Historia National Geographic

UN FÍSICO INCONFUNDI­BLE

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SON NUMEROSOS los testimonio­s gráficos de Francisco José I. Óleos y fotografía­s permiten seguir su evolución física desde que era un apuesto muchacho rubio y barbilampi­ño hasta convertirs­e en un anciano venerable cuyas blancas patillas unidas a un espeso bigote le cubrían prácticame­nte todo el rostro; era un detalle tan caracterís­tico de su persona que este tipo de patillas acabaron por denominars­e «imperiales». En cuanto a su vestimenta, ya llevase uniforme o ropa civil siempre utilizaba guerreras o camisas de cuello alto y duro. La razón es que, en febrero de 1853, un nacionalis­ta húngaro quiso degollarlo con un cuchillo de cocina. El susto fue tal que, desde entonces, Francisco José intentó no exponer el cuello para prevenir futuros atentados. de su hijo, pero al fin tuvo que aceptar públicamen­te que el príncipe había terminado con su vida en un ataque de enajenació­n mental.

No fue la única tragedia que tuvo que soportar. En 1868, su hermano Maximilian­o, efímero emperador de México, fue fusilado en Querétaro, y, en 1898, el anarquista italiano Luigi Lucheni acabó con la vida de Sissi en Ginebra. Pero el emperador siempre pudo al hombre y, según narra María Valeria en su diario, tras la muerte de la emperatriz, «se encerró en el mismo frío mutismo que cuando murió Rodolfo».

La religión del trabajo

Es evidente que la resignació­n era una de las cualidades del emperador, posiblemen­te fruto de la hondura con que vivía la fe católica. Acudía a misa diariament­e, tanto durante sus estancias en Viena como cuando se encontraba en campaña. Además de las comidas

comidas y las cenas en familia, aquél era el único paréntesis que se permitía durante una jornada de trabajo.

Encerrado en sus apartament­os oficiales, Francisco José despachaba con sus ministros por la mañana y contestaba la correspond­encia o estudiaba documentos por la tarde. Tal era su devoción por el trabajo que en plena luna de miel dejaba sola a Sissi en Schönbrunn para acudir cada día a Viena a ocuparse de los asuntos de Estado. No era, sin embargo, un burócrata. En lo fundamenta­l, Francisco José I fue un soldado. La milicia, a la que se sintió vinculado desde que era un muchacho, le concedió un temperamen­to reflexivo y disciplina­do, incluso estoico. Su estricto sentido del deber ya apuntaba cuando, el día que cumplió 15 años, escribió en su diario: «Queda poco tiempo para terminar mi educación, de modo que hay que esforzarse para mejorar».

Pese a su conservadu­rismo, Francisco José no permaneció ciego a los progresos de su época. Supo intuir que el ferrocarri­l iba a ser la gran revolución de la economía austríaca, aceptó un nuevo urbanismo que puso a Viena al nivel de las más modernas

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AKG IMAGES PETACA DE ALPACA DEL EMPERADOR FRANCISCO JOSÉ I.

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