Clodia, la romana rebelde
Miembro de una familia patricia, esta mujer independiente y culta fue víctima de los celos del poeta Catulo y de la maledicencia de Cicerón, que la calificó de prostituta
La mujer cantada por Catulo bajo el nombre de Lesbia pagó un alto precio por su independencia.
en Roma Clodia, fruto del matrimonio patricio formado por Apio Claudio Pulcro y Cecilia Metela.
Catulo se instala en Roma. Se introduce en los ambientes literarios e inicia una relación con Clodia.
de su marido, Clodia acaba su relación con Catulo. El poeta, despechado, la ataca en sus poemas.
termina su relación con el joven Celio. Acusado de querer envenenarla, Celio es defendido por Cicerón. del juicio, Cicerón intenta comprar a Clodia su casa del Trastévere.
Vivamos,Vivamos, Lesbia mía, y amemos; / los rumo-res rumo-res severos de los viejos que no valgan ni un as para nosotros». Con estas palabras se dirigía el gran poeta latino Cayo Valerio Catulo, sobre el año 60 a. C., a cierta mujer de la que se había enamorado locamente en Roma. El nombre poético otorgado a su amada ocultaba el de una mujer de carne y hueso, Clodia Pulcra.
Clodia conocía mejor que el poeta la moral romana respecto al sexo y al matrimonio, cuyo fin último era la procreación, y del cual estaban excluidos el amor y el placer, reservado este último para que los maridos se solazaran con las concubinas, las prostitutas o los efebos y no con sus castas esposas. De ellas se esperaba que engendraran hijos, obedecieran a sus maridos y practicaran en el hogar las virtudes tradicionales de las matronas romanas.
En tal modelo fue educada Clodia, que nació hacia el año 94 a.C. en el seno de una estirpe patricia, la familia Claudia, una de las más prestigiosas de la Roma republicana. Llegado el momento, cumplió con
el deber inexcusable de casarse, de acuerdo con los intereses familiares, con Quinto Cecilio Metelo Céler, perteneciente a una casa tan ilustre y rica como la suya.
De ese matrimonio, mal avenido, nacerían una hija y muchas habladurías. Roma era una ciudad deslenguada, amiga de chismes y cotilleos. Las termas, los banquetes, los intermedios de los espectáculos del circo o del anfiteatro, los paseos y las compras en los mercados y en el Foro resultaban mil veces más interesantes si se adobaban con comadreos sobre los demás.
Un poeta enamorado
Clodia fue, sin duda, una mujer bella y muy atrayente. En esto último debía de influir tanto su aspecto físico como su notable personalidad, pues además de ser culta, inteligente y buena conversadora tenía carácter e independencia de criterio y hacía gala de cierta rebeldía.
Por influjo de la cultura griega, empezaba a descubrirse en la Urbe la pasión amorosa –un tabú desde desde tiempos arcaicos–, y la juventud se debatía entre el anhelo profundo de experimentarla y cierto temor a romper con la moral antigua sobre la que se sustentaba la estructura social.
Clodia, además de culta era buena conversadora, tenía carácter y hacía gala de cierta rebeldía
La llegada a Roma del poeta veronés Cayo Valerio Catulo y su integración en el círculo de amistades de Clodia supuso un punto de inflexión en las vidas de ambos.
Él se enamoró apasionadamente de esta dama y, por primera vez en la literatura latina, compuso bellos y conmovedores versos en los cuales expresaba su amor y su admiración por ella y su propia turbación ante esa emoción arrolladora. De la intensidad de los sentimientos de Clodia hacia Catulo poco sabemos. Quizá le correspondió durante un tiempo o tal vez le halagara haber despertado el amor de un joven al que llevaba diez años, y se dejó querer. Según el poeta, sólo en una ocasión Clodia le concedió sus favores, lo que no parece mucho. Catulo hubo de regresar a Verona y el idilio clandestino quedó en suspenso.
No al matrimonio
En su ausencia, ya en 59 a.C., el marido de Clodia sufrió un accidente doméstico que le costó la vida. Contraviniendo uno de los usos más arraigados en la sociedad romana, el de que las matronas divorciadas o viudas en edad de procrear contrajeran enseguida un nuevo matrimonio, Clodia decidió no volver a casarse. Esta actitud debió de disgustar a sus coetáneos, ya que siempre había familias a la búsqueda de una esposa provista de una buena dote para alguno de sus parientes, y porque una mujer sin un varón que la controlase constituía un peligro social puesto que su ejemplo podía extenderse.
Indiferente a tales consideraciones, Clodia, a sus 35 años, rica, con ganas de disfrutar de la vida y hacer