NEFERTITI
LA BELLEZA EN EGIPTO
El célebre busto de la reina Nefertiti, descubierto en 1912, representa como ninguna otra obra el modelo de belleza femenina que triunfó durante el período de Amarna
La noble dama, grande en el palacio, de bello rostro, encantadora con las dos plumas, la reina de la alegría, la agraciada, cuya voz produce regocijo, la Gran Esposa Real, su amada, Señora de las Dos Tierras, Neferneferuaten Nefertiti, viva y sana, joven y para siempre perdurable, eternamente». De este modo describe un texto de Amarna a Nefertiti, esposa de Amenhotep IV,
el faraón que adoptó el nombre de Akhenatón cuando estableció el culto al dios Atón y fundó una nueva capital de Egipto en Amarna, en el Egipto Medio. Sin duda, esta semblanza de Nefertiti tenía mucho de alabanza cortesana, pero el «bello rostro» y la juventud «siempre perdurable» de la reina encuentran plasmación en los retratos que conservamos de la reina, sobre todo en su célebre busto, auténtico icono del antiguo Egipto.
El 6 de diciembre de 1912, el arqueólogo alemán Ludwig Borchardt descubrió en la ciudad de Amarna el busto de Nefertiti y enseguida el mundo entero se enamoró de su belleza. Considerado el retrato más hermoso del mundo antiguo, parece la materialización del nombre de la reina, que significa«la bella ha llegado». Se encontró en el taller del escultor Tutmosis y se conservaba excepcionalmente
bien: como escribió Borchardt, «era como si los colores acabaran de ser aplicados. Un trabajo absolutamente excelente. No se puede describir, hay que verlo». El rostro enjuto, el fino cuello apenas curvado hacia delante, los pómulos altos, los párpados ligeramente caídos y la sonrisa, apenas perceptible en los labios carnosos y bien formados, hacen que el retrato siga manteniendo, aún hoy, un encanto indescriptible.
Estudio de las proporciones
En realidad, ese rostro de armonía perfecta fue creado siguiendo rigurosos criterios estéticos, como demostró el egiptólogo Rolf Krauss. El estudioso alemán aplicó a un estudio fotogramétrico del busto una cuadrícula con la unidad de medida de la época de Nefertiti, el dedo egipcio (equivalente a 1,875 centímetros), como las que preparaban los artistas antes de esculpir una estatua para obtener las proporciones exactas del cuerpo. Krauss se dio cuenta de que todos los detalles del rostro se hallaban sobre una línea o sobre la intersección de dos líneas de la cuadrícula, evidenciando la naturaleza
artificial del retrato. Su perfección, pues, se debía a los cánones estéticos de la época, aunque sin duda partía de una base real: el auténtico rostro de la reina.
El busto es de piedra caliza y fue cubierto por un estrato de yeso que se modeló para reflejar con precisión los detalles del rostro. Le falta el ojo izquierdo, lo que hace que esta imagen sea aún más fascinante y enigmática. Tal vez el ojo se desprendió después de que el busto cayera al suelo, o no fue terminado nunca, como no se completó, por ejemplo, la parte externa de los hombros.
Pero ¿por qué dejar inacabada una estatua? Muy simple: porque este busto era «sólo» un modelo. No formaba parte de una estatua de cuerpo entero, como sugiere, por ejemplo, el corte justo debajo de los hombros de la reina. Era la imagen definitiva, el prototipo del rostro de Nefertiti que los escultores debían utilizar para representarla en otras obras de arte.
El famoso busto fue hallado en la antigua Akhetatón (El Horizonte de Atón), la nueva capital que proyectó y construyó Akhenatón, esposo de la reina Nefertiti. Este rey introdujo el culto a un único dios solar, Atón, por lo que se lo considera el primer monoteísta de la historia. La capital de Egipto, Tebas, era una ciudad demasiado ligada a las antiguas divinidades, y por eso el monarca decidió erigir una ciudad nueva en un terreno donde nunca se había construido nada y no se había venerado a ningún dios. La ciudad fue habitada durante poco más de veinte años, pero lo que se ha encontrado dentro de los muros de sus edificios y templos es extraordinario. En el llamado período de Amarna, el arte alcanzó cotas que no fueron superadas en toda la historia egipcia y su repercusión fue revolucionaria. Durante esta breve etapa histórica se puso fin a los cánones clásicos de la representación masculina, pero sobre todo a los de la femenina. Lo que antes era válido, dejó de serlo.
