Agrigento, la ciudad de los templos
LA CIUDAD DE LOS TEMPLOS
Fundada por colonos de Gela, Agrigento se convirtió en una de las ciudades más prósperas de la Magna Grecia. La polis siciliana destacó por el conjunto de templos dóricos erigidos en el siglo V a.C., un hito de la arquitectura griega.
En esta ciudad de Sicilia, una de las más ricas del antiguo mundo griego, se erigió a lo largo del siglo V a.C. un conjunto de templos dóricos que representan una cumbre de la arquitectura helénica
EnEn torno al siglo VIII a.C., los griegos comenzaron un proceso de emigración –la llamada «colonización griega»– que los llevó a asentarse en Sicilia y en el sur de Italia, lo que se conoce como Magna Grecia. Allí fundaron grandes y prósperas ciudades, como Nápoles y Paestum, en el continente, o Gela, Selinunte y Agrigento, en Sicilia. Esta última, la Akragas de los griegos, fue una de las ciudades más ricas de la Antigüedad clásica. El poeta Píndaro la llamó «la más bella ciudad de los mortales», y no exageraba: en su momento de mayor esplendor, el siglo V a.C., Agrigento contaba con al menos seis magníficos templos dóricos –entre ellos, el más grande jamás construido, el Olimpeion, dedicado a Zeus–, un gran teatro (hallado recientemente) e incluso un gigantesco sistema hidráulico, con cisternas, canales y acueductos subterráneos que atravesaban toda la ciudad hasta la llamada kolymbethra, el gran estanque que, según el historiador Diodoro Sículo, «se convirtió en un vivero que suministraba muchas variedades de peces para los placeres de la mesa y, al posarse en sus aguas gran cantidad de cisnes, ofrecía a la vista un espectáculo delicioso».
Una ciudad amante del lujo
La opulencia de la ciudad era proverbial. De nuevo Diodoro, en el libro XIII de su Biblioteca histórica, aporta algunos datos sobre su suntuosidad y riqueza: «Sus viñedos se distinguían por sus dimensiones y por su belleza, y la mayor parte de sus tierras estaban cubiertas de olivos, de los que obtenían abundante fruto que vendían a Cartago». Diodoro comenta que los agrigentinos «acumularon fortunas incalculables», y destaca, como testimonio del lujo en que vivían, los suntuosos monumentos sepulcrales, algunos erigidos «en memoria de
En el siglo V a.C., su época de mayor esplendor, Agrigento tenía seis imponentes templos dóricos, un gran teatro y un complejo sistema hidráulico
caballos de carreras y otros para los pajaritos que las niñas y los niños cuidaban en sus casas». Recuerda igualmente que en 416 a.C., «con ocasión de la Olimpiada nonagesimos egunda, a Exéneto de Acragante [Agrigento], cuando obtuvo la victoria en la carrera del estadio, lo condujeron a la ciudad en un carro acompañado de un cortejo en el que, sin referirnos al resto, había trescientas bigas de caballos blancos, todas pertenecientes a ciudadanos de Acragante. En suma, desde niños estaban educados en el lujo, llevaban vestidos excesivamente delicados y adornos de oro, y usaban estrígilas y frascos de plata y de oro».
Los habitantes de Agrigento dedicaron muchos de sus recursos económicos a embellecer su ciudad. Sólo la riqueza y la piedad de sus ciudadanos explican la construcción de los maravillosos templos dóricos que aún hoy fascinan a todo aquel que se acerca a contemplar sus ruinas. En efecto, el Valle de los Templos, como se denomina actualmente el conjunto arqueológico de la ciudad, constituye uno de los vestigios más impresionantes de todos cuantos nos ha legado el mundo clásico. Su nombre se debe a los cinco imponentes templos que los agrigentinos levantaron al sur de la ciudad, junto a la muralla. Estos templos –con la excepción del de Zeus y, tal vez, del de Heracles– llevan los nombres arbitrarios que les dio el primer hombre que se planteó recuperar la memoria de las ruinas de la ciudad, el fraile dominico Tommaso Fazello.
