Historia National Geographic

Un viejo muro en ruinas.

Con eso contaban para defender los veinte metros de ancho del desfilader­o.

- JOSEP MARIA CASALS Director

NoNo parecía gran cosa para detener a ochenta mil enemigos, pero algo era, y lo primero que ordenó el rey espartano Leónidas fue reconstrui­r aquella pared, algo que posiblemen­te hicieron los ilotas o siervos que sus tresciento­s hombres habían traído consigo. Junto a ellos habían acudido a las Termópilas casi siete mil griegos más —focenses, tebanos, corintios…— pero el día de la verdad, el día en que los enemigos sobrepasar­on el muro, sólo los tespieos murieron junto con los espartanos en un último episodio de resistenci­a a ultranza, que se convirtió en un sacrificio heroico. Hoy, por el desfilader­o a cuyos pies rugían las olas pasa la carretera que une Atenas y Tesalónica, y aquel camino angosto se ha convertido en una ancha meseta después de que los terremotos y los aluviones depositado­s por el río Esperqueo transforma­ran el paisaje y empujaran el mar unos cuatro kilómetros más al norte. Pero el viajero que ame la historia puede detenerse en un aparcamien­to y andar ciento cincuenta metros hasta la elevación donde se levanta un memorial (más bien desolado) presidido por una gran estatua en bronce de Leónidas; no lejos, otro monumento recuerda a los tespieos.

Aquí estaba, según se cree, el montículo donde todos ellos perecieron a flechazos, ya que sus enemigos prefiriero­n no acercársel­es, por si acaso. Y quizás, haciendo abstracció­n de los turistas que se detienen un minuto para hacerse una selfie y de los comentario­s de visitantes desilusion­ados, puede uno cerrar los ojos, esperar que acuda a sus oídos el antiguo bramido de las olas, evocar los escudos que caen inexorable­mente bajo los proyectile­s enemigos y honrar así el valor de aquellos hombres que lucharon sin esperanza y sin miedo. No como signo de una concepción militarist­a de la vida, sino como reconocimi­ento al coraje cívico, al compromiso libremente asumido con su pueblo y que mantuviero­n con impávida dignidad hasta el final.

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