PALACIO DE HAMPTON COURT
Enrique VIII gastó enormes sumas para acondicionar esta residencia próxima a Londres, adquirida en 1529, y satisfacer así la sed de lujo de su esposa Ana.
El monarca deseaba tener un hijo varón como fuera, y sabiendo que Catalina, por su edad, no podría tener más descendencia decidió instar a la Iglesia a que anulara su matrimonio. Para ello alegó que la suya era una unión incestuosa, dado que Catalina había estado casada con el hermano mayor de Enrique, Arturo, que murió al cabo de unos meses.
En la corte se creía que Enrique, una vez lograra separarse de Catalina, se casaría con otra princesa extranjera, como marcaba la tradición de las cortes reales. Sin embargo, Ana tenía otros planes. En lugar de ser una más de las amantes del rey, dio a entender al monarca que sólo se entregaría a él si se comprometía a casarse con ella.
Al mismo tiempo, Ana empezó a mostrar una abierta simpatía por las ideas de la Reforma protestante, iniciada por Martín
Lutero en Alemania en 1517. No era una radical, sino más bien una «evangélica» que criticaba a la Iglesia por derrochar en lujos en vez de ayudar a los pobres. También apoyaba la creación de una Iglesia de Inglaterra libre del dominio del papa de Roma. Justo lo que permitiría al rey desoír la oposición del papado y divorciarse de la reina Catalina.
La más feliz
Convencida de que, si quedaba embarazada, Enrique aceptaría casarse, Ana permitió por fin que el rey se acostase con ella. Para la Navidad de 1532 estaba segura de su embarazo. Se casaron en secreto en enero –pese a que el matrimonio de Enrique con Catalina sólo fue declarado formalmente nulo cinco meses más tarde–. En la Pascua de 1533, Ana fue reconocida como reina y en junio fue coronada a toda prisa, con una corona prestada por el propio rey. Como si proclamara su éxito, la nueva reina hizo bordar en su jubón y en los de sus damas un nuevo lema: La plus heureuse, «La más feliz».
Ana corría el mismo peligro que Catalina de Aragón: no satisfacer el anhelo del soberano por tener un heredero varón
El 7 de septiembre nació el primer hijo de ambos, que no fue el varón deseado por Enrique sino una niña, la futura Isabel I. Pero los sentimientos del rey por Ana no disminuyeron, aunque su nueva esposa hubiera alumbrado una hija: en su rápida fertilidad vio una señal divina. Estaba convencido de que Dios recompensaría la reforma que había hecho en la Iglesia inglesa con un vástago varón. Siguieron compartiendo lecho y Ana no tardó en volver a quedar embarazada, pero sufrió un aborto natural en agosto de 1534. Le seguiría otro aborto natural en enero de 1536.
El rey cambia de humor
Ana corría el mismo peligro que Catalina de Aragón: no satisfacer el anhelo real de un heredero varón. Además, en 1536 murió Catalina, lo que hizo temer a Ana que Enrique pudiera buscar una tercera esposa aceptable tanto para protestantes como para católicos, aunque para ello tuviera que desprenderse de ella. En el verano de 1536 era de dominio público que el rey volvía a estar abierto al amor.
La arrogancia y los exasperantes cambios de humor que caracterizaban a Ana la privaron de potenciales aliados en la corte. Además, justo entonces llegaron rumores de Francia sobre el comportamiento escandaloso con otros hombres que Ana había tenido durante su juventud, en los años que pasó en la corte francesa. Thomas Cromwell, el nuevo ministro de confianza de Enrique VIII, investigó con ahínco los supuestos adulterios de Ana para ofrecer a su amo el pretexto que necesitaba para librarse de otra esposa no deseada.
El profesor de música de Ana, Mark Smeaton, fue arrestado y torturado hasta que confesó el adulterio entre delirios. En los días posteriores, varios cortesanos, incluido Wyatt y el hermano de Ana, fueron detenidos como sospechosos de haberse acostado con la reina. No ayudaba que en aquella época las mujeres fueran consideradas, como la Eva bíblica, de sexualidad naturalmen