Los cánones de belleza en Egipto
La iconografía femenina en el antiguo Egipto se caracteriza por tres constantes que se repiten a lo largo de toda su historia: un cuerpo delgado y perfecto, en el que ni los embarazos ni el paso de los años dejan marca alguna; una gran sensualidad, subrayada por vestidos ajustados que ciñen el cuerpo y dejan entrever unos senos turgentes y bien formados, junto a una redondez púbica apenas insinuada, y una cara tersa, redonda, sin arrugas, casi de adolescente, asomando bajo grandes pelucas adornadas con magníficas joyas que hacen la figura aún más deseable. Las mujeres, en resumen, se representan como el hombre las quiere ver: objetos de deseo, jóvenes, bien formadas y llenas de erotismo y sensualidad.
En la misma época, en cambio, en las figuras masculinas podemos encontrar grasa excesiva, que se considera una muestra de riqueza, e indicios de vejez, que hace a los hombres personas más sabias y venerables; además, se puede observar también cierto interés por el retrato, un intento de dar personalidad individual al sujeto representado.
HERMOSURA ETERNA
En esta copia de una pintura tebana de la dinastía XIX, posterior a la época de Amarna, dos mujeres con un vestido de lino transparente y los senos al descubierto realizan ofrendas. Grabado del Atlas de Historia del Arte Egipcio, París, 1878.
En una sociedad en la que la mujer gozaba de libertades impensables para otros pueblos contemporáneos, nos hallamos frente al habitual estereotipo de la mujer identificada con la sexualidad y el erotismo, común en tantas culturas antiguas y, por desgracia, un cliché aún presente en la actualidad.
La belleza en Amarna
Este canon de belleza cambió durante el período de Amarna. En primer lugar, las líneas que delimitaban las figuras, antes rígidas y rectas, se volvieron fluidas y curvas; además, mientras que en el pasado la iconografía masculina y la femenina eran muy distintas, ahora se parecen. Este nuevo estilo se llevó al extremo en las figuras del rey y la reina: líneas sinuosas, cuerpos alargados, cintura estrecha, caderas anchas y muslos tan gruesos que hacen que hasta el propio faraón parezca una mujer. Esto no debe sorprendernos, porque en el nuevo credo religioso el principio femenino de la creación era fundamental, y tenía que manifestarse a través del arte. Atón era el padre y la madre de los hombres, así que el faraón también lo era; por eso es representado con características femeninas. El principio masculino y el femenino crean una unidad indisoluble que da vida a Egipto.
El rey siempre aparece acompañado por Nefertiti y a veces también por sus hijas; sobre ellos está siempre Atón, resplandeciendo en el cielo: la familia real se convierte así en un icono que debe ser adorado. Si nos concentramos en los rasgos del rostro de la reina, en las primeras obras que la representan se nos hace difícil creer que sea la misma mujer del famoso busto de Berlín. Y, sin embargo, es ella. Vemos el cuello fino, el rostro largo y delgado con nariz y mentón pronunciados, los labios carnosos y prominentes, las mejillas hundidas y los ojos almendrados, tan rasgados que se convierten en dos ranuras inquietantes. Y el rey también es representado del mismo modo. Las imágenes parecen caricaturas, no retratos reales. El sentido de lo «bello» ha cambiado.
Frente a estas imágenes desprovistas de gracia, nos podemos preguntar a qué se debió ese cambio tan drástico. La respuesta es simple: en el arte egipcio la búsqueda de la belleza sólo está parcialmente ligada a la realidad, siempre está idealizada y sirve para trasladar un mensaje concreto. Akhenatón y Nefertiti introdujeron el culto a un único dios y utilizaron el arte para difundir su mensaje. Durante los primeros tiempos de su reforma religiosa, el arte implicó una ruptura: había que eliminar todos los cánones estéticos anteriores porque se trataba de un nuevo comienzo. Tras la consolidación del credo atoniano, el arte sufrió un cambio profundo, los excesos anteriores fueron en parte superados y se pasó a un arte más armonioso y equilibrado. Y aquí entra en escena Tutmosis, que creó obras maestras inigualables en su taller.
