POR Y CONTRA
TERROR NECESARIO
En esta alegoria de El triunfo de la Montaña, esto es, de los jacobinos, se muestra a las diosas Libertad e Iguadad sobre un carro cívico. Al pie de la imagen, Hércules y Minerva exterminan a «los diversos monstruos que bajo diferentes máscaras nos querían arrebatar la Libertad», según dice la leyenda de la imagen.
Mientras que los jacobinos justificaban la represión del Terror como una medida necesaria para el triunfo de la Revolución, sus adversarios la consideraban un instrumento de la tiranía personal de Robespierre. Las dos ilustraciones de esta página muestran la contraposición de ambas perspectivas.
DESPOTISMO SIN LÍMITES
En este grabado de 1794, Robespierre guillotina al verdugo, el último que quedaba después de haber decapitado a «todos los franceses». Las guillotinas con letras alfabéticas indican todas sus víctimas. Sobre la pirámide se lee: «Aquí yace toda Francia». El «tirano» está pisoteando las constituciones de 1791 y 1793.
que se garantizara el suministro de pan y se acabara con los traidores. Los sans-culottes estaban «hartos de verse ante un destino siempre incierto y a la deriva» y exigieron el arresto inmediato de los sospechosos y la vigilancia sobre los acaparadores. Los diputados jacobinos hicieron suyas las demandas de los amotinados, y un orador proclamó: «Es hora de que la igualdad pase la guadaña sobre todas las cabezas. Así pues, legisladores, poned el terror en el orden del día».
Todos sospechosos
Siguiendo esta consigna, el Comité de Salvación Pública acometió una amplia reorganización del Tribunal Revolucionario. El número de jueces se aumentó hasta 16 y el de jurados hasta 60, lo que permitió dividir el tribunal en cuatro secciones. El tribunal se dotó asimismo de una prisión propia. Ello permitió que aumentara drásticamente el número de juzgados, al tiempo que se endurecían las sentencias. Se ha calculado que entre octubre de 1793 y enero de 1794 fueron ejecutadas en toda Francia unas 8.000 personas, la mitad del total de víctimas del Terror. Además, el 17 se septiembre se aprobó la «ley de sospechosos», que puso en el punto de mira a todos aquellos que, «por su conducta, sus relaciones, sus declaraciones o sus escritos», se hubieran mostrado «partidarios de la tiranía» o poco comprometidos con la Revolución, especialmente los curas refractarios, los antiguos nobles, los funcionarios públicos suspendidos y los emigrados. La ley casi duplicó el número de presos en las cárceles de París. En el momento álgido del Terror, en las cárceles de Francia había 80.000 sospechosos, y a lo largo del Terror medio millón de personas pasaron períodos más o menos largos en prisión por razones políticas.
Durante los meses de octubre y noviembre se celebraron algunos procesos de gran impacto, empezando por el de la reina María Antonieta, que el 14 de octubre fue llevada ante el tribunal y dos días más tarde fue condenada a muerte por alta traición y ejecutada en la guillotina. También tuvo lugar entonces
el proceso contra los diputados girondinos que habían sido proscritos durante la crisis de junio, acusados de tibieza por no haber votado la muerte del rey. Más de noventa de ellos fueron arrestados y conducidos el 30 de octubre ante el Tribunal Revolucionario; veintiuno fueron ejecutados –entre ellos su líder, Brissot– y el resto permanecieron encarcelados hasta el fin del Terror.
Las víctimas
Los girondinos fueron víctimas propiciatorias en esta fase del Terror. Entre ellos puede citarse a una de las escritoras que florecieron durante la Revolución, Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana. Vilipendiada por la prensa populista, fue detenida el 20 de julio de 1793 por pedir un referéndum sobre la monarquía. Llevada ante el tribunal, se defendió: «¿Acaso no están la libertad de opinión y prensa consagradas como el más precioso patrimonio de la humanidad en la Constitución? Vuestros actos arbitrarios deben ser condenados ante el mundo entero». Declarada culpable por sus «escritos contrarrevolucionarios», fue ejecutada el 3 de noviembre de 1793.
El matemático y filósofo Nicolas de Condorcet se convirtió también en objetivo del Terror por sus simpatías hacia los girondinos. Durante nueve meses permaneció oculto en casa de unos conocidos en París, tiempo que aprovechó, curiosamente, para componer el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, una reflexión sobre el progreso inevitable de la humanidad a lo
largo de la historia. En marzo de 1794 intentó salir de París, pero fue descubierto y encarcelado por un comité de vigilancia local; al parecer, ingirió un veneno y murió en su celda.
El 29 de diciembre fue ejecutado el antiguo alcalde de Estrasburgo Philippe-Frédéric de Dietrich, en cuya casa se cantó por primera vez La Marsellesa. Segun Robespierre, era «uno de los mayores conspiradores de la República». Casos como éste, de revolucionarios de la primera hora que de repente eran declarados enemigos de la República y lo pagaban con su vida, hicieron pensar a muchos que el Terror estaba yendo demasiado lejos y que la Revolución se estaba destruyendo a sí misma. Sobre todo en un momento en que la situación en las fronteras se había vuelto más favorable para Francia, y por ello desaparecía en parte el pretexto de la salvación de la patria.
En esas circunstancias surgió la corriente de los «indulgentes», los partidarios de relajar la persecución contra los supuestos enemigos de la Revolución. Danton, el mismo que había justificado las masacres de septiembre, reclamó
la creación de un «comité de clemencia» para resolver la situación de los sospechosos que no habían cometido ningún delito. Y, desde las páginas de Le Vieux Cordelier, su amigo Camille Desmoulins dio voz a todos aquellos que no entendían que el Terror se perpetuara cuando sus objetivos parecían cumplidos: «¡Deseáis exterminar a todos vuestros enemigos en la guillotina! ¿Ha habido jamás mayor locura? ¿Podéis destruir siquiera a uno en el cadalso sin ganaros diez enemigos de su familia y amigos? ¿Creéis que son esas mujeres, esos viejos, esos achacosos, esos egoístas, esos rezagados de la Revolución que tenéis encerrados los realmente peligrosos?».
Lucha a muerte por el poder
Si en el conjunto de Francia, pasada la crisis de septiembre de 1793, el Terror se apaciguó, no ocurrió lo mismo en París. En la capital, el Terror se convirtió en un arma de la lucha de Robespierre y los jacobinos del Comité de Salvación Pública contra las facciones políticas opuestas. Así ocurrió con Hébert, cabecilla de los enragés, los sans-culottes más radicales de París, partidarios justamente de una intensificación del Terror contra los acaparadores y toda suerte de sospechosos de conspiración. En marzo de 1794, cuando Hébert llamó a una «sagrada insurrección» contra la Convención, fue arrestado junto con sus seguidores, quienes en el proceso ante el Tribunal Revolucionario fueron acusados sin ninguna prueba de ser «agentes del extranjero». El día 24, Hébert sufrió la suerte que tantas veces había exigido para otros: «Afeitarse con la navaja nacional».
El 30 de marzo, apenas unas semanas después, Danton, Desmoulins y otros «indulgentes» fueron detenidos y llevados ante el tribunal junto con unos verdaderos culpables de fraude, en lo que era una mezcla de delitos comunes y políticos que se había convertido en una práctica habitual. Siempre combativo, Danton aprovechó que su voz amplia y profunda se imponía a la de sus interrogadores: «Mi voz no sólo será oída por vosotros, sino por toda Francia», clamó,