EL PAJARITO DE LA BELLA CLODIA
EN LOS TIEMPOS en que vivía enamorado de Clodia, Catulo compuso dos poemas que ofrecen de ella una imagen cercana y cálida, de una intimidad no exenta de picardía. Clodia tenía un pajarito amaestrado al que dejaba jugar en su regazo y amaba mucho «pues era meloso y conocía a su dueña / tan bien como a su madre una chiquilla / y no se apartaba de su seno». Cuando sentía añoranza de su amado, entablaba con el ave «no sé qué querido jugueteo» para consolarse. Su muerte la apenó mucho. Por su causa, diría el poeta, «los ojos de mi niña están rojos e hinchados de llorar».
LESBIA Y SU GORRIÓN. ÓLEO POR EDWARD JOHN POYNTER. SIGLO XIX. LESBIA ES EL NOMBRE QUE CATULO DABA A CLODIA EN SUS POEMAS.
su voluntad sin necesidad de litigar con un marido, retomó su intensa vida social. Le gustaba rodearse de jóvenes, y en sus mansiones de Roma y de Bayas siempre había bulliciosos invitados, alegres banquetes amenizados por músicos, excursiones en barco, fiestas a la orilla del mar o del Tíber, recitales poéticos, danza y buenas viandas.
Catulo regresó entonces a Roma con nuevos planes y deseos. Apenas un año antes, mientras todavía estaba casada, invitaba en sus versos a Lesbia a disfrutar del amor sin prejuicios, pero –contradicciones de su tiempo– ahora quería convertirse en su marido. Catulo se tomó muy mal la rotunda negativa de Clodia. Y le sentó peor todavía enterarse de que la atención y los favores de su amada recaían en uno de sus propios amigos, llamado Celio, pupilo de Cicerón.
Al dolor por su amor contrariado, Catulo añadió grandes dosis de rencor, un deseo de venganza que satisfizo componiendo versos contra Clodia que destilaban veneno. La atacó con terribles acusaciones: aquella Lesbia a quien había amado más que a sus propios ojos era ahora la más barata, cruel y despreciable de las prostitutas. Debió de ser humillante para Clodia recibir tan feroces ataques en forma de poemas que, probablemente, se venderían en las tiendas de la vía del Argiletum, la calle de los libreros, y serían la comidilla de los salones aristocráticos.
Y aún habría de sufrir más agravios públicos, esta vez propiciados por la ruptura con su amante Celio y por la lengua afilada de Cicerón. Este último defendió a Celio de la acusación de intentar envenenarla para no devolverle un dinero que ella le había prestado. El juicio se celebró en el año 56 a.C., y el orador y político aprovechó la ocasión para ajustar cuentas con Clodia –también su corazón, ¡ay! había sido víctima de los encantos de la dama– y, de paso, atacar a su hermano menor, Clodio, a quien ella estaba muy unida y al que Cicerón odiaba a muerte.
Los infundios de Cicerón
En su discurso de defensa, el Pro Caelio, Cicerón no se anduvo por las ramas. Describió a Clodia como una viuda que vivía con «descarada desfachatez, en medio de una pródiga opulencia y con el libertinaje de una meretriz»; criticó sus maneras, su forma de vestir, su libertad al hablar y el hacer todo ello «a plena luz del día». Su defendido, en cambio, era un joven honesto e incapaz de cometer maldad alguna. ¿Y quién podría reprocharle que se relacionara con una mujer que se comportaba como una prostituta cuando la prostitución jamás había estado prohibida?
Por si esos argumentos no fueran suficientes para denigrar a Clodia –los divorcios, los adulterios y el disfrute de las riquezas eran moneda corriente en Roma–, la culpó de haber envenenado a su marido y de acostarse con su propio hermano, Clodio. «La Medea del Palatino», como la llamó, era la causante de todos los males que sufría su pupilo.
Después de este juicio, nada más sabemos de Clodia. Tampoco conocemos opiniones más ponderadas sobre su vida ni los argumentos de quienes debieron defenderla de tales ataques. Celio, su antiguo amante, fue absuelto. Clodia, en cambio, veinte siglos después aún arrastra la fama de ser la mujer depravada, envenenadora e incestuosa que describió, sin fundamento, Cicerón. Muchos lectores de Catulo, por empatía con el poeta, creen que sus versos contra ella reflejan una verdad absoluta; asistimos al triunfo de la maledicencia. La última noticia que tenemos de Clodia es que en el año 45 a.C. aún vivía, pues Cicerón pretendía comprarle su villa del Trastévere. Es de esperar que no se la vendiera.
romanos, una daga afilada, se transformó primero en un pincho y después en un tenedor para ensartar la comida. Los estrechos contactos que Bizancio mantenía con Venecia explican que el tenedor entrara en Europa a través de la República adriática.
Ideal para la pasta
Los primeros testimonios gráficos del tenedor en Occidente se encuentran encuentran en una miniatura del siglo XI incluida en el manuscrito de la obra De Universo, de Rabano Mauro, que representa a un rey medieval en la mesa llevándose a la boca un bocado con un tenedor. Una escena parecida se encuentra en una miniatura de la Última Cena en un códice del Hortus deliciarum de la abadesa Herrada de Hohenbourg, del siglo XII. En Italia, el uso del tenedor se extendió a traEste