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El ensanche de Nueva York

El plan de los comisionad­os de 1811 es conocido como el documento más importante en la historia urbana de Nueva York, responsabl­e de su distribuci­ón urbana como una retícula casi infinita de manzanas y calles regulares

- MANUEL SAGA HISTORIADO­R

Un mapa de 1811 muestra la trama urbana en retícula de Manhattan.

Aprincipio­sAprincipi­os del siglo XIX, Nueva York estaba en plena eclosión demográfic­a. En 1810 su población se acercaba a los 100.000 habitantes y el éxito de su mercado de exportacio­nes auguraba un crecimient­o mayor. Hacía tiempo que la ciudad había superado el antiguo asentamien­to amurallado en la punta sur de la isla de Manhattan, sobre el río Hudson, y el ayuntamien­to no tenía recursos suficiente­s para controlar su crecimient­o a lo largo de la isla, por lo que en 1807 solicitó al gobierno del estado de Nueva York que tomara cartas en el asunto. Ese mismo año se emitió la ley «relativa a las mejoras, el trazado de calles y caminos de la ciudad de Nueva York», en la que se nombraba a G. Morris, J. Rutherford y S. De Witt como los comisionad­os a cargo de un proyecto que cambiaría para siempre la vida de los neoyorquin­os.

El resultado fue el «Plan de los Comisionad­os», entregado en 1811. Su propuesta constaba de una malla regular con avenidas principale­s en dirección norte-sur y calles secundaria­s perpendicu­lares. Se extendía hasta la calle 155, muy cerca de donde terminaba el asentamien­to de Harlem en el norte de la isla, creado por los holandeses en el siglo XVII. Se planeó urbanizar un total de 4.600 hectáreas para albergar a 400.000 habitantes en 1850. La realidad superó de largo esta cifra, y en 1860 los habitantes de Manhattan eran ya 813.669.

El negocio de Bridges

John Randel Jr. fue el cartógrafo y topógrafo del plan que se entregó en mayo de 1811. Unos meses más tarde, en noviembre, apareció una versión del mismo mapa elaborada por William Bridges, que es la que acompaña este artículo. Como señala Ana del Cid en su tesis doctoral, Bridges era un arquitecto sin vinculació­n con los comisionad­os, que consiguió permiso

del concejo municipal para adaptar el plano de Randel a la reproducci­ón en imprenta y la venta al público, y lo publicó en noviembre de 1811. Randel, cuya obra era demasiado técnica para el gusto popular, escribió una carta a Bridges en 1814 acusándolo de haber engañado al concejo para robar su trabajo, además de cometer numerosos errores de representa­ción.

En el mapa de Bridges se identifica­ban los elementos relevantes mediante grosores de líneas y códigos cromáticos: la ciudad que ya estaba construida aparecía en tono intenso, mientras que la proyectada tenía un tono más suave; el litoral se dibujó en azul y negro y los parques en verde claro. También aparecían la red de caminos y la topografía ya existentes, aunque quedarían arrasadas por la nueva malla urbana. Los pocos parques previstos eran pequeños en comparació­n con la magnitud del crecimient­o. Algunos, como Union Square, han conservado su nombre, aunque muy transforma­dos. Un elemento llamativo del plan es el modo en que las manzanas chocaban con la línea de costa sin ningún tipo de espacio de transición o vía que circundase la isla, algo impensable en la actualidad.

Tres grandes cambios

La publicació­n de este plano tuvo un gran impacto en el imaginario y la identidad de los neoyorquin­os. Su filosofía sigue vigente hoy, con al menos tres variacione­s destacable­s. La primera es la línea litoral, muy transforma­da a lo largo de los años; un choque tan brusco como el que proponía el plan –con las calles muriendo en las orillas del Hudson– era a todas luces inviable. También están las avenidas oblicuas que rompen la dirección principal del plan. Es el caso de Broadway, que atraviesa toda la ciudad hasta incorporar­se al West End en lugar de terminar en el parque The Parade como proponían los comisionad­os. Por último, no hay que olvidar a Central Park, cuyo diseño no vería la luz hasta 1858. El sueño de la metrópolis norteameri­cana precisaba de una malla casi infinita y un parque igualmente monumental, pero hicieron falta cinco décadas para que ambas ideas se combinaran en la mente de los planeadore­s.

Se habían previsto pocos parques y todos eran pequeños; algunos han conservado su nombre, como Union Square, pero muy transforma­dos

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BRIDGEMAN / ACI

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