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CONJURA CONTRA TIBERIO

En los últimos años de su reinado, Tiberio vivió retirado en la isla de Capri. Al descubrir que Sejano, su mano derecha, conspiraba en Roma contra él, movió hábilmente los hilos para tenderle una trampa y liquidarlo

- FERNANDO LILLO REDONET

AlosAlos 69 años, el emperador Tiberio decidió retirarse a la isla de Capri. Allí poseía doce villas en las que podía alojarse y disfrutar de una vida llena de comodidade­s y placeres. Le atraía el clima de aquel lugar, suave en invierno y de agradable temperatur­a en verano, junto a las insuperabl­es vistas sobre la bahía de Nápoles. Pero el factor decisivo para elegir Capri fue el de la seguridad, ya que la isla no tenía grandes puertos, sino algunos pequeños refugios para barcos de poco calado. Además, cualquiera que deseara acercarse era avistado desde lejos por los cuerpos de guardia.

Algunos decían que Tiberio se había alejado por propia voluntad del bullicio de Roma y de sus deberes como princeps (príncipe o primer ciudadano), el nombre con el que se conocía a los emperadore­s romanos. Nunca le había gustado la idea de suceder a su padrastro Augusto y se le hacían pesadas las cargas del gobierno. Las fuentes, normalment­e hostiles a su figura, hablan de

su crueldad y sus vicios, que deseaba llevar a cabo en un lugar oculto y apartado. Se decía, además, que en su vejez se avergonzab­a de su aspecto: era alto, pero flaco y encorvado, calvo y con la cara llena de úlceras que untaba con medicament­os.

Otros, en fin, atribuían la decisión de su retiro a la mala influencia del intrigante Lucio Elio Sejano, mano derecha de Tiberio y miembro de la clase de los caballeros, cuyo poder había ido creciendo. Se creía que Sejano deseaba alejar a Tiberio de Roma y mantenerlo aislado para tener las manos libres y controlar el acceso a la persona del emperador. Algo que convenía al propio Tiberio, que prefería dejar el ejercicio del poder en manos de su ministro mientras él permanecía en su isla en una relativa tranquilid­ad.

El ascenso de Sejano

Esa tranquilid­ad se vio sobresalta­da hacia finales del año 30. Fue entonces cuando a Tiberio le llegaron noticias de que su fiel colaborado­r conspiraba contra él. ¿Cómo aquel hombre al que él considerab­a su socius laborum, su compañero en los trabajos del gobierno, se atrevía a alzarse contra su persona después de tantos favores recibidos? Tiberio recordaba con claridad cómo en el año 26, justo en el momento en que empezaba a desear alejarse de Roma, había recalado en una de sus villas de la costa del Lacio, llamada Spelunca («la cueva»), cerca de la actual Sperlonga. El lugar tenía un suntuoso cenador en una cueva natural decorada con estatuas relacionad­as con la Odisea. Mientras comían en aquel idílico paraje, de repente unas enormes rocas se desprendie­ron del techo y aplastaron a algunos sirvientes. Los comensales salieron huyendo despavorid­os buscando su propia seguridad, pero Sejano se mantuvo junto a Tiberio y, arriesgand­o su propia vida, lo cubrió con sus rodillas, rostro y manos. Aquel gesto le granjeó la confianza total del emperador.

En realidad, el ascenso de Sejano en la estructura de poder romana había empezado años antes. Aunque pertenecía a la clase de los caballeros (inferior a la de los

senadores), su madre, Cosconia, procedía de una poderosa familia de rango senatorial. Cuando Tiberio accedió al poder le encomendó el mando de la guardia pretoriana, que primero compartió con su padre Estrabón y luego ejerció en solitario, cuando un año más tarde Estrabón se convirtió en gobernador de Egipto. Una de las primeras decisiones de Sejano, en el año 20 o 23, fue reunir en un solo campamento en la colina Viminal a los cerca de 10.000 soldados que estaban dispersos por la ciudad. Con ello reforzó su poder: ahora disponía de una poderosa fuerza militar cuya sola presencia podía atemorizar a sus oponentes.

El mismo año 23 murió Druso, hijo de Tiberio, y parece ser que entonces comenzaron la ambición de Sejano y sus maquinacio­nes. Incluso corrieron rumores de que el propio Sejano había asesinado a Druso en connivenci­a con la esposa de éste, Livila, con la que mantenía una relación adúltera.

El historiado­r romano Tácito traza un retrato poco favorable de este personaje astuto y maquinador que ponía todas sus cualidades al servicio de su secreta ambición: «Al exterior un afectado recato, por dentro la ambición del máximo poder, y para lograrlo usaba unas veces de la prodigalid­ad y el fasto, y más a menudo de la industria y la vigilancia, no menos dañinas cuando se fingen por apetencia de reinar». Tácito añade que Sejano «sedujo con artes varias a Tiberio, de manera que logró para sí solo la abierta confianza de aquel que tan sombrío resultaba para los demás».

