LA TENTACIÓN DEL DIOS BAAL
En la mitología de Canaán, cuando Baal vencía a Mot, el dios de la muerte, seguía un ciclo de siete años de fertilidad. Arriba, Baal en una estela de Ugarit. Museo del Louvre. al culto a Baal provocó la cólera de los profetas hebreos, como Elías, que propugnaban proscribir todos los cultos extranjeros. La tensión estalló tras la muerte de Ajab en el campo de batalla y el acceso al trono de su hijo Jorán. Eliseo, sucesor de Elías, eligió a un comandante militar, Jehú, para acabar con la familia de Ajab, símbolo de perversidad e idolatría. En 842 a.C. Jehú mató a Jorán y a continuación se dirigió a la localidad de Yezrael para acabar con Jezabel.
En una de las escenas más dramáticas de la Biblia, al verse asediada en su palacio por los soldados de Jehú, Jezabel se asomó a la ventana y le provocó diciéndole: «¿Qué tal, Zimrí, asesino de su señor?», comparando a Jehú con un alto oficial del ejército que unas décadas antes usurpó brevemente el trono de Israel tras matar al rey. Jezabel se había adornado para recibir a su enemigo, mostrando su orgullo y dignidad hasta el final. Jehú ordenó que la arrojaran por la ventana.
El trágico fin de Atalía
Antes de estos sucesos Atalía, la hija de Ajab y Jezabel, se había casado con Jorán, rey de Judá (no confundir con el propio hermano de Atalía), estableciendo así una alianza entre ambos reinos. A la muerte de Jorán le sucedió su hijo Ocozías, que solo reinó un año pues fue asesinado por Jehú durante la revuelta de 842 a.C. Entonces Atalía eliminó a todos los posibles aspirantes al trono de Judá y se hizo con el poder. Tan solo escapó su nieto Joás, hijo de Ocozías, que fue ocultado en el templo de Jerusalén. Es posible que la vida del niño corriera peligro y que, para salvarlo, la propia Atalía lo hubiera dejado en el templo a cargo del sacerdote Yehoyadá, legitimando de paso su reinado.
Única mujer que, en rigor, ejerció el poder como reina, Atalía gobernó el país favoreciendo el culto a Baal, aunque no llegó a suprimir el culto al Dios de Israel. Sin embargo, los sacerdotes de Jerusalén la consideraban una ursurpadora que se había hecho con el trono ilegítimamente. Ello hizo que unos años más tarde, en 835 a.C., el sacerdote Yehoyadá encabezara una insurrección en la que Joás fue coronado en el templo en presencia de Atalía, la cual murió asesinada en las caballerizas del palacio.
El final sangriento e ignominioso de Jezabel y Atalía está en consonancia con la valoración que la Biblia hace de ellas. No podemos olvidar que uno de los ejes temáticos que vertebran la historia del pueblo de Israel en los libros de Josué a Reyes es la creencia de que el contacto con los extranjeros introducía los cultos a otros dioses. Como mujeres extranjeras y
Los sacerdotes de Jerusalén consideraban a Atalía como una usurpadora y la derrocaron tras una revuelta
adoradoras de Baal, Jezabel y Atalía aparecen como prototipos de maldad y pecado, pese a que en realidad fueron mujeres poderosas y muy activas en la vida política de sus reinos.
La providencial Ester
Uno de los personajes femeninos más famosos de la Biblia es Ester, considerada en el judaísmo como la reina por excelencia. El libro de Ester es en realidad una novela de ficción que pretende pasar por histórica. En él se cuenta cómo en la corte persa de Asuero (posiblemente el rey Jerjes I, 486-465 a.C.) la reina Vashti se niega a obedecer a su marido y éste la repudia. Se convoca entonces un concurso de belleza para que el rey escoja esposa, al que acude Ester sin dar a conocer
EN EL CAPÍTULO 23 del Segundo libro de Crónicas se relata la insurrección contra Atalía liderada por el sacerdote Yehoyadá. Éste era tutor de un príncipe real, nieto de Atalía, al que decidió coronar en el templo en lugar de la reina. Al oír el alboroto, Atalía acudió al templo «y mirando, vio al rey que estaba junto a su columna a la entrada, y los príncipes y los trompeteros junto al rey, y que todo el pueblo de la tierra mostraba alegría, y sonaban bocinas, y los cantores con instrumentos de música dirigían la alabanza. Entonces Atalía rasgó sus vestidos y dijo: “¡Traición! ¡Traición!”». Yehoyadá ordenó a sus hombres que la sacaran del templo y la mataran. «Ellos le echaron mano, y luego que ella hubo pasado la entrada de la puerta de los caballos de la casa del rey, allí la mataron».