RECORRER UN HEMISFERIO
Embarcarse legalmente obligaba a realizar tediosos y largos trámites. El primer paso consistía en conseguir la licencia de embarque en la Casa de la Contratación de Sevilla, la institución que controlaba el tráfico marítimo con las Indias. Para obtenerla era requisito indispensable que el viajero realizara en su localidad natal una probanza en la que se detallase su condición de cristiano viejo, esto es, que sus antepasados no eran musulmanes ni judíos. Una vez que los oficiales verificaban que el solicitante no era de los prohibidos, ni tenía impedimentos, se expedía por escrito la citada licencia.
Sin embargo, los trámites no acababan ahí. El segundo paso consistía en contratar el pasaje con algún maestre o dueño de navío, formalizándolo ante un escribano público. Había que disponer de dinero para pagar tanto el billete, que por cierto era bastante caro, como los emolumentos del notario. En el siglo XVI, el precio medio del pasaje se situó en torno a los 7.500 maravedís por persona, unos 2.600 euros de nuestro tiempo, aunque el importe solía variar dependiendo del destino, del tipo de alojamiento y de si incluía o no la alimentación.
Pero el emigrante necesitaba mucho más numerario si quería tener unas mínimas garantías de éxito. Había que contar con la manutención durante la estancia en Sevilla, que se prolongaba a causa de las largas demoras en las partidas de las flotas, y durante las primeras semanas en el continente americano, que solían ser las más críticas. Por esta causa, los gastos se podían cuadriplicar con facilidad, hasta superar el equivalente a unos 15.000 euros.
Cada uno conseguía esta cantidad como podía: unos, vendiendo sus propiedades y, en ocasiones, hasta las dotes de sus esposas, mientras que otros pedían cuantías a sus padres o hermanos a cambio de la renuncia a su futura herencia. Algunos dejaban endeudada a su familia durante años para pagarse el billete, bajo la promesa de unas futuras compensaciones que en muchos casos nunca llegaban.
La vida a bordo
Los navíos de los siglos XVI y XVII distaban mucho de ser cruceros de lujo. Muy al contrario, el reducidísimo espacio en el que se desarrollaba la vida implicaba unas incomodidades y un sufrimiento extremos. Las naos (embarcaciones de menor tamaño que los galeones) disponían de una sola cubierta a la que se le colocaban sobrecubiertas y toldas para proteger en la medida de lo posible a la tripulación y el pasaje. Estos buques apenas contaban con un par de cámaras, de muy reducidas dimensiones, destinadas preferentemente al maestre, al capitán o a algún pasajero especial. Los galeones eran de mayor tonelaje y albergaban varios camarotes
1503
Los Reyes Católicos fundan en Sevilla la Casa de la Contratación, que controlará el tráfico y la navegación con las Indias.
1522
Debido a los ataques piratas, España organiza un sistema de convoyes para el viaje de ida y vuelta a las Indias.
1564
Regulación del sistema de flotas americanas: la de Nueva España zarpa en abril, y la de Tierra Firme, en agosto.
1650
Desde 1504 hasta esta fecha, han cruzado el Atlántico en ambos sentidos unas 18.000 embarcaciones.
1681
Cerca de La Habana, un huracán hunde la Armada de la Guarda de la Carrera y fallecen en torno a 1.500 personas.
1680
Cádiz deviene también puerto de llegada para los barcos de América, y en 1717 se trasladará aquí la Casa de la Contratación.
unque Sevilla distaba del mar un centenar de kilómetros y el curso sinuoso del Guadalquivir y los bajos del río exigían una gran pericia de los pilotos, se convirtió en el puerto de las Indias justamente porque el hecho de estar tierra adentro ofrecía mayor seguridad que un puerto costero como Cádiz, atacado en 1553 por Barbarroja, en 1587 por Francis Drake y en 1596 por una escuadra angloholandesa. El puerto, que muestra la pintura, estaba formado por una amplia explanada que se extendía al sur de la ciudad, entre las murallas y el río, y era una zona extraordinariamente bulliciosa, donde se daban cita aguadores, carreteros, mercaderes, soldados... El tráfico con las Indias convirtió la ciudad en un polo comercial de primer orden, tanto para abastecer a tripulaciones y pasajeros como para proveer a las colonias americanas de los bienes que necesitaban. De esta actividad dio cuenta Lope de Vega en El Arenal de Sevilla, donde enumeraba los productos que llegan de Europa y de América: «Por cuchillos, el francés / mercerías y ruán, / lleva aceite; el alemán / trae lienzo, fustán, llantés..., carga vino de Alanís; / hierro trae el vizcaíno [...], el indiano, el ámbar gris, la perla, el oro, la plata».