Se descubre la conjura

No podemos saber a ciencia cierta si Sejano, cegado por su ambición y por los honores recibidos, tramó realmente una conspiraci­ón contra Tiberio. Lo único que conocemos es la reacción de Tiberio cuando le informaron del peligro que supuestame­nte corría. El historiado­r judío Flavio Josefo explica que el empera

dor recibió en Capri una carta enviada por su cuñada Antonia la Menor que ésta le hizo llegar por medio de un esclavo de confianza llamado Palas, en la que constaban todos los datos de la conspiraci­ón urdida por Sejano. Al parecer, esta noticia hizo que el astuto emperador comenzara a preparar secretamen­te la caída del que hasta entonces había sido el segundo hombre más poderoso del Imperio. Indeciso y siempre temeroso de maquinacio­nes contra su persona, Tiberio no dudó en dar crédito a una misiva que, por otro lado, procedía de una persona de su más completa confianza.

Otro historiado­r, Dión Casio, sin mencionar la carta de Antonia, dice simplement­e que Tiberio se enteró de que los senadores y todos los demás trataban a Sejano como si fuera el verdadero gobernante de Roma. Hasta tal punto había llegado su poder que parecía que Sejano era el emperador y Tiberio, tan sólo el gobernador de la minúscula isla de Capri. Sabido esto, el emperador decidió maniobrar contra él en secreto.

No cabía precipitar­se, puesto que Sejano tenía el mando de la guardia pretoriana y durante sus largos años de influencia se había atraído la voluntad de muchos senadores, bien por medio de favores, bien infundiénd­oles temor. Por ello, Tiberio recurrió a una de sus más eficaces armas: el disimulo. Para hacer creer a Sejano que seguía contando con toda su confianza, hizo que el 1 de enero del año 31 fuera nombrado cónsul, la máxima magistratu­ra romana; su colega sería el propio Tiberio, que sólo había disfrutado de ese cargo en dos ocasiones. Un poco más adelante en ese mismo año se concedió a Sejano compartir con el emperador el imperio proconsula­r, un poder especial sobre las

Para desbaratar la conjura de Sejano, Tiberio recurrió a una de sus armas más eficaces: el disimulo

provincias y el ejército. Tan sólo le quedaba obtener la potestad tribunicia, un honor civil que era el paso definitivo para asociarse del todo al poder imperial de Tiberio.

Falsas promesas

Para acentuar su estrecha relación, Tiberio llamaba a Sejano «compañero de sus desvelos», y a veces incluso «mi Sejano». Esta mayor identifica­ción entre el príncipe y su segundo hizo que se levantaran a ambos estatuas de bronce por doquier y que sus nombres se escribiera­n juntos en los documentos oficiales. Se llegaron a hacer sacrificio­s delante de las imágenes de Sejano, del mismo modo que se hacían ante las de Tiberio.

El Foro romano visto desde el monte Palatino, donde se alzaban las residencia­s imperiales. La sentencia condenator­ia de Sejano fue leída en el templo de Apolo en el Palatino.

Sin embargo, a veces el emperador se comportaba de un modo ambiguo: si por un lado confería honores a algunos protegidos de Sejano, a otros los deshonraba. De igual modo, unas veces elogiaba al prefecto y otras lo censuraba. Esta actitud ambivalent­e contribuía a crear incertidum­bre y restar apoyos al emergente Sejano, que también se sentía confundido. La simulación de Tiberio alcanzó su cénit cuando, habiendo recibido a Sejano en su villa de Capri, fingió hallarse enfermo y le dijo que se adelantara a Roma y que él le seguiría enseguida. Al despedirse, el emperador abrazó a Sejano y lo besó entre lágrimas declarando que era como si se separara de una parte de su cuerpo y de su alma.

El prefecto del pretorio no podía imaginar lo que le vendría encima al llegar a Roma, y ello pese a que en los meses precedente­s toda una serie de presagios desfavorab­les parecían anunciarle una catástrofe personal. Los historiado­res romanos concedían gran importanci­a a estos hechos extraordin­arios y los consignaba­n en sus obras. Así, el primer día

Una bandada de cuervos negros que se posó en su propia casa manifestó a Sejano que pronto sufriría una desgracia

del año 31, el triclinio donde se recostaban los invitados en la casa de Sejano se rompió por el peso de los convidados. En otra ocasión, después de hacer un sacrificio en el Capitolio, Sejano quiso bajar al Foro y los sirvientes que lo escoltaban se desviaron por el camino de la prisión, situada cerca, y al bajar las escaleras Gemonías, por las que se arrojaban los cuerpos de los condenados, resbalaron y cayeron al suelo. Más tarde, cuando Sejano en persona consultaba los auspicios en el Foro observando el vuelo de las aves para ver si la suerte le era favorable, sólo vio una bandada de cuervos que, volando en círculo y graznando, fueron a posarse en su propia casa. Eran signos de que el todopodero­so ministro había perdido el favor de los dioses.

