HITOS EN EL CAMINO DE DARWIN
La formulación de la teoría de la evolución por Darwin estuvo precedida por múltiples experiencias, lecturas y trabajos de investigación durante un cuarto de siglo. Aquí destacamos los que tuvieron especial relevancia.
1 EL VIAJE DEL BEAGLE
Entre 1832 y 1835, la estancia en América del Sur proveyó a Darwin de argumentos sobre las transformaciones de las especies. Los fósiles que halló en Argentina pertenecían a especies extintas pero que, según pensaba, respondían al patrón anatómico de especies aún vivas en la pampa; y su descubrimiento de una segunda especie de ñandú le llevó a meditar sobre las razones de su aparición.
2 LA GEOLOGÍA DE LYELL
En 1831, el capitán del Beagle, Fitzroy, regaló a Darwin el primer volumen de los Principios de geología de Charles Lyell, cuya lectura fue decisiva: según Lyell, la superficie de la Tierra sufre continuamente multitud de cambios durante períodos muy largos que la van transformando, y Darwin aplicaría este gradualismo a su teoría de la evolución: las especies se transforman en otras acumulando cambios paulatinos.
3 LAS IDEAS DE MALTHUS
En septiembre de 1838, Dawin leyó el Ensayo sobre el principio de la población de Thomas Malthus, quien explicaba que la existencia humana viene marcada por hambrunas, enfermedades y guerras que mantienen el equilibrio entre población y los alimentos de que dispone. Esta lucha por la existencia fue clave en la idea de selección natural de Darwin.
4 LA LECTURA DE CHAMBERS
En 1844 se publicó de forma anónima Vestiges of the natural history of the creation, que escandalizó por su evolucionismo: todos los seres vivos provenían de unas motas de materia animada; pero su base científica era muy débil. Ese año Darwin había acabado su borrador sobre la evolución, y dedicó 15 años de su vida a buscar apoyo científico para que su teoría no fuera cuestionada como sucedió con Vestiges...
5 PERCEBES Y PALOMAS
Para sustentar de forma sólida su teoría de la evolución, Darwin se centró en la cría de palomas a fin de estudiar la transmisión de caracteres hereditarios, y dedicó ocho años, de 1846 a 1854, al estudio de los percebes vivos y fósiles, lo que le permitió comprender cómo una misma especie se había diversificado a lo largo del tiempo; un trabajo que le valió la medalla de la Royal Society de Londres.
6 LA CARTA DE WALLACE
En junio de 1858, Darwin recibió un manuscrito del naturalista Alfred Russel Wallace, remitido desde la isla de Ternate, en la actual Indonesia, que exponía la misma teoría en la que estaba trabajando. En junio, sus amigos Lyell y Hooker dieron a conocer las teorías de ambos al mismo tiempo, y Darwin dedicó trece meses a comprimir el largo manuscrito que había redactado y que publicó en 1859.
rápidamente que los recursos alimenticios. La consecuencia era la irrupción de hambrunas y epidemias que diezmarían a la fracción desnutrida de la población.
Esta doctrina hizo concebir a Darwin la idea de competencia en condiciones de escasez de recursos. Entonces integró las conclusiones de Malthus en su programa de investigación sobre las especies. Aplicada a los reinos vegetal y animal, la doctrina de Malthus venía a decir que como en la naturaleza se producían
más individuos de los que podían sobrevivir, era inevitable una lucha por la existencia. En estas circunstancias tienden a conservarse las variaciones favorables, correspondientes a los individuos más sanos y mejor adaptados, a los supervivientes, mientras que las desfavorables tienden a extinguirse. El resultado era la formación de nuevas especies.
El libro
En 1842, Darwin redactó un resumen muy breve de sus tesis en apenas 35 páginas, que dos años después amplió a 230 páginas. Era un ensayo que recogía el desarrollo de las ideas evolucionistas y anticipaba El origen de las especies, el libro en el que Darwin expuso su teoría de la evolución. Se publicó en una edición sobria, sin pretensiones, el 24 de noviembre de 1859, y ese mismo día se agotaron los 1.250 ejemplares que se habían impreso, a pesar de que el precio no era precisamente barato. En enero de 1860 apareció una segunda edición de 3.000 ejemplares, y en abril de 1861 apareció la tercera, revisada y corregida, que incorporaba la noticia de los autores y
antecedentes de la teoría evolucionista. Por fin, en 1872 se publicó la sexta y definitiva edición, con un nuevo capítulo dedicado a las objeciones expuestas contra la teoría.
Darwin se implicó desde un principio en la promoción de su libro a través del envío de ejemplares y cartas. Para que se tuvieran en cuenta sus puntos de vista no dudó en influir, persuadir y de alguna manera presionar. Al tiempo que buscaba la aprobación de sus puntos de vista en las revistas literarias, logró el apoyo de sus amigos y aliados científicos e intelectuales, que formaban parte de las élites y participaban en las redes de evaluación de las nuevas ideas. En la correspondencia que mantuvo con sus lectores potenciales se mostró hábil, ya que envió ejemplares de cortesía
a sus amigos, a naturalistas extranjeros y en general a personas que podían ser influyentes, pero también a posibles críticos, con lo que intentaba desactivar su rechazo. En su correspondencia con los críticos manifestó paciencia, diplomacia y se cuidó de no herir las sensibilidades religiosas y culturales arraigadas.
Periódicos y revistas publicaron numerosas reseñas del libro de Darwin, que se convirtió en un fenómeno editorial y despertó un enorme interés en todo el mundo occidental, de manera que en los años sucesivos fue traducido en la mayoría de los países europeos. En España, la primera traducción completa en castellano no apareció hasta 1877.
Los amigos de Darwin
El círculo de científicos amigos de Darwin fue clave en la difusión de la obra. Los más importantes fueron el biólogo inglés Thomas Henry Huxley, el geólogo escocés Charles Lyell y dos botánicos, el inglés Joseph Dalton Hooker y el estadounidense Asa Gray. Todos ellos ocupaban posiciones relevantes en la vida intelectual anglosajona, controlaban revistas científicas y actuaron como un grupo
cohesionado. Por otra parte, demostraron una gran habilidad para convencer a los lectores de las tesis mantenidas en la teoría de la evolución. Cada uno de ellos intervino en una parcela especializada del ambiente intelectual. Huxley estableció las bases científicas de las relaciones entre humanos y simios; Hooker difundió las opiniones de Darwin desde su sólida posición institucional en la botánica. Lyell se ocupó de la historia geológica de la humanidad, consensuando con sus colegas franceses la gran antigüedad del género humano. Y Asa Gray fue la puerta de entrada de Darwin y su defensor en la América anglosajona.
La exposición de la teoría de la evolución dividió la sociedad de su época. Mientras las nuevas generaciones de naturalistas se mostraron proclives a aceptar las tesis darwinistas, el rechazo se extendió entre los científicos
de mayor edad, a quienes les costaba aceptar las propuestas de Darwin, que cuestionaban el relato bíblico de la creación del mundo. En efecto, cuando se publicó el libro de Darwin, el relato bíblico del Génesis seguía siendo la explicación ortodoxa del origen de la vida, las especies y la humanidad. Según esto, todas las especies, en tanto que obra de Dios, eran fijas e inmutables: no habían cambiado desde su creación. Esta explicación era innegociable en el caso de la especie humana, a la que Dios había dotado de alma.
El debate de Oxford
El 30 de junio de 1860 tuvo lugar en Oxford un debate célebre sobre la mutabilidad de las especies. Aunque Darwin no participó en él por problemas de salud, el encuentro ejemplificó el enfrentamiento entre evolución y creación. El intercambio más sonado se produjo entre Samuel Wilberforce (llamado Soapy Sam o «Sam el jabonoso» por sus maneras untuosas), obispo anglicano de Oxford y representante de las posiciones conservadoras, y Huxley, conocido por la vehemencia con que defendía las posturas evolucionistas. Además de
la prensa se registró una masiva afluencia de público, atraído por lo que se preveía un espectáculo intenso del que después se podría cotillear largamente. Se congregaron cientos de personas, quizás hasta mil, por lo que fue necesario habilitar una sala más grande. El espectáculo llegó a su apogeo al final de la alocución de Wilberforce, cuando, puesto teatralmente en pie, se dirigió a Huxley preguntándole si descendía del mono por parte del abuelo o de la abuela. Ante un público expectante, Huxley respondió sarcásticamente: «Prefiero tener un triste simio por ancestro que estar emparentado con un humano que usa sus dones intelectuales y la elocuencia al servicio del perjuicio y la falsedad».
A este intercambio dialéctico le siguió el clamor de la multitud, entre la que se encontraba Robert Fitzroy, el capitán del Beagle, que enarboló una enorme Biblia mientras clamaba que en el libro sagrado se encontraban todas las respuestas. El escándalo en una sala llena hasta la asfixia y atestada de señoras terminó con el desmayo de lady Brewster, en el que posiblemente debió de influir, aparte del ambiente claustrofóbico y los empujones, la posibilidad de tener a un simio entre sus antepasados.
La teoría de la evolución sería muy criticada en sermones impartidos desde los púlpitos de catedrales y modestas iglesias, y en panfletos, conferencias o libros. El rechazo se centró sobre todo en el parentesco genealógico de los humanos y los primates, que valió a Darwin una dura campaña de desprestigio en la que no faltaron las mofas y las caricaturas. Este clima de tensión tuvo su contrapartida en el estudio crítico de la Biblia realizado por historiadores, filólogos y arqueólogos. La investigación de monumentos arqueológicos, inscripciones, tablillas y otros elementos mostraría la falta de originalidad de los textos bíblicos y un sospechoso parecido con otros relatos muy anteriores de civilizaciones del Próximo Oriente. Pero el libro de Darwin no sólo devino un desafío a los valores tradicionales de su tiempo; también fue uno de los hitos decisivos en la transformación del pensamiento occidental.