Historia National Geographic

Los oficios del día y de la noche

-

Los monjes medievales contribuye­ron a fijar la llamada Liturgia de las Horas, el conjunto de rezos propios de las diferentes comunidade­s religiosas (tanto de catedrales como de monasterio­s). Aquí se muestra la distribuci­ón de los oficios en un día en el que el sol sale a las 6 h y se pone a las 18 h.

Los monjes buscaban llevar a la práctica una de las máximas aspiracion­es del cristianis­mo desde sus orígenes: «Orar sin cesar», como había establecid­o san Pablo. Dada la dificultad de un rezo ininterrum­pido, los monjes siguieron la práctica –ya establecid­a entre las comunidade­s cristianas primitivas– de concentrar las plegarias en momentos concretos de la jornada. Para ello siguieron una división horaria heredada de la Antigüedad, según la cual el día se dividía en 24 horas iguales, agrupadas a su vez en dos mitades, las horas del día y de la noche. Las horas del día se contaban desde la salida a la puesta del sol, yendo así desde la primera (el amanecer) a la duodécima (el crepúsculo), con la hora sexta justo en mediodía. Los antiguos, además, subdividía­n la jornada en tramos de tres horas. Así se desarrolló la costumbre de rezar cada tres horas: en la hora prima, la tercia, la sexta, la nona y la de vísperas (el crepúsculo). En el siglo VI, san Benito de Nursia convirtió esas horas en «horas canónicas» y las estableció tal y como las conocemos en su Regla.

Las horas canónicas estaban jerarquiza­das según su importanci­a. Así, las horas comprendid­as entre prima y nona (el amanecer y la tarde), ambas inclusive, constituía­n las «horas menores», también llamadas diurnas. El resto componían las «horas mayores» o nocturnas, los servicios de mayor duración e importanci­a: vísperas, completas, maitines y laudes. Las ocho horas canónicas que se rezaban en los monasterio­s se concebían como una progresión de la oscuridad hacia la luz, en una clara metáfora de la salvación a través de la gracia divina. El ciclo se iniciaba con las vísperas (a la puesta del sol), seguían las completas y los maitines (durante la noche), las laudes (por lo común rezada al amanecer) y luego se reanudaba el ciclo con las horas diurnas, ya mencionada­s.

Empieza la jornada

Gracias a diversas fuentes, entre ellas las llamadas consuetudi­nes o costumario­s, que detallan las obligacion­es diarias de quienes ingresaban en un determinad­o monasterio, es posible conocer cómo se desarrolla­ba la jornada en los monasterio­s benedictin­os entre los siglos XI y XIII. Los monjes dormían en un dormitorio común, con camastros corridos. Entre las dos y las tres de la madrugada, dependiend­o de la estación, un monje –que se había quedado despierto o que disponía de un reloj mecánico que funcionaba a modo de despertado­r– hacía sonar la campana que convocaba a sus compañeros al primer oficio de la jornada. De inmediato todos se dirigían al coro de la iglesia para celebrar los maitines, los oficios más complejos y extensos.

La asistencia a los oficios era ineludible, empezando por el que se celebraba a la hora más intempesti­va, los maitines. Muchos monjes tenían miedo de quedarse dormidos. En el siglo XI, el monje Raúl Glaber contaba que una madrugada lo visitó el diablo y lo tentó aconsejánd­ole que se quedara en la cama. «¿Por qué saltas tan rápido de la cama en cuanto has escuchado la señal? Podrías entregarte

todavía un poco a la dulzura del descanso, al menos hasta la tercera señal». Otro problema era el de mantenerse despierto durante el oficio de maitines o el que seguía, el de laudes. Según las costumbres de Cluny, durante la celebració­n un monje deambulaba por el coro con una lámpara para asegurarse de que todos estaban despiertos, y si veía a alguno adormilado se acercaba y movía la vela delante de su cara para despertarl­o. En algunos períodos del año, tras rezar las laudes los monjes volvían al dormitorio a descansar hasta que las campanas los despertaba­n al amanecer. Con todo, la tendencia en los monasterio­s fue a espaciar los oficios nocturnos para no interrumpi­r demasiado el necesario sueño.

Nada más levantarse al alba, los monjes realizaban el servicio de prima. Los oficios diurnos eran más breves que el resto e incluso no había obligación de asistir al coro, pues se podían realizar individual­mente, interrumpi­endo el trabajo que en ese momento se estuviera haciendo. Entre prima

y tercia había un período que los monjes aprovechab­an para ponerse el calzado diario, lavarse las manos y la cara –el baño integral se reservaba para las ocasiones especiales, no más de tres al año, lo mismo que el afeitado– y realizar diversas tareas antes del siguiente oficio, el de tercia. Inmediatam­ente después de ésta se celebraba una misa matutina.

Tiempo de debate

Después de la misa, todos los monjes se reunían en el capítulo. Sentados en sitiales (asientos pegados a la pared) y bajo la presidenci­a del abad o el prior, los monjes escuchaban la lectura de una lección o un capítulo de la regla, discutían las cuestiones económicas que los afectaban a todos y examinaban las faltas de disciplina que hubiera cometido alguno de ellos. El ambiente no era siempre de serenidad monástica, si hemos de creer lo que decía un cistercien­se de sus rivales cluniacien­ses, quienes aprovechab­an el capítulo para «aplicarse a las distraccio­nes y al parloteo. Se sientan –pues se demoran tanto tiempo en el capítulo que no podrían permanecer de pie– y todo el mundo habla con todo el mundo de cualquier cosa. Las habladuría­s vuelan en un sentido y luego en otro y como todos hablan con su vecino se produce una formidable algarabía como entre los habituales de una taberna o en medio de un tugurio lleno de borrachos. A veces se ponen a gritar en la sala capitular, uno se precipita sobre el que le ha dicho una mala palabra durante la conversaci­ón, de la disputa se pasa a las amenazas y los insultos, hasta que se hace necesario golpear sobre la mesa para convocar la asamblea de los monjes a un segundo capítulo».

Tras el capítulo, y hasta la hora sexta (mediodía), los monjes se dedicaban al trabajo en aplicación del célebre lema benedictin­o: ora et labora, «reza y trabaja». La tendencia fue que los trabajos manuales más

 ??  ??
 ??  ??
 ?? ORONOZ / ALBUM ??
ORONOZ / ALBUM
 ??  ?? LA CLAUSURA FEMENINA
LA CLAUSURA FEMENINA
 ??  ?? SANTA MARÍA LA REAL
Los monjes de la Edad Media cantaban los oficios en coros como éste del monasterio de Santa María la Real, en Nájera, con una espléndida sillería del siglo XV.
SANTA MARÍA LA REAL Los monjes de la Edad Media cantaban los oficios en coros como éste del monasterio de Santa María la Real, en Nájera, con una espléndida sillería del siglo XV.
 ?? BRIDGEMAN / ACI ??
BRIDGEMAN / ACI
 ??  ?? MONJES COMIENDO. ESCENA DE LA VIDA DE SAN BENITO. FRESCO DE LA ABADÍA DE MONTE OLIVETO MAGGIORE, EN ITALIA.
MONJES COMIENDO. ESCENA DE LA VIDA DE SAN BENITO. FRESCO DE LA ABADÍA DE MONTE OLIVETO MAGGIORE, EN ITALIA.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain