Termas: higiene y lujo en Roma
Hace dos mil años, los romanos construyeron complejos termales a lo largo y ancho de su Imperio. Al principio eran baños sencillos, pero los sucesivos emperadores rivalizaron en edificar las termas más grandes y más lujosas
Gracias a las mejoras en el abastecimiento de agua y la aparición del hipocausto se extendió por Roma una red de baños públicos que en época imperial se convirtieron en termas cada vez más grandes y lujosas.
LasLas termas surgieron en Roma hace más de dos mil años, como grandes complejos dedicados al culto al cuerpo. En ellas, los cuatro elementos se ponían al servicio de una experiencia sensorial completa: el agua –de las bañeras a distintas temperaturas–, el fuego –para caldear y ambientar las salas–, la tierra –desde la sencilla arcilla a los más sofisticados mármoles de importación– y el aire, que creaba atmósferas embebidas de calor, humedad y de los perfumes de los óleos. Las termas procuraban todo tipo de sensaciones, táctiles y olfativas. Convertir una necesidad higiénica en un deleite sensual constituye la prueba más tangible del éxito de la civilización romana.
Los primeros baños o balnea –en el sentido de una sala o edificio especial– de los que se tiene noticia en Roma se remontan a finales del siglo III a.C. Los precedentes habría que buscarlos en la cultura helénica y de modo directo en las antiguas colonias griegas del sur, cerca de Nápoles. Precisamente en esa zona Publio Cornelio Escipión el Africano, el hombre que en plena gloria fue criticado por sus costumbres griegas y por frecuentar las palestras, poseía una villa en la localidad de Literno, donde murió en el destierro. Allí se podía ver, todavía en época de Séneca, más de dos siglos y medio después, su baño oscuro y estrecho. Entonces las salas de baño se caldeaban con braseros.
El desarrollo de los baños en Roma corrió en paralelo a las mejoras en el abastecimiento de agua, gracias especialmente a la construcción de grandes acueductos desde finales del siglo IV a.C. hasta la época imperial. Pero más importante aún fue una innovación clave: el hipocausto, un eficiente dispositivo para transmitir calor a través de suelos radiantes y paredes con cámaras de calor. Consistía en un falso suelo elevado sobre columnillas de ladrillo, en el que se apoyaban grandes tejas planas y cuadradas de sesenta centímetros de ancho. Sobre ellas se disponía una capa de mortero (opus signinum) para impermeabilizar el pavimento y evitar filtraciones de agua. Los esclavos alimentaban el fuego de un horno a nivel
de suelo, rehundido, y con frecuencia en un espacio subterráneo, de donde provenía el calor que circulaba por el falso suelo y ascendía por conductos verticales de ladrillo (tubuli) para caldear suelo y paredes. La otra clave de la eficiencia del sistema era el uso de ladrillo, un material refractario que absorbe todo el calor y lo libera lentamente, incluso durante horas después de apagar el fuego.
El innovador hipocausto
En una gran caldera de bronce colocada sobre la boca del horno se calentaba el agua que luego era conducida a la estancia principal de los baños, el caldarium, la sala del baño caliente, donde se cree que el agua podía alcanzar casi los 40 grados. La estancia consistía en una gran cubeta de agua cuyo suelo se recalentaba junto al techo del horno, encima de la entrada del calor sobre el hipocausto.
El caldarium era normalmente la tercera sala que se visitaba en las termas. La primera, el apodyterium, era de hecho un vestuario para dejar la ropa y las pertenencias, que, además de bancos, pudo disponer de casilleros. La segunda sala del circuito era el tepidarium, una sala templada que permitía efectuar una adaptación térmica antes de
UN HORNO PROYECTABA TODO EL CALOR QUE CIRCULABA POR UN FALSO SUELO Y ASCENDÍA POR CONDUCTOS VERTICALES DE LADRILLO PARA CALDEAR PAVIMENTOS Y PAREDES