¿QUÉ HACER CUANDO EL MUNDO
no es como te gustaría que fuera? Para Luis II de Baviera, esto no fue ningún problema. Abandonó los asuntos públicos y la capital de su reino, Múnich, para consagrarse a sus ensoñaciones wagnerianas. El resultado de su pasión por la antigua épica germánica de los nibelungos, que su admirado Wagner transformó en óperas, fue la construcción de mundos irreales en forma de castillos fantásticos. Dotados, eso sí, de las últimas sofisticaciones técnicas: ser un héroe medieval está bien, pero tener agua caliente corriente y luz eléctrica es más cómodo aunque resulte menos épico. Los delirios del rey bávaro no eran dañinos para la gente, sino para las arcas del Estado: empleó cantidades ingentes de dinero en la construcción de sus palacios, donde podía vivir ajeno al mundo. Su familia logró apartarlo del poder, y entonces, privado del trono, pereció ahogado una noche de tormenta –una muerte que está rodeada de misterio–. Como Luis II, Tiberio pudo vivir de espaldas a la realidad en su fastuosa villa de Capri hasta que esa realidad irrumpió en su existencia en forma de traición. Tiberio y Luis II no han sido los únicos soberanos que han empleado su poder y sus recursos para vivir sus propios sueños. Sin embargo, hay otra especie de gobernante más peligrosa: la de aquél que, en vez de retirarse del mundo, decide amoldarlo a sus visiones; una especie que, lejos de lo que un día se pudo creer o esperar, está lejos de extinguirse.