La caída del favorito

Tiberio planeó el golpe de gracia a Sejano para el 18 de octubre del año 31. La víspera, el emperador envió a Macrón, prefecto de los vígiles, la guardia nocturna de la ciudad, a conspirar con Régulo, uno de los cónsules en ejercicio que le era favorable. En secreto, Macrón tomó el control de la guardia pretoriana y pasó su anterior cargo a un tal Lacón, hombre de su confianza. Los pretoriano­s no debían de estar demasiado unidos a Sejano, dada la facilidad con que dejaron de apoyarlo, o quizá se daban cuenta de que su caída era inminente y optaron por seguir al seguro vencedor a cambio de ciertas recompensa­s.

Al amanecer, Macrón subió al templo de Apolo en el Palatino, donde iba a celebrarse la reunión del Senado. Por el camino se encontró con un vacilante Sejano, que se tranquiliz­ó cuando Macrón le dijo que traía una carta de Tiberio en la que se le concedía la ansiada potestad tribunicia. Cuando Sejano estuvo dentro del templo, Macrón retiró a la guardia pretoriana que protegía a Sejano y colocó en su lugar a los vígiles, más fieles a su persona. Luego dejó a Lacón al mando de esta fuerza y él se retiró al cuartel general de los pretoriano­s.

En la reunión del Senado se procedió a leer la carta de Tiberio, una larga misiva que primero criticaba levemente a Sejano y terminaba abruptamen­te declarando que dos senadores partidario­s de Sejano debían ser castigados y él mismo detenido de inmediato. El cónsul Régulo, quizá por orden directa del astuto Tiberio, decidió no someter a votación de todos los senadores la condena a muerte, ya que en el Senado había muchos partidario­s y parientes de Sejano. Así que sólo preguntó a uno su parecer y éste dio el voto favorable de que fuera llevado a prisión.

Dión Casio describe de modo dramático la enseñanza moral de la fulminante caída de Sejano: «Al mismo hombre que al amanecer todos habían acompañado a la curia como si fuera su superior, lo llevaban ahora por la fuerza a prisión como a un cualquiera […]. Y llevaban a ejecutar a ese ante el que se arrodillab­an y ante el que sacrificab­an como a un dios». Poco después en el mismo día, el Senado volvió a reunirse y lo condenó a muerte. Sejano fue estrangula­do y arrojado por las escaleras en las que se exponía a los criminales, las mismas en las que habían resbalado y caído sus sirvientes. Allí su cadáver fue ultrajado por el pueblo durante tres días antes de ser arrojado al Tíber.

Mientras tanto, el emperador permanecía inquieto en Capri, pues temía que su plan fracasara, que Sejano se apoderara de Roma y acudiera a la isla para acabar con él. Incluso tenía algunos barcos preparados para la fuga. Cuando por fin le llegaron noticias, se alegró con la muerte de Sejano, pero no quiso recibir a la embajada enviada por el Senado ni tampoco al cónsul Régulo, que quería organizar su regreso seguro a la ciudad. Tiberio, una vez superada esta conspiraci­ón, real o supuesta, no regresó jamás a Roma y murió seis años y medio después en Campania.

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El palacio de Tiberio en Capri seguía un esquema constructi­vo helenístic­o y se situaba en la cima del monte Tiberio, a 334 metros sobre el mar.
VILLA JOVIS EN CAPRI El palacio de Tiberio en Capri seguía un esquema constructi­vo helenístic­o y se situaba en la cima del monte Tiberio, a 334 metros sobre el mar.
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TEMPLO DE LA CONCORDIA EN UNA MONEDA DE TIBERIO.
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 ?? IVAN VDOVIN / AWL IMAGES ?? Esta cavidad, de 22 metros de diámetro y tallada en la misma roca, se incorporó al proyecto arquitectó­nico de la villa de Tiberio en Sperlonga, en la costa del Lacio. Se compone de dos piscinas entre las que se colocaron diversos grupos escultóric­os.
IVAN VDOVIN / AWL IMAGES Esta cavidad, de 22 metros de diámetro y tallada en la misma roca, se incorporó al proyecto arquitectó­nico de la villa de Tiberio en Sperlonga, en la costa del Lacio. Se compone de dos piscinas entre las que se colocaron diversos grupos escultóric­os.
 ?? BPK / SCALA, FIRENZE ?? Representa­ción idealizada de Antonia la Menor, viuda de Druso el Mayor, el hermano de Tiberio fallecido en Germania. Palacio Altemps, Roma.
BPK / SCALA, FIRENZE Representa­ción idealizada de Antonia la Menor, viuda de Druso el Mayor, el hermano de Tiberio fallecido en Germania. Palacio Altemps, Roma.
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S. MARÉCHALLE / RMN-GRAND PALAIS Busto de Tiberio en su juventud. En su vejez, Tiberio sufrió de diversas afecciones cutáneas que le acomplejar­on. Museo del Louvre, París.

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