorológicos–. Sampson aseguró que algunas brujas habían venido incluso desde Dinamarca.
Tras conocer estas declaraciones, el rey y sus consejeros se convencieron de que una conspiración de brujas amenazaba al reino. Para Jacobo el hecho tenía algo de halagador, pues, al parecer, el diablo le había señalado como su mayor enemigo en este mundo. Geillis Duncan y Agnes Sampson fueron dos de las mujeres ejecutadas durante este «pánico de North Berwick». Aunque el número total de ajusticiados no puede determinarse, hubo más de un centenar de personas implicadas.
En 1597 se desencadenó otra ola de pánico. De nuevo se dijo que las brujas estaban conspirando contra Jacobo. Margaret Aitken, la llamada «gran bruja de Balwearie», aseguraba poseer un poder especial para detectar a otras hechiceras. Muchas de ellas fueron condenadas a muerte tras ser señaladas por Aitken, pero de repente se reveló que ésta era una impostora, lo que dejó en muy mal lugar a los cazadores de brujas.
En parte como respuesta a este fiasco, Jacobo VI publicó en ese mismo año su Demonología, un tratado sobre brujería. En él, el monarca explicaba que el diablo era el cabecilla de los ángeles caídos, los cuales, convertidos en demonios, hacían pactos con la gente y les otorgaban poderes para practicar una magia maléfica. Según el libro de Jacobo, la brujería era una conspiración secreta entre los humanos y los demonios, dispuestos a hacer todo el daño posible. La única esperanza de los fieles ante semejante conspiración era apelar a Dios y a los poderes divinos de reyes como el propio Jacobo.
Más de la mitad del total de cazas de brujas en Escocia se desarrolló en breves períodos de pánico a escala nacional.
Tras los dos que hemos descrito, el siguiente se produjo en 1629 y probablemente llegó a Escocia desde Alemania, país que vivió un gran auge de las cazas de brujas a finales de la década de 1620, en plena guerra de los Treinta Años. En 1629, un inglés de paso por Edimburgo, Christopher Lowther, subió a las peñas de Salisbury, que se alzan junto a la ciudad, y desde allí contempló Dalkeith, «el pueblo donde queman a todas las brujas», según dijo. En efecto, esta pequeña localidad vivió catorce casos de brujería en 1628 y diecinueve en 1629. Fuera de estos momentos de crisis, había un constante goteo de casos individuales de brujería.
Conjuros y juicios
Generalmente, la persecución partía de los consistorios de la Iglesia de Escocia, los comités parroquiales de la Iglesia protestante. Sus miembros, los «ancianos», eran mayoritariamente terratenientes locales, el escalafón más bajo de las élites gobernantes. Estos consistorios pretendían reforzar la disciplina religiosa de sus feligreses, particularmente en cuestiones de ámbito sexual, y castigaban severamente a muchos adúlteros y fornicadores. Esta obsesión por los delitos sexuales se proyectaba sobre las brujas, a las que solían acusar de practicar sexo con el diablo, crimen aparentemente considerado fornicación satánica. Los consistorios no eran tribunales penales, por lo que no podían procesar a nadie por brujería, pero sí podían arrestar e interrogar a sospechosos, obtener confesiones y redactar informes para los tribunales.
En estos procesos se interpretaban como prácticas diabólicas ciertas formas de superstición popular que eran habituales en la vida de las pequeñas comunidades locales de la época. Por ejemplo, una tal Katherine Craigie, una habitante de las islas Órcadas, al norte del país, fue juzgada en 1640 por haberle dicho a su vecino Robert Robson, que estaba indispuesto: «He rezado para que enfermases y veo que mi plegaria ha sido atendida». Pese a estas palabras, al final aceptó
ayudarle y realizó un ritual para descubrir «si el que te perjudica es un espíritu de la montaña, un espíritu de la iglesia o un espíritu de agua»; descubrió que era un espíritu de la iglesia. Los interrogadores de Craigie vieron aquello como un pacto con el diablo, aunque ella no pensase lo mismo antes de ser arrestada.
En el siglo XVII eran frecuentes los conjuros con intención benévola. En 1605, en el condado de Ayrshire (al sur de Glasgow), Patrick Lawrie curó a una niña enferma con rituales como taparle la cara y hacer la señal de la cruz encima. Otros, en cambio, podían proferir maldiciones a los vecinos con los que mantenían disputas personales. También en 1605, Isobel Grierson le dijo a Margaret Donaldson, en Prestonpans, cerca de Edimburgo: «Que el fuego del infierno caiga sobre ti y ardas en el caldero del infierno». Durante las siguientes nueve semanas, la destinataria de la maldición estuvo enferma. Tanto Lawrie como Grierson fueron quemados en la hoguera por brujería.