El arte cambió exteriormente, pero los ideales que transmitía eran los mismos. Tomemos como ejemplo un concepto muy importante para la religión de Atón: la acentuación de la feminidad ligada a la idea de la fertilidad y la vida. En las primeras imágenes
LA FAMILIA REAL DE AMARNA
Este relieve muestra a la familia real en una escena familiar, algo poco habitual en el arte egipcio. Akhenatón y Nefertiti, entronizados y con las insignias del poder, juegan con tres de sus hijas, mientras Atón, el disco solar, los baña con sus rayos benéficos. Museo Egipcio, El Cairo.
TUMBA DE AKHENATÓN
La Tumba Real del faraón Akhenatón se construyó al este de su capital, Akhetaton. En sus paredes vemos representaciones de Atón, Akhenatón y Nefertiti y escenas de la familia real.
se manifiesta de forma grotesca; ahora, en cambio, alcanza un equilibrio armonioso. Una escultura de cuarcita roja, sin cabeza, expuesta en el Museo del Louvre, en París, lo demuestra. Obra del taller de Tutmosis, representa a una mujer joven de cintura alta y estrecha, senos pequeños y un cuerpo sorprendentemente orondo en la parte inferior, con barriga, glúteos y muslos muy pronunciados; el vestido que lleva, ligero y plisado, se adhiere tanto al cuerpo que parece húmedo. Vista de perfil, esta escultura recuerda a las representaciones prehistóricas de mujeres. Sus formas, aunque exageradas, muestran una gran habilidad escultórica y un notable conocimiento anatómico. No sabemos quién es, quizá la propia Nefertiti o una de sus hijas, pero eso no importa. Lo esencial es que aquí se concreta la idea misma de fertilidad, exaltada en formas túrgidas y exageradamente grandes. Estamos muy lejos de las imágenes de mujeres jóvenes y delgadas de la iconografía tradicional.
Las tres edades de Nefertiti
También proceden del taller de Tutmosis tres esculturas excepcionales de Nefertiti que la muestran joven, reina y anciana. La primera es una cabeza de cuarcita amarilla que se encuentra en el Museo Egipcio de Berlín. Su rostro es fresco y suave, con ojos grandes realzados por la raya negra del maquillaje; la sonrisa, apenas perceptible, demuestra una gran maestría, y la nariz es ligeramente más larga que en las representaciones posteriores.
La segunda escultura es una cabeza de cuarcita marrón, conservada en el Museo Egipcio de El Cairo: aquí la reina es adulta, su cara ha perdido la suavidad de la adolescencia y está representada en la plenitud de su esplendor: el rostro es maduro y austero, los rasgos fuertes expresan el vigor de una reina. Los detalles faciales, muy precisos y minuciosos, se alejan mucho de las caras de mujer redondas y estereotipadas de los períodos anteriores.
La tercera y última es una escultura de piedra de cuerpo entero que también se halla en Berlín. El rostro delgado muestra cierta pesadumbre, aún más evidente a causa de las arrugas de las comisuras de la boca; la expresión es ligeramente amarga, los pechos no son tan firmes y tiene el abdomen relajado. Aquí vemos a la reina en su ocaso: muestra su cuerpo y sus arrugas con el orgullo de quien ha alcanzado la madurez y la sabiduría. La mujer, por primera vez, no aparece representada en plena juventud, sino al contrario, ya entrada en años y con el cuerpo pesado, en una osada imagen de la vejez.
Sin embargo, tras el paréntesis de Amarna, la mujer volverá a ser bellísima y se perpetuará en una eterna adolescencia; para ella, el tiempo se detendrá para siempre.
Para saber más
ENSAYO
Amarna, la ciudad de Akhenatón y Nefertiti
Teresa Armijo. Alderabán, Cuenca, 2012. NOVELA
El escultor de Nefertiti
J. C. García Reyes. Almuzara, Córdoba, 2020.
VESTIDO TRANSPARENTE
Se cree que esta famosa estatua sin cabeza representa a Nefertiti o bien a una de sus hijas. La delicadeza de la parte superior del cuerpo contrasta con las formas rotundas de la inferior, acentuadas, más que disimuladas, por el vestido ceñido de lino plisado que la envuelve. Museo del Louvre, París.