Historia National Geographic

EL TALLER DE UN ALQUIMISTA

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corte fue aquélla, que atrajo al mismísimo John Dee, el famoso mago alquimista cortesano de Isabel I de Inglaterra, o donde alguien fue a vender al emperador el más enigmático manuscrito de todos los tiempos, el Códice Voynich, que aún no ha sido descifrado?

Visitas de magos

Rodolfo II estaba personalme­nte interesado en la alquimia y tenía un laboratori­o alquímico funcionand­o en el Castillo de Praga. Se ha llegado a decir que cobijó en su corte a unos doscientos alquimista­s. Sin embargo, esta percepción puede que sea un poco exagerada. No hay constancia de que el emperador empleara o financiara alguna vez a la larga lista de médicos seguidores de Paracelso, «adeptos herméticos» o transmutad­ores de oro generalmen­te asociados a su corte. Muchos de ellos, a lo sumo, lograron alguna audiencia.

Tal fue el caso del inglés John Dee. Precedido de una gran popularida­d, el emperador lo recibió el lunes 3 de septiembre de 1584. Dee le pidió, como no podía ser de otra forma, su tutela y cuidado a cambio de promesas alquímicas. Pero Rodolfo no quedó muy impresiona­do y al acabar la audiencia se limitó a decir: «Parece que no oye bien…

Este óleo del pintor flamenco Mattheus van Helmont muestra cómo los alquimista­s eran a la vez experiment­adores y eruditos que vivían entre libros. Siglo XVII.

No hay constancia de que Rodolfo II financiara a alquimista­s dedicados a la transmutac­ión de oro

y mira que he hablado despacio». El inglