PARÍS, 1793, EL AÑO DEL TERROR REVOLUCIONARIO
En 1793, la Revolución francesa entró en su fase más dramática. Amenazados por la invasión extranjera y la contrarrevolución interna, los líderes revolucionarios pusieron en marcha una terrible espiral represiva
EN 1793, la Revolución entró en una fase dramática. Tras la ejecución de Luis XVI aumentó la amenaza de una invasión extranjera y estalló una revuelta monárquica al oeste del país. Los elementos más radicales tomaron el mando del Gobierno e instauraron un régimen, el Terror, que inició una persecución implacable que llevó a miles de supuestos contrarrevolucionarios a ser ejecutados en la guillotina.
ElEl 11 de diciembre de 1792, en la Convención Nacional de Francia, empezó el juicio a Luis XVI. El monarca había sido depuesto cuatro meses antes, tras una insurrección del pueblo revolucionario de París, los sans-culottes, con la que se abrió la fase más radical de la Revolución de 1789. Acusado de haber conspirado con los enemigos de la Revolución para restaurar el absolutismo, los di-putados di-putados votaron casi por unanimidad su culpabilidad, aunque se mostraron más divididos en cuanto a la pena que se le debía aplicar.
Finalmente, la sesión nocturna del 16 de enero de 1793 arrojó una mayoría a favor de la muerte. Cinco días después se instaló la guillotina en la plaza de la Revolución (hoy plaza de la Concordia) y 1.200 guardias escoltaron el carruaje de Luis hasta el cadalso. «Perdono a los que me llevan a la muerte y ruego que la sangre que estáis a punto de derramar nunca pueda ser exigida a Francia», declaró antes de que la hoja cayera sobre su cuello. La muerte del rey ocurrió en circunstancias críticas para la Francia revolucionaria. En el exterior, las tropas francesas sufrieron dolorosas
derrotas frente a las potencias absolutistas que le habían declarado la guerra el año anterior, mientras que en la región de La Vendée estalló una gran rebelión contrarrevolucionaria, que forzaría al gobierno republicano a enviar miles de soldados para intentar reprimirla. En todo el país la guerra había provocado una situación de carestía que dio lugar a incontables motines. En este contexto, entre los círculos revolucionarios se afirmó la idea de que todas estas dificultades se debían a la acción oculta de los enemigos de la Revolución, ya fueran antiguos aristócratas, clérigos que no habían aceptado la legislación revolucionaria sobre la Iglesia o individuos que se aprovechaban de las circunstancias para enriquecerse, como los supuestos «acaparadores» que provocaban el encarecimiento de los productos básicos para venderlos a un precio más alto.
En septiembre del año anterior, una combinación parecida de amenaza exterior y miedo a un complot interno provocó un episodio terrible, cuando una multitud fuera de sí irrumpió en las cárceles de París y empezó a matar a los reclusos: durante cinco días, todos aquellos considerados «contrarrevolucionarios» fueron sometidos a juicios improvisados
y ejecutados en los pasillos o las calles aledañas por parte de verdugos voluntarios armados con espadas, hachas, picas o garrotes, hasta causar más de mil muertes.
Por eso, cuando el 10 de marzo de 1793 los sans-culottes se levantaron contra la Asamblea, los dirigentes revolucionarios decidieron que había que evitar que se repitieran los sucesos de septiembre. En vez de dejar que el pueblo se tomara la justicia por su mano, la Convención introdujo una serie de leyes e instituciones para detener y juzgar a los enemigos de la Revolución. Así nació el Terror. Danton, uno de los grandes líderes revolucionarios del momento, sintetizó en una frase la justificación de la nueva política: «Seamos terribles para que el pueblo no tenga que serlo».
El Tribunal Revolucionario
La Convención decidió crear un tribunal extraordinario para castigar «toda empresa contrarrevolucionaria, todo atentado contra la libertad, la igualdad, la unidad, la indivisibilidad de la República, la seguridad interior
y exterior del Estado, y todos los complots tendentes a restablecer la realeza o a establecer cualquier otra autoridad atentatoria a la libertad, la igualdad y la soberanía del pueblo». El tribunal, con sede en París, tendría cinco jueces, un fiscal y un jurado de doce integrantes. En teoría, se trataba de un proceso jurídico con las debidas garantías, incluido el derecho a la asistencia de un abogado. Pero la propia Asamblea nombraba los jurados, las sentencias eran inapelables y se ejecutaban en 24 horas, y conllevaban la confiscación de todos los bienes de los reos. La figura clave en la actuación del Tribunal Revolucionario (como se lo llamó desde octubre de 1793) fue el fiscal, Antoine Fouquier-Tinville, un funcionario hasta entonces oscuro que se revelaría un trabajador infatigable e implacable contra quienes consideraba enemigos de la Revolución.
Por último, para coordinar la defensa y supervisar los ministerios, el 6 de abril se creó el Comité de Salvación Pública. Compuesto por nueve miembros (luego doce), se convirtió en el órgano fundamental del Terror a medida que fue creciendo su poder, sobre todo desde que los jacobinos, liderados por Robespierre, se convirtieran en la fuerza política dominante en junio de 1793.
Al principio, las instituciones del Terror se mostraron poco activas. En sus primeros seis meses de vida, el Tribunal Revolucionario juzgó únicamente a 260 personas, y sólo condenó a una cuarta parte. La situación cambió tras el verano de 1793, cuando la Revolución se enfrentó a una nueva crisis existencial. Las tropas enemigas penetraron en suelo francés y, en el interior, a la guerra de La Vendée se sumaron las revueltas federalistas, impulsadas por el partido girondino tras su expulsión del poder por los jacobinos. En septiembre, los rumores sobre una inminente escasez de alimentos volvieron a desatar el pánico. El día 5 la multitud se dirigió a la Convención para reclamar