EXAMEN DE UNA BRUJA Esta pintura de T. H. Matteson, de 1853, recrea una inspección médica durante la caza de brujas de Salem, en Massachusetts, episodio que tuvo eco en Escocia.
No hay que pensar que la población deseara este tipo de castigos, pues generalmente se prefería resolver las riñas mediante la reconciliación y el perdón, aunque tampoco ponía ninguna objeción si las autoridades optaban por el máximo rigor.
Mujeres perseguidas
La mayoría de los acusados de brujería en Escocia, alrededor del 85 por ciento, fueron mujeres. Las maldiciones femeninas eran particularmente temidas, y si venían seguidas de desventuras para la víctima confirmaban las creencias de los campesinos en la brujería. Por otra parte, existía una tendencia a criminalizar los delitos cometidos por mujeres y perseguir la impiedad femenina. Es significativo que, mientras las brujas eran acusadas frecuentemente de fornicar con el diablo, las acusaciones contra hombres no solían incluir ese elemento sexual. La brujería masculina aparecía así como una variante más ligera y suave que su homóloga femenina. La excepción eran aquellos brujos
de quienes se creía que poseían autoridad dentro de su organización, prácticamente todos hombres. La brujería era, en último término, un asunto patriarcal.
Confesiones fantásticas
Lo que parecía demostrar la existencia de las brujas y de conspiraciones capaces de infundir temor a los reyes eran las declaraciones de las propias acusadas. Pero éstas eran esencialmente el resultado de la tortura. Durante las oleadas de caza de brujas, los sospechosos eran interrogados y obligados a revelar los nombres de sus cómplices, de las personas que participaban con ellos en las reuniones colectivas con el diablo, los aquelarres. El método de tortura más común era la privación del sueño.
Tras tres días sin dormir, no sólo se pierde la capacidad de resistir a los interrogadores, sino que se empiezan a sufrir alucinaciones. No es extraño que muchas confesiones incluyeran detalles exóticos como transformaciones en animales, vuelos sobre haces de paja y navegaciones marinas sobre cedazos. Por ejemplo, el tribunal que en 1644 juzgó a Margaret Watson, en Lanark, declaró: «Habéis confesado vuestra asistencia a varias reuniones con el diablo junto con otras brujas; que vos y las demás brujas enterrasteis cuerpos de personas fallecidas a las que amputasteis miembros para realizar vuestros diabólicos designios; que Mallie Paterson cabalgó un gato, que Janet Lockie cabalgó un gallo, que vuestra tía Margaret Watson cabalgó un espino, que vos misma cabalgasteis
sobre un montón de paja y que Jean Lachlan cabalgó un viejo árbol». Éstas no son las confesiones sobrias de un grupo real y organizado, sino fantasías elaboradas por personas confundidas, angustiadas y aterrorizadas, que buscan desesperadamente las respuestas que satisfagan a sus interrogadores.
Nace el escepticismo
Por desgracia para los acusados, a sus interrogadores aquellas confesiones les confirmaban simplemente que el diablo y sus agentes campaban a sus anchas por el mundo. Cuantas más brujas confesaban que llegaban volando a sus aquelarres, más decididos estaban los cazadores de brujas a librar a su patria de tales horrores. Ningún inocente podría confesar algo así, ni tan siquiera imaginarlo. Los culpables raramente confesaban si no se les presionaba. Y no se podían obtener más pruebas que sus confesiones, porque las brujas practicaban sus actividades diabólicas en secreto. Así que los tribunales aceptaban las confesiones sin ningún reparo.
En el último tercio del siglo XVII, el espectro de la brujería empezó a desvanecerse en Escocia. Aunque siguió habiendo denuncias y procesos, los jueces y fiscales cuestionaban cada vez más la realidad de los supuestos pactos con el diablo. Sir George Mackenzie, fiscal general de Escocia entre 1677 y 1686, era particularmente escéptico e hizo todo lo posible para asegurarse de que todos los juicios por brujería terminasen en absolución. Tras una última ejecución en 1727, nueve años más tarde el Parlamento británico abolió la ley de brujería de 1563, que había justificado la persecución de miles de mujeres y hombres, torturados y ejecutados en nombre de la lucha contra el demonio.
Para saber más
ENSAYO Brujería, hechicería, rumores y habladurías P. Stewart y A. Strathern. Akal, Madrid, 2008. TEXTO Macbeth W. Shakespeare. Gredos, Madrid, 2005. INTERNET Survey of Scottish Witchcraft www.shca.ed.ac.uk/Research/witches