Revolución y Terror
Un año bastó para que la ilusión desatada por la toma de la Bastilla derivase hacia un enfrentamiento civil que tomaría la forma del Terror
En pocos años, la Revolución derivó en un régimen terrible y una guerra civil.
FueFue el mejor día de nuestras vidas», dijeron los asistentes a la fiesta del 14 de julio de 1790, primer aniversario de la toma de la Bastilla, día de la Federación. Se abrieron los jardines botánicos y se improvisó la nación que había surgido triunfante un año antes al calor de la toma de la Bastilla, «el día de gloria» mencionado en La Marsellesa.
La bandera tricolor ondeaba por todas partes y los federados se sintieron partícipes de esa «boda de Francia con Francia», que dijo años más tarde el gran historiador Jules Michelet al rememorar este momento. Las ceremonias en el Campo de Marte (donde hoy se puede ver la Torre Eiffel, que entonces no estaba) tenían la intención de seguir honrando el espíritu de la libertad, la igualdad y la fraternidad en medio del candor y la credulidad de la inmensa mayoría de quienes se habían congregado allí enarbolando banderas y dando vivas a los que iban apareciendo en una lenta comitiva, en la que era fácil divisar a Talleyrand con la mitra, apoyándose en el báculo para vencer su cojera, o a Lafayette subido a su corcel blanco saludando a todos y a ninguno.
Silencio. Toca la orquesta orquesta de más de doscientos instrumentos. Se impone la fiesta ante la mirada aviesa de unos pocos cuya fuerza descansaba en los juramentos de conducir la revolución a la violencia callejera.
Luego, con la muerte de Mirabeau en la primavera de 1791 y la incontinencia en las polémicas en el seno de la Asamblea, la unidad revolucionaria se rompió en mil pedazos. Cada uno iba a lo suyo en la celebración del segundo aniversario de la toma de la Bastilla. Una situación que se comprobó en la manifestación convocada tres días después, el 17 de julio, también ante el «altar de la patria» del Campo de Marte para ajustar cuentas con los pusilánimes, los prudentes, los moderados. No habían llegado aún todos los manifestantes cuando los agentes del orden descubrieron a dos individuos agazapados bajo el altar con intenciones delictivas: estaban allí para realizar un atentado. Fueron ahorcados sin juicio previo.
Cambio de táctica
Esta vez Lafayette convenció al alcalde de París, Bailly, para que declarara la ley marcial. No pudo evitar la peligrosa deriva en la que estaba cayendo la Revolución, a juicio de Talleyrand que miraba entre visillos a la multitud de más de cincuenta mil manifestantes lanzando piedras contra los guardias nacionales. Un viajero prusiano, JeanBaptiste Cloots, contemplaba la escena como una muestra de la embriaguez de una sociedad convencida de jugar un papel en la historia entre los griegos y los romanos. Las calles se llenaron de música, aplausos, gritos de entusiasmo, pero también de redobles de tambor y de disparos de
Marginaron a los girondinos, para luego llevarlos a la guillotina; y, ya puestos, también a todos los aristócratas, a los burgueses...
fusiles. Bien visto, era una anticipación de los sucesos de junio de 1793, cuando el Terror se situó en el orden del día gracias a un montañismo militante entre las masas que primero marginaron a los girondinos, para luego llevarlos a la guillotina; y, ya puestos, también a todos los aristócratas, a los burgueses, vamos, a quienes no sentían el ardor revolucionario. El Terror había había creado dos expresiones, el gesto hosco del terroriste y la mirada sinuosa de los líderes como Robespierre.
De la fiesta de julio de 1790 al Terror de junio de 1793 sólo hubo un cambio de táctica. La revolución había acabado. Lo que siguió fue el sonido de las armas y luego, el de las tropas de Napoleón.