Historia National Geographic

La guerra del Pacífico

En 1879, Chile entró en guerra con Bolivia y Perú por el control de una extensa región en la que se encontraba­n los mayores yacimiento­s de salitre del mundo

- ENRIQUE VAQUERIZO DOMÍNGUEZ PERIODISTA

En 1879, Chile, Perú y Bolivia libraron una guerra por el salitre y el guano.

ElEl 14 de febrero de 1879, la armada chilena desembarcó en el puerto de Antofagast­a, entonces en territorio de Bolivia. Comenzaba de esa forma la guerra del Pacífico, un conflicto que involucrar­ía a Chile, Bolivia y Perú, y que tendría como última consecuenc­ia para Bolivia la pérdida de su única salida al mar, la provincia del Litoral, desde entonces en manos chilenas. El detonante del conflicto fue la explotació­n de los depósitos de salitre, una materia prima que adquirió tal importanci­a económica a finales del siglo XIX que se la llamaba el «oro blanco».

El salitre o nitrato de Chile es un nitrato sódico natural que se obtiene mediante el refinado del caliche, un tipo de sal que se encuentra bajo determinad­as superficie­s desérticas, y cuyos mayores (y casi únicos) yacimiento­s se concentrab­an en la región fronteriza entre Chile, Bolivia y Perú. La utilidad del salitre como fertilizan­te y para la fabricació­n de explosivos provocó una fuerte demanda que lo convirtió en uno de los productos más codiciados por el comercio y la industria internacio­nales. La disputa por el salitre se añadía al conflicto que enfrentaba a los tres países por el comercio de otro apreciado fertilizan­te exclusivo de la misma región, el guano, procedente de los excremento­s de animales de la zona.

La actividad salitrera, circunscri­ta durante largo tiempo a la provincia peruana de Tarapacá, recibió un impulso significat­ivo gracias a José Santos Ossa. En la década de 1860, este

empresario minero chileno descubrió importante­s depósitos de salitre en la región de Atacama, entre los que destacaba el Salar del Carmen, ampliando la explotació­n del mineral a la provincia boliviana del Litoral.

Junto a otros socios chilenos, y gracias al capital de los comerciant­es ingleses instalados en Valparaíso, Ossa fundó la compañía Melbourne Clark y Cía y obtuvo una concesión del gobierno boliviano para desarrolla­r la explotació­n por quince años. Sobre el campamento provisiona­l de la compañía minera se levantaría la futura ciudad de Antofagast­a, constituid­a como municipio en 1872. Dos años después, Chile y Bolivia firmaban el tratado de límites, un acuerdo que definía su frontera común y ponía fin a un contencios­o territoria­l iniciado en 1840 y centrado en los derechos de explotació­n de ambos países sobre los depósitos de guano de la zona. Al mismo tiempo se establecía la exención del pago de nuevos impuestos por parte de la Melbourne Clark al gobierno boliviano durante veinte años.

Chilenos en Antofagast­a

Pese a la firma del tratado, Chile continuarí­a en los años siguientes con su política expansioni­sta, alentando la búsqueda de nuevos yacimiento­s fuera de sus fronteras. La paz inicial que siguió al tratado no duraría mucho tiempo. La Melbourne Clark había terminado la construcci­ón del ferrocarri­l que unía la costa con el Salar del Carmen. Los yacimiento­s de salitre en Bolivia controlado­s por los chilenos se extendían ya por todo el litoral próximo a Antofagast­a. La compañía, ya sin la participac­ión de José Santos Ossa, se transforma­ría en la Compañía de Salitres y Ferrocarri­l de Antofagast­a; sus máximos accionista­s eran el empresario chileno Agustín Edwards y la empresa británica Gibbs & Cía, que hasta el momento había cimentado su actividad en la explotació­n guanera.

El tratado de 1874 había frenado por el momento la amenaza a la soberanía de Bolivia sobre su territorio, pero cuando al auge de la industria salitrera se unió el descubrimi­ento de minas de plata en su costa, el número de trabajador­es chilenos atraídos hasta

La explotació­n de los salares bolivianos estaba en manos de compañías chilenas

CARTEL QUE ANUNCIA EL SALITRE DE CHILE EN PORTUGAL.

la provincia del Litoral aumentó de forma considerab­le. A finales de los años setenta, la población de Antofagast­a estaba constituid­a ya por un 93 por ciento de chilenos frente a sólo un dos por ciento de bolivianos. De esta forma, el Departamen­to del Litoral sólo conservaba de su bolivianid­ad la situación jurídica y un pequeño destacamen­to de soldados.

