EL GRAN REY DE LOS PERSAS
Este dárico de oro del siglo V a.C. muestra la efigie de un rey persa, probablemente Jerjes I, armado con arco y lanza.
El desfiladero de las Termópilas era el acceso más rápido y fácil para pasar de las llanuras de Tesalia a la Grecia central. Los griegos habían ocupado el paso varias semanas atrás con escasas tropas; contaban con unos 7.000 hombres procedentes de diversas ciudades, entre los que destacaban 400 tebanos, 700 tespieos y 1.000 focenses; Esparta había mandado tan sólo al rey Leónidas con trescientos hombres. Leónidas tendría unos 50 años y había subido al trono hacia 488 a.C., tras la muerte sin hijos varones del rey anterior, Cleómenes I, que era su hermanastro. Los Trescientos eran un grupo de élite del ejército espartano formado por jóvenes de entre 20 y 30 años que solían luchar junto al rey en las batallas. Pero esta vez Leónidas los eligió personalmente porque sólo quería que le acompañaran en esta expedición soldados con descendencia para que su linaje no desapareciera. El rey sabía que las posibilidades de volver eran escasas. Cuenta Plutarco que cuando le preguntaron: «¿Estás dispuesto a correr un riesgo así con tan pocos hombres frente a tantos?», el rey respondió: «En realidad me llevo a muchos, siendo así que van a morir». Pese a aportar un número tan reducido, Leónidas ostentaba el mando supremo de aquella expedición, por su categoría personal y por la fama reconocida de los espartanos en la guerra.
Un muro de soldados griegos
En realidad, Leónidas no preveía presentar una batalla campal. El plan era detener a Jerjes en el desfiladero, donde los persas no podrían hacer valer su superioridad numérica ni usar su caballería, mientras la flota griega vencía a la armada persa en la zona de los estrechos al norte de Eubea, muy cerca de allí. Pero nada más llegar, Leónidas vio con sorpresa que existía un camino de montaña, la senda
Anopea, que podía rodear su posición.
Ciertamente era imposible en esos momentos cambiar todo lo planeado, pues se actuaba en combinación con la flota. Leónidas encomendó la vigilancia de ese sendero a los mil focenses, mientras él mismo reconstruía el muro que el paso del tiempo había derruido.
Jerjes acampó ante las Termópilas y dejó pasar cuatro días; estaba convencido de que los griegos, al ver su gran ejército, serían presa del miedo y se retirarían. Según Plutarco, envió un mensajero a Leónidas para instarle
Al llegar al desfiladero, Leónidas vio con sorpresa que había un camino que rodeaba su posición
Cécrope, a deponer las armas y salvar la vida de sus hombres, pero el espartano le contestó desafiante: «Ven y cógelas».
Al quinto día, Jerjes dio a sus soldados la orden de atacar. Su ventaja numérica no servía de nada en aquel espacio tan reducido. Ciertamente no les faltaban coraje y vigor, pero estaban mal entrenados y carecían de armas pesadas. Sus espadas eran más cortas que las de los helenos, y los escudos, más pequeños y fabricados de mimbre; acudían a la batalla con pantalones anchos y con turbantes en la cabeza. De nada servían sus arcos y las flechas frente a los sólidos escudos de los griegos. Cuando un soldado le señaló al espartano Diéneces que los persas disparaban una lluvia de flechas que tapaba el sol, el esEL
esEL PASO DE LAS TERMÓPILAS era un estrecho corredor que se abría entre escarpadas montañas y el mar, con una longitud de seis kilómetros. En su recorrido había tres estrechamientos que se conocían en la Antigüedad como «puertas»: una en la parte occidental, ante la cual estaba el ejército de Jerjes; otra en la oriental y otra en el centro, que era la que se conocía con más precisión como Termópilas, que significa «puertas calientes», ya que junto a esa puerta había unas fuentes termales. Las puertas de los extremos eran tan angostas que sólo podía pasar un carro, escribe Heródoto; pero la puerta central era más amplia, de modo que los focenses habían construido allí, muchos años antes, un muro para frenar las incursiones de los tesalios del norte.