EL IMPONENTE FUNERAL DE SILA
El verano del año 78 a.C. se leyó en público el testamento de Sila, que solicitaba un funus publicum, un funeral pagado a expensas del Estado y que preveía la concesión de terreno público en el Campo de Marte para que se le erigiera un túmulo. Sus más fieles partidarios defendieron que el funeral se celebrara no en la oscuridad de la noche, como tradicionalmente se hacía,
sino a plena luz del día, para que toda Roma contemplase el lujoso muestrario de símbolos de gloria que recorrerían sus calles. Como Sila había muerto en la Campania, el cadáver fue trasladado a Roma, a más de 200 kilómetros. El historiador Apiano cuenta que el cuerpo fue llevado sobre un lecho de oro, junto al cual se exhibía una estatua rodeada de incienso y cinamomo que representaba a Sila
acompañado por un lictor (funcionario símbolo de su poder dictatorial). El cortejo se abría con los portadores de las enseñas del dictador, seguidos por sus veteranos. Ya en Roma, se sumaron a la comitiva los carros que portaban las mil coronas de oro labradas para la ocasión, sesenta angarillas de perfume y los seis mil lechos que serían usados en el banquete fúnebre, tras la incineración del difunto.