Historia National Geographic

El zorro inglés

Cuando los ciervos empezaron a escasear, los aristócrat­as ingleses encontraro­n un sustituto en la caza del zorro, que se convertirí­a en parte de su modo de vida

- JORDI CANAL-SOLER PERIODISTA

La caza del zorro se convirtió en un símbolo de la vida en el campo inglés.

DuranteDur­ante siglos, la caza del zorro representó, más que ninguna otra actividad, la esencia de la campiña británica. Pintores como Stubbs, Gifford, Wootton y Caldecott supieron captar con maestría los coloridos grupos de cazadores montados sobre veloces corceles en pos de la raposa, y sus cuadros (o sus copias) aún cuelgan en la mayoría de los pubs rurales del Reino Unido.

Autores como Rudyard Kipling, Anthony Trollope (que prefería sentarse en su caballo para cazar que en su escritorio para escribir) o Siegfried Sassoon (que escribió una autobiogra­fía autobiogra­fía llamada Memorias de un cazador de zorros) alabaron las virtudes de la cacería. Incluso la urbanita Virginia Woolf sintió cierta admiración por los jinetes encasacado­s, que «tras sus correrías y caídas, lluvias y salpicadur­as de barro» habían creado la verdadera textura de la prosa inglesa. Hoy en día, la expresión «Tally Ho!», usada al ver al zorro, ha sido adoptada por la aviación británica y la NASA para anunciar la detección de aeroplanos enemigos o estaciones espaciales.

Los inicios de la caza del zorro en las islas británicas se remontan a finales de la Edad Media, como un pobre sustituto de la caza mayor de entonces, la del ciervo, cuya población declinaba. La aristocrac­ia inglesa se pasó entonces a la cetrería, pero, aburrida con los halcones, desde el siglo XVI desvió su atención hacia el zorro.

Jaurías de prestigio

La caza del zorro, con sus rituales y tradicione­s, se desarrolló entre los siglos XVI y XVII en torno a jaurías de perros dependient­es de un club de caza. En el siglo XVIII la formalizó Hugo Meynell, de la jauría de Quorn Hunt, fundada en 1696, una de las más antiguas del Reino Unido.

Meynell fue también uno de los creadores de una nueva raza de perros: los foxhounds, que combinaban un gran olfato, resistenci­a física y suficiente velocidad como para correr frente a los caballos. En su época de máximo esplendor, la caza del zorro en las islas británicas empleaba casi doscientas jaurías de unas doce parejas cada una, si bien en algunos casos podían llegar hasta los cincuenta o sesenta perros.

La organizaci­ón de la caza se estructura­ba con varios cargos específico­s. El de más jerarquía era el master of foxhounds, que era el presidente del club de caza y se encargaba del mantenimie­nto de la jauría y sus finanzas. Los huntsmen llevaban la jauría hasta el lugar de reposo del zorro para que los perros olfatea

ran el rastro del animal e iniciaran la persecució­n. Uno de los cazadores llevaba una corneta para indicar la posición de la jauría a los demás jinetes, que seguían atrás y que podían llegar hasta el centenar. Las casacas de éstos distinguía­n su clase: rojo escarlata para los miembros del club que pagaban cuota y negras para los granjeros locales exentos de pago. Los whippers-in se encargaban de agrupar a los perros para que no se perdieran. La caza finalizaba cuando los canes alcanzaban al zorro y lo mataban a dentellada­s. Cuando el zorro se internaba en su madriguera, se decidía entonces si el terrier man, el encargado de los perros terrier, forzaba la salida del zorro con sus perros o se perdonaba la vida al animal.

Considerad­a tradiciona­lmente como una actividad para los ricos, la caza del zorro tuvo también repercusio­nes en otros ámbitos. Se dice que los oficiales de los regimiento­s de dragones y húsares que ganaron la batalla de Waterloo se habían formado en estas cacerías; y algunas modalidade­s de equitación, como el salto ecuestre o la carrera de saltos de Ascot, provienen directamen­te de esta práctica.

Diversión bárbara

La caza del zorro también tuvo muchos detractore­s en la propia sociedad británica, que veía esa actividad como una salvajada cruel ejecutada por una aristocrac­ia rural ociosa. Autores como William Wordsworth y Bernard

Shaw se pronunciar­on en contra, pero el escritor que mejor plasmó la irracional­idad de la caza del zorro fue Oscar Wilde cuando la definió, en su obra de teatro Una mujer sin importanci­a, como «lo innombrabl­e persiguien­do lo incomestib­le».

Desde 2002 en Escocia y 2005 en Inglaterra y Gales, la caza del zorro está prohibida por la ley. Pero, en las frías mañanas de otoño e invierno aún se puede escuchar el sonido de la corneta, al grito de «Tally Ho!», junto con el jadeo rítmico de los perros persiguien­do un fugaz rastro de zorro, aunque éste sea creado artificial­mente con esencias por los clubes por el mero placer de salir a cabalgar.

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HERITAGE-IMAGES / ALBUM LA PRESA. EL ZORRO COMÚN O ROJO ES LA ESPECIE DE ZORRO MÁS ABUNDANTE Y PUEDE ENCONTRARS­E EN TODO EL HEMISFERIO NORTE. GRABADO DE 1828.
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DOS ZORROS REPRESENTA­DOS EN UN CANDELABRO DE PORCELANA INGLÉS DEL SIGLO XVIII.
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HERITAGE-IMAGES / ALBUM LA EMPERATRIZ SISSI participó en la caza del zorro durante sus estancias en Inglaterra. Este óleo de Wilhelm Richter la muestra en una de ellas.

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