Las divinidades de la tierra
En la parte sureste de Agrigento, donde se alza la Puerta V, se inicia una suerte de vía sagrada que recorre uno a uno todos los templos de la ciudad hasta la Puerta II de la muralla. La primera estación está formada por el llamado Santuario de las Divinidades Ctónicas. Dentro del santuario está el llamado templo
Diodoro Sículo cuenta que los agrigentinos «desde niños estaban educados en el lujo, llevaban vestidos muy delicados y adornos de oro»
de los Dioscuros, aunque no existe ninguna razón para pensar que estuviera dedicado a estos héroes. Otro gran templo y varios altares de ofrendas (bothroi) son característicos del culto a Deméter y Perséfone, madre e hija, divinidades ctónicas o terrestres –chthon significa «tierra» en griego– opuestas a las del cielo. Su culto en Agrigento debió de ser importante, ya que de nuevo Píndaro se refiere a la ciudad como «sede de Perséfone». Deméter y Perséfone, madre e hija, son las diosas del cereal, de las cosechas y las estaciones. Constituyen una pareja indisoluble: la divinidad anciana y la joven representan el grano del año pasado y el grano nuevo. En este santuario y en otros aledaños a la ciudad –como el de Santa Ana, al que se llega precisamente por la Puerta V– tenía lugar una de las fiestas más importantes para las mujeres griegas: las Tesmoforias, en honor de ambas diosas. En ellas sólo participaban mujeres casadas; hombres, niños (salvo los lactantes) y doncellas vírgenes quedaban excluidos. Este ritual estrictamente femenino, oculto a los hombres, ha dado pie a hablar de «misterios».
Ritos de fertilidad
Aunque no existe mucha información sobre los rituales que tenían lugar durante las Tesmoforias, se cree que el sacrificio de cerdos era una parte importante de la festividad. Así lo prueban los huesos de cerdo, las estatuas votivas en forma de este animal o las terracotas de la diosa con un cerdito en brazos que han aparecido en el santuario. Al parecer, los restos de los cerdos muertos eran arrojados a los bothroi, unos altares redondos que tienen un agujero en el centro y de los que en el santuario de Agrigento hay varios y bien conservados ejemplos. Una vez se pudrían, los restos eran recogidos, se mezclaban con semillas y se esparcían por los campos para obtener una buena cosecha.
En el santuario de las Divinidades Ctónicas tenían lugar las Tesmoforias, unas fiestas sólo para mujeres en honor de Deméter y Perséfone
Un poco más adelante, siguiendo la vía sagrada, se encuentra el templo más impresionante de Agrigento: el Olimpeion, dedicado a Zeus Olímpico. Sus dimensiones son extraordinarias: 56 metros de ancho por 112 de largo, lo que lo convierte en el templo dórico más grande que se conoce. Tiene siete columnas en los lados cortos y catorce en los largos, que alcanzaban una altura de 21 metros.
El Olimpeion
Se trata de un templo bastante particular. Por ejemplo, no es períptero (rodeado de columnas), sino pseudoperíptero, ya que las columnas no son tales, sino una suerte de híbrido de columna –por la parte exterior– y pilastra –por la parte interior–. Por otra parte, un muro llenaba los espacios entre las columnas, a diferencia de la mayoría de templos griegos. En los espacios entre columnas, sobre los muros, se hallaban los famosos atlantes o telamones que, quizá, más que a los cartagineses vencidos, representan a los titanes que soportan el peso del templo de Zeus. El dios había vencido a estos seres en la llamada Titanomaquia, la lucha que dioses olímpicos y titanes libraron después de que Zeus se rebelara contra su padre, Cronos, que tenía por costumbre engullir a sus hijos para que ninguno de ellos pudiera usurparle el trono. Sobre cada columna se asentaba un capitel de casi dos metros de altura. Varios testimonios antiguos refieren que el templo no llegó a terminarse porque no tenía techo. Sin embargo, parece probable que, como sucedía con otros templos de estas dimensiones, careciera de techo en el centro pero los laterales estuvieran cubiertos.
Es probable que el templo se construyera durante el gobierno de Terón, entre 488 y 472 a.C. Éste fue el momento de mayor esplendor de la ciudad. La victoria sobre las tropas cartaginesas
El Olimpeion, dedicado a Zeus, es el templo dórico más grande que se conoce, con 56 metros de ancho por 112 de largo. Sus columnas miden 21 metros
de Amílcar Magón, que habían llegado a Sicilia en ayuda de Terilo, el tirano de Hímera, supuso un enorme enriquecimiento para la ciudad, a la que arribaron abundantes riquezas, un cuantioso botín, tributos y una ingente cantidad de prisioneros para ser vendidos como esclavos –de los que algún notable llegó a poseer hasta quinientos–. Estos esclavos fueron, con toda seguridad, quienes levantaron el templo.
El templo de Heracles
Al otro lado del ágora se halla el templo de Heracles (Hércules para los romanos), el más antiguo de Agrigento. Probablemente se edificó entre 500 y 480 a.C., lo que constituye un indicio de la prosperidad de la ciudad ya en este momento. La identificación de este templo con Heracles se debe a un pasaje de las Verrinas,un discurso de Cicerón en el que se narran los abusos que el propretor de Sicilia, Cayo Verres, cometió contra los agrigentinos. Cicerón dice que no lejos del ágora hay un templo dedicado a Hércules muy venerado en la ciudad y que en él se alza una estatua de bronce del héroe «de la que no podría decir fácilmente que haya visto algo más bello». Verres trató de robar las riquezas del templo, pero la población consiguió evi
tarlo. Es posible que la estatua que menciona Cicerón –«venerada hasta el punto de que su boca y barbilla están bastante más desgastadas, porque en las plegarias y acciones de gracias no sólo suelen adorarla, sino besarla»– fuera la misma que estaba allí desde un principio.
El templo de la Concordia
Siguiendo la vía sagrada, un poco más lejos se encuentra el llamado templo de la Concordia. No se sabe a quién estaba dedicado realmente. Su magnífico estado de conservación se debe a que en el año 597 fue transformado en iglesia por voluntad del obispo Gregorio de Agrigento. El templo permaneció así hasta 1748, cuando fue restaurado y restituido a su estado original.
El último de los templos a los que llega la vía sagrada desde el sur es el de Hera Lacinia, situado sobre un montículo. Tampoco sabemos nada respecto a su titularidad. Pero, en este caso, la fuente del error de Fazello es conocida. Plinio el Viejo narra en su Historia natural que los agrigentinos pidieron al afamado pintor Zeuxis un cuadro de Juno –el nombre latino de Hera–para este templo. Sin embargo, autores como Cicerón informan que tal cuadro no se pintó para este templo, sino para el de Hera Lacinia, situado en el cabo Lacinio –actualmente cabo Colonna, al sur de la península itálica–.
Más allá del templo de Hera, la vía sagrada llega a la Puerta II, en el extremo sureste de la ciudad. El camino conduce a Gela, la metrópolis de Agrigento. Junto a la puerta hay otro templo de Deméter en el que, dada la magnitud del temenos (el recinto sagrado que delimita el santuario), tendrían lugar grandes ceremonias.
Agrigento era, posiblemente, la más rica de las ciudades griegas del momento, y sus ciudadanos manifestaban su amor por la belleza en los monumentos de sus calles y en los magníficos templos que dedicaron a sus dioses. Aún hoy, las ruinas de la antigua Akragas, vestigios de su apogeo, observan impasibles a todo aquel visitante que desee sentir la Antigüedad por unas horas.