LA MASACRE COMO POLÍTICA DE ESTADO
Sila no tuvo reparo alguno en utilizar la crueldad más extrema para asentar su poder. Pero lo cierto es que su rival Mario había hecho lo mismo: mandó que le trajeran la cabeza de un rival político (el padre de Marco Antonio) mientras estaba sentado a la mesa. En su Sila, Plutarco, ofrece diversos ejemplos de la sanguinaria política del dictador, como los que se relatan aquí.
1 EL CRIMEN DE LUCIO CATILINA
Este futuro conspirador contra la República mató a su hermano y luego pidió a Sila que lo proscribiese como si estuviera vivo. Sila lo consintió. Para devolverle el favor, Catilina mató a Marco Mario, un popular,y presentó su
cabeza a Sila cuando estaba en el Foro. 2 EL ASESINATO DE LUCRECIO OFELA
Este partidario de Sila pidió el consulado, que el dictador le negó. Ofela se presentó en el Foro para pedir el cargo, y Sila ordenó a un centurión que lo matase «mientras él, sentado en el templo de los Dioscuros, asistía como
espectador desde arriba al homicidio».
3 LA ÚLTIMA EJECUCIÓN
El día antes de morir, Sila supo que Granio, el principal ciudadano de Puteoli, no pagaba una deuda al erario público, sino que esperaba a que el dictador falleciera porque pensaba que entonces nadie le exigiría el pago. Entonces, Sila, lleno
de ira, ordenó que trajeran a Granio a su casa y mandó a sus siervos que lo rodearan y lo estrangularan.
Pero esa acción fue fatal para el dictador: «A causa de la agitación y de la convulsión, reventó el tumor
[que llevaba dentro] y perdió gran cantidad de sangre. Se quedó sin fuerzas y murió tras una noche de agonía».
directamente con los dioses. Con ello, todos sus actos quedaban avalados por mensajes enviados por la divinidad, del mismo modo que su vida quedaba marcada por la inspiración celestial, algo que el dictador quiso insinuar por medio de dos apelativos que se añadieron a su nombre. Uno era felix, en latín, para designar tanto una vida «feliz», «próspera» y ajena al sufrimiento, propia de los dioses, como la fertilidad de los campos y la bonanza y riqueza derivadas de ello. El otro era epafrodito, en griego, para sugerir que era un protegido de VenusAfrodita, la madre de Eneas, el héroe troyano al que se remontaba el origen de Roma.
La sumisión del pueblo
Sila tuvo siempre presente la necesidad de subyugar al pueblo romano, una masa que, según el historiador Polibio, estaba «llena de pasiones injustas, de rabia irracional y de coraje violento».
Para controlarla bastaba con generar el temor y el respeto hacia lo desconocido, con ficciones acerca de lo divino y el más allá. En la propaganda de Sila tomaron un peso especial los montajes sobrecogedores a los que el pueblo acudía en masa y que tenían un fuerte impacto emocional sobre los asistentes. En tal sentido, el dictador alcanzó fama y gloria eternas al protagonizar dos espectáculos inolvidables en la historia de la República: el triunfo del año 81 a.C. sobre Mitrídates y el primer funeral público celebrado en pleno día.
Durante el cortejo triunfal de los días 27 y 28 de enero de aquel año, Sila se mostró ante el pueblo a imagen de Júpiter, el principal dios romano, porque ésa era la función del triunfo. El general victorioso avanzaba sobre un carro tirado por caballos blancos, con la cara pintada de minio, ataviado con un manto púrpura y con la toga picta (bordada de estrellas doradas), tocado con la corona de oro que sostenía un esclavo. La procesión hacía partícipe al pueblo de la victoria, al mostrarle el botín y los más distinguidos prisioneros, así como carteles con
imágenes de los lugares conquistados y de los momentos más dramáticos de las batallas, todo ello al son de instrumentos estridentes y entre voces jocosas que se alzaban sobre la algarabía del público para encender sus corazones de orgullo patrio. El segundo espectáculo que protagonizó Sila fue su propio cortejo fúnebre, una comitiva muy similar a la del triunfo en su forma y en la exhibición de símbolos, capaz de provocar el estallido de las pasiones irracionales de quienes lo presenciaban y suscitar admiración, miedo y congoja a la vez.
El año 79 a.C., el joven Pompeyo, aliado de Sila en su lucha contra los populares, celebró un nuevo triunfo en Roma. Sus legiones lo habían apodado Magno, «el grande», como Alejandro de Macedonia, y lo habían proclamado imperator. Ese mismo año, Marco Emilio Lépido fue nombrado cónsul en contra de los deseos del dictador. Su influencia empezaba a flaquear, y Sila era consciente de ello. Un día, ante el asombro general, Sila abdicó de todos sus poderes y abandonó Roma. Se retiró a una colonia griega cerca de Nápoles, donde se vivía al estilo oriental, y se dedicó a redactar sus memorias y a los placeres mundanos. «Allí seguía haciendo su vida junto a actrices de mimo, citaristas y teatreros, bebiendo desde por la mañana tumbados en lechos», cuenta Plutarco, quien también explica que sus íntimos de entonces eran «Roscio el cómico; Sórix, el jefe de los mimos; Metrobio, el que se vestía de mujer, al que siempre amó durante toda su vida y nunca lo negó».
A los pocos meses, en mayo de 78 a.C., murió de una enfermedad que le devoraba la carne con heridas supurantes, contagiada, según Plutarco, por alguno de sus muchos amantes. Este mismo autor cuenta que en una inscripción del sepulcro de Sila, escrita por el propio dictador, se leía que «ninguno de sus amigos le había sobrepasado a la hora de tratar bien, ni ninguno de sus enemigos en tratar mal».
Para saber más
ENSAYO Sila Karl Christ. Herder, Barcelona, 2006. TEXTOS Vidas paralelas. Lisandro-Sila Plutarco. Gredos, Madrid, 2007.