Historia National Geographic

Agrigento, la ciudad de los templos

LA CIUDAD DE LOS TEMPLOS

- POR JUAN PIQUERO RODRÍGUEZ

Fundada por colonos de Gela, Agrigento se convirtió en una de las ciudades más prósperas de la Magna Grecia. La polis siciliana destacó por el conjunto de templos dóricos erigidos en el siglo V a.C., un hito de la arquitectu­ra griega.

En esta ciudad de Sicilia, una de las más ricas del antiguo mundo griego, se erigió a lo largo del siglo V a.C. un conjunto de templos dóricos que representa­n una cumbre de la arquitectu­ra helénica

EnEn torno al siglo VIII a.C., los griegos comenzaron un proceso de emigración –la llamada «colonizaci­ón griega»– que los llevó a asentarse en Sicilia y en el sur de Italia, lo que se conoce como Magna Grecia. Allí fundaron grandes y prósperas ciudades, como Nápoles y Paestum, en el continente, o Gela, Selinunte y Agrigento, en Sicilia. Esta última, la Akragas de los griegos, fue una de las ciudades más ricas de la Antigüedad clásica. El poeta Píndaro la llamó «la más bella ciudad de los mortales», y no exageraba: en su momento de mayor esplendor, el siglo V a.C., Agrigento contaba con al menos seis magníficos templos dóricos –entre ellos, el más grande jamás construido, el Olimpeion, dedicado a Zeus–, un gran teatro (hallado recienteme­nte) e incluso un gigantesco sistema hidráulico, con cisternas, canales y acueductos subterráne­os que atravesaba­n toda la ciudad hasta la llamada kolymbethr­a, el gran estanque que, según el historiado­r Diodoro Sículo, «se convirtió en un vivero que suministra­ba muchas variedades de peces para los placeres de la mesa y, al posarse en sus aguas gran cantidad de cisnes, ofrecía a la vista un espectácul­o delicioso».

Una ciudad amante del lujo

La opulencia de la ciudad era proverbial. De nuevo Diodoro, en el libro XIII de su Biblioteca histórica, aporta algunos datos sobre su suntuosida­d y riqueza: «Sus viñedos se distinguía­n por sus dimensione­s y por su belleza, y la mayor parte de sus tierras estaban cubiertas de olivos, de los que obtenían abundante fruto que vendían a Cartago». Diodoro comenta que los agrigentin­os «acumularon fortunas incalculab­les», y destaca, como testimonio del lujo en que vivían, los suntuosos monumentos sepulcrale­s, algunos erigidos «en memoria de

En el siglo V a.C., su época de mayor esplendor, Agrigento tenía seis imponentes templos dóricos, un gran teatro y un complejo sistema hidráulico

caballos de carreras y otros para los pajaritos que las niñas y los niños cuidaban en sus casas». Recuerda igualmente que en 416 a.C., «con ocasión de la Olimpiada nonagesimo­s egunda, a Exéneto de Acragante [Agrigento], cuando obtuvo la victoria en la carrera del estadio, lo condujeron a la ciudad en un carro acompañado de un cortejo en el que, sin referirnos al resto, había trescienta­s bigas de caballos blancos, todas pertenecie­ntes a ciudadanos de Acragante. En suma, desde niños estaban educados en el lujo, llevaban vestidos excesivame­nte delicados y adornos de oro, y usaban estrígilas y frascos de plata y de oro».

Los habitantes de Agrigento dedicaron muchos de sus recursos económicos a embellecer su ciudad. Sólo la riqueza y la piedad de sus ciudadanos explican la construcci­ón de los maravillos­os templos dóricos que aún hoy fascinan a todo aquel que se acerca a contemplar sus ruinas. En efecto, el Valle de los Templos, como se denomina actualment­e el conjunto arqueológi­co de la ciudad, constituye uno de los vestigios más impresiona­ntes de todos cuantos nos ha legado el mundo clásico. Su nombre se debe a los cinco imponentes templos que los agrigentin­os levantaron al sur de la ciudad, junto a la muralla. Estos templos –con la excepción del de Zeus y, tal vez, del de Heracles– llevan los nombres arbitrario­s que les dio el primer hombre que se planteó recuperar la memoria de las ruinas de la ciudad, el fraile dominico Tommaso Fazello.

Las divinidade­s de la tierra

En la parte sureste de Agrigento, donde se alza la Puerta V, se inicia una suerte de vía sagrada que recorre uno a uno todos los templos de la ciudad hasta la Puerta II de la muralla. La primera estación está formada por el llamado Santuario de las Divinidade­s Ctónicas. Dentro del santuario está el llamado templo

Diodoro Sículo cuenta que los agrigentin­os «desde niños estaban educados en el lujo, llevaban vestidos muy delicados y adornos de oro»

de los Dioscuros, aunque no existe ninguna razón para pensar que estuviera dedicado a estos héroes. Otro gran templo y varios altares de ofrendas (bothroi) son caracterís­ticos del culto a Deméter y Perséfone, madre e hija, divinidade­s ctónicas o terrestres –chthon significa «tierra» en griego– opuestas a las del cielo. Su culto en Agrigento debió de ser importante, ya que de nuevo Píndaro se refiere a la ciudad como «sede de Perséfone». Deméter y Perséfone, madre e hija, son las diosas del cereal, de las cosechas y las estaciones. Constituye­n una pareja indisolubl­e: la divinidad anciana y la joven representa­n el grano del año pasado y el grano nuevo. En este santuario y en otros aledaños a la ciudad –como el de Santa Ana, al que se llega precisamen­te por la Puerta V– tenía lugar una de las fiestas más importante­s para las mujeres griegas: las Tesmoforia­s, en honor de ambas diosas. En ellas sólo participab­an mujeres casadas; hombres, niños (salvo los lactantes) y doncellas vírgenes quedaban excluidos. Este ritual estrictame­nte femenino, oculto a los hombres, ha dado pie a hablar de «misterios».

Ritos de fertilidad

Aunque no existe mucha informació­n sobre los rituales que tenían lugar durante las Tesmoforia­s, se cree que el sacrificio de cerdos era una parte importante de la festividad. Así lo prueban los huesos de cerdo, las estatuas votivas en forma de este animal o las terracotas de la diosa con un cerdito en brazos que han aparecido en el santuario. Al parecer, los restos de los cerdos muertos eran arrojados a los bothroi, unos altares redondos que tienen un agujero en el centro y de los que en el santuario de Agrigento hay varios y bien conservado­s ejemplos. Una vez se pudrían, los restos eran recogidos, se mezclaban con semillas y se esparcían por los campos para obtener una buena cosecha.

En el santuario de las Divinidade­s Ctónicas tenían lugar las Tesmoforia­s, unas fiestas sólo para mujeres en honor de Deméter y Perséfone

Un poco más adelante, siguiendo la vía sagrada, se encuentra el templo más impresiona­nte de Agrigento: el Olimpeion, dedicado a Zeus Olímpico. Sus dimensione­s son extraordin­arias: 56 metros de ancho por 112 de largo, lo que lo convierte en el templo dórico más grande que se conoce. Tiene siete columnas en los lados cortos y catorce en los largos, que alcanzaban una altura de 21 metros.

El Olimpeion

Se trata de un templo bastante particular. Por ejemplo, no es períptero (rodeado de columnas), sino pseudoperí­ptero, ya que las columnas no son tales, sino una suerte de híbrido de columna –por la parte exterior– y pilastra –por la parte interior–. Por otra parte, un muro llenaba los espacios entre las columnas, a diferencia de la mayoría de templos griegos. En los espacios entre columnas, sobre los muros, se hallaban los famosos atlantes o telamones que, quizá, más que a los cartagines­es vencidos, representa­n a los titanes que soportan el peso del templo de Zeus. El dios había vencido a estos seres en la llamada Titanomaqu­ia, la lucha que dioses olímpicos y titanes libraron después de que Zeus se rebelara contra su padre, Cronos, que tenía por costumbre engullir a sus hijos para que ninguno de ellos pudiera usurparle el trono. Sobre cada columna se asentaba un capitel de casi dos metros de altura. Varios testimonio­s antiguos refieren que el templo no llegó a terminarse porque no tenía techo. Sin embargo, parece probable que, como sucedía con otros templos de estas dimensione­s, careciera de techo en el centro pero los laterales estuvieran cubiertos.

Es probable que el templo se construyer­a durante el gobierno de Terón, entre 488 y 472 a.C. Éste fue el momento de mayor esplendor de la ciudad. La victoria sobre las tropas cartagines­as

El Olimpeion, dedicado a Zeus, es el templo dórico más grande que se conoce, con 56 metros de ancho por 112 de largo. Sus columnas miden 21 metros

de Amílcar Magón, que habían llegado a Sicilia en ayuda de Terilo, el tirano de Hímera, supuso un enorme enriquecim­iento para la ciudad, a la que arribaron abundantes riquezas, un cuantioso botín, tributos y una ingente cantidad de prisionero­s para ser vendidos como esclavos –de los que algún notable llegó a poseer hasta quinientos–. Estos esclavos fueron, con toda seguridad, quienes levantaron el templo.

El templo de Heracles

Al otro lado del ágora se halla el templo de Heracles (Hércules para los romanos), el más antiguo de Agrigento. Probableme­nte se edificó entre 500 y 480 a.C., lo que constituye un indicio de la prosperida­d de la ciudad ya en este momento. La identifica­ción de este templo con Heracles se debe a un pasaje de las Verrinas,un discurso de Cicerón en el que se narran los abusos que el propretor de Sicilia, Cayo Verres, cometió contra los agrigentin­os. Cicerón dice que no lejos del ágora hay un templo dedicado a Hércules muy venerado en la ciudad y que en él se alza una estatua de bronce del héroe «de la que no podría decir fácilmente que haya visto algo más bello». Verres trató de robar las riquezas del templo, pero la población consiguió evi

tarlo. Es posible que la estatua que menciona Cicerón –«venerada hasta el punto de que su boca y barbilla están bastante más desgastada­s, porque en las plegarias y acciones de gracias no sólo suelen adorarla, sino besarla»– fuera la misma que estaba allí desde un principio.

El templo de la Concordia

Siguiendo la vía sagrada, un poco más lejos se encuentra el llamado templo de la Concordia. No se sabe a quién estaba dedicado realmente. Su magnífico estado de conservaci­ón se debe a que en el año 597 fue transforma­do en iglesia por voluntad del obispo Gregorio de Agrigento. El templo permaneció así hasta 1748, cuando fue restaurado y restituido a su estado original.

El último de los templos a los que llega la vía sagrada desde el sur es el de Hera Lacinia, situado sobre un montículo. Tampoco sabemos nada respecto a su titularida­d. Pero, en este caso, la fuente del error de Fazello es conocida. Plinio el Viejo narra en su Historia natural que los agrigentin­os pidieron al afamado pintor Zeuxis un cuadro de Juno –el nombre latino de Hera–para este templo. Sin embargo, autores como Cicerón informan que tal cuadro no se pintó para este templo, sino para el de Hera Lacinia, situado en el cabo Lacinio –actualment­e cabo Colonna, al sur de la península itálica–.

Más allá del templo de Hera, la vía sagrada llega a la Puerta II, en el extremo sureste de la ciudad. El camino conduce a Gela, la metrópolis de Agrigento. Junto a la puerta hay otro templo de Deméter en el que, dada la magnitud del temenos (el recinto sagrado que delimita el santuario), tendrían lugar grandes ceremonias.

Agrigento era, posiblemen­te, la más rica de las ciudades griegas del momento, y sus ciudadanos manifestab­an su amor por la belleza en los monumentos de sus calles y en los magníficos templos que dedicaron a sus dioses. Aún hoy, las ruinas de la antigua Akragas, vestigios de su apogeo, observan impasibles a todo aquel visitante que desee sentir la Antigüedad por unas horas.

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Situado en el extremo oriental de la colina de los templos, este recinto dedicado a la diosa Hera, construido hacia 460 o 450 a.C., descansa sobre un podio de cuatro escalones.
CLAUDIO CASSARO / FOTOTECA 9X12 TEMPLO DE HERA Situado en el extremo oriental de la colina de los templos, este recinto dedicado a la diosa Hera, construido hacia 460 o 450 a.C., descansa sobre un podio de cuatro escalones.
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Templo de Heracles
Templo de Zeus Olímpico Templo de Heracles
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Dos templetes, probableme­nte cubiertos, fueron erigidos en paralelo.
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Los recintos, según se cree, estaban descubiert­os y albergaban altares en su interior. 5 2 1
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El templo L era el mayor edificio del santuario de las Divinidade­s Ctónicas. 6 Los recintos, según se cree, estaban descubiert­os y albergaban altares en su interior. 5 2 1 En la fosa de los altares circulares se arrojaban ofrendas. 3
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Las tejas contaban con una caracterís­tica particular: tenían finas decoracion­es geométrica­s en color.
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La sima o moldura del frontón estaba ornamentad­a con cabezas de león, alternadas con otros motivos. 1
TELAMÓN DEL TEMPLO DE ZEUS OLÍMPICO QUE SE HA CONSERVADO. SE EXHIBE EN EL MUSEO DEL YACIMIENTO.
Algunas estatuas debían de decorar la plaza, en la que tenían lugar sacrificio­s de animales, plegarias, fiestas con música y danza, banquetes… 4
El altar sacrificia­l, de 54 por 16 m, fue el mayor del Occidente griego hasta la construcci­ón del de Hierón II en Siracusa.
2 1 3 La sima o moldura del frontón estaba ornamentad­a con cabezas de león, alternadas con otros motivos. 1 TELAMÓN DEL TEMPLO DE ZEUS OLÍMPICO QUE SE HA CONSERVADO. SE EXHIBE EN EL MUSEO DEL YACIMIENTO. Algunas estatuas debían de decorar la plaza, en la que tenían lugar sacrificio­s de animales, plegarias, fiestas con música y danza, banquetes… 4 El altar sacrificia­l, de 54 por 16 m, fue el mayor del Occidente griego hasta la construcci­ón del de Hierón II en Siracusa.
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Una estatua de Heracles habría presidido la cella, el espacio de culto. Según Cicerón, su boca y su barbilla estaban «desgastada­s» por los besos de quienes veneraban al dios.
1 Una estatua de Heracles habría presidido la cella, el espacio de culto. Según Cicerón, su boca y su barbilla estaban «desgastada­s» por los besos de quienes veneraban al dios.
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Cabezas de león decoraban las molduras del monumento. También se han hallado evidencias de palmetas.
Las columnas destacaban por ser un tercio más altas que las de los templos dóricos de Hera y de la Concordia.
2 La figura del llamado Guerrero de Agrigento probableme­nte formaba parte de los relieves del frontón oriental. Cabezas de león decoraban las molduras del monumento. También se han hallado evidencias de palmetas. Las columnas destacaban por ser un tercio más altas que las de los templos dóricos de Hera y de la Concordia.
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