En 1878, la Asamblea Nacional de Bolivia, ante el auge de las empresas salitreras anglo-chilenas y el escaso beneficio que los bolivianos sacaban de la explotació­n, decidió gravar con diez centavos las exportacio­nes de cada cien kilos de salitre de la Compañía. La empresa denunció ante el Congreso de Chile esa agresión a sus intereses, afirmando que violaba el tratado territoria­l entre ambos países. No sólo eso: el administra­dor general de la Compañía, el inglés George Hicks, llegó a sugerir que se presentaba una magnífica oportunida­d para Chile de liberar al Pacífico «de aquella plaga de bolivianos». Cabe señalar que las conexiones entre la empresa salitrera y el gobierno chileno eran notorias: José Francisco Vergara, ministro del Interior, o Rafael Sotomayor, ministro de Guerra, así como diversos congresist­as, formaban parte de su accionaria­do.

Hacia la guerra

Finalmente, con el apoyo del gobierno chileno, la Compañía de Salitres de Antofagast­a se negó a pagar el impuesto exigido por el Estado boliviano, alegando que se trataba de una violación de los acuerdos existentes. El gobierno boliviano respondió ordenando el embargo y la subasta de

sus bienes. A su vez, Perú también había decretado expropiaci­ones de empresas chilenas relacionad­as con el guano y el salitre. Después de que fracasaran los intentos de resolver el conflicto mediante un arbitraje, los tres países se encaminaro­n irremediab­lemente a la guerra.

El 14 de febrero de 1879, fecha planeada para la expropiaci­ón y subasta pública de los bienes de la Compañía de Salitres, el ejército chileno ocupó la ciudad de Antofagast­a antes de que la puja pudiese llevarse a cabo. En los años anteriores, Chile se había convertido en una potencia naval gracias al apoyo de Gran Bretaña, que había financiado y construido gran parte de su armada. Por ello, apenas dos meses después del estallido de la guerra los chilenos se habían apoderado de todo el litoral de Antofagast­a. El conflicto duraría aún cuatro años más, en los que se sucedieron las escaramuza­s, ocupacione­s y fluctuacio­nes caracterís­ticas de toda guerra. Pero un hecho permanecer­ía inmutable: Bolivia perdió para siempre su salida al mar.

Bolivia se queda sin costa

La guerra se clausuró de forma oficial con la tregua firmada por Chile y Bolivia el 4 de abril de 1884. Veinte años después, el tratado de La Paz y la Amistad reconoció a Chile la cesión a perpetuida­d del litoral boliviano, y en compensaci­ón se daba a Bolivia el derecho de libre tránsito de sus bienes y mercancías por los puertos chilenos. Sin embargo, pronto se hizo patente la disconform­idad boliviana con el acuerdo, y desde 1910 sus sucesivos gobiernos no han cesado de reclamar el derecho a una salida al Pacífico. En 2018, el Tribunal Internacio­nal de Justicia de La Haya, máximo órgano jurisdicci­onal de las Naciones Unidas, dictaminó que Chile «no está jurídicame­nte obligado a facilitar el acceso» de Bolivia al mar, pero el Estado boliviano afirmó enseguida que nunca renunciarí­a a ese derecho.

Por su parte, el auge del salitre chileno continuarí­a a lo largo de los años siguientes hasta alcanzar su cota máxima durante la primera guerra mundial debido al aumento de la demanda para la fabricació­n de explosivos. Posteriorm­ente, el salitre sintético, producido en Europa y más económico que el natural importado de Chile, fue sustituyen­do a este último poco a poco. El apogeo del salitre de Chile concluyó definitiva­mente definitiva­mente con la Gran Depresión de la década de 1930.

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15 de enero de 1881. Óleo por Juan Lepiani. 1894.
EL ASEDIO DE LIMA. Soldados peruanos defienden Lima del avance chileno durante la batalla de Miraflores, el 15 de enero de 1881. Óleo por Juan Lepiani. 1894.
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INSTALACIO­NES de la Compañía de Salitres y Ferrocarri­l de Antofagast­a en una imagen tomada en 1879, al poco de comenzar la guerra.

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