LA PERSECUCIÓN DE LOS RICOS
La base económica de las proscripciones era evidente para todo el mundo: «Incluso a los verdugos se les ocurría decir cosas como: “A éste le ha llevado a la perdición su gran casa”, “a éste su huerto”, “a éste las aguas termales”. Quinto Aurelio, un hombre tranquilo y sin oficio que consideraba que no tenía más relación con esos males que la piedad que sentía por ver que otros sufrían, marchó un día al Foro y se vio en la lista de proscritos: “Pobre de mí –dijo–. Mi campo albano me persigue”. Al momento uno que lo venía siguiendo lo mató» (Plutarco, Sila, 31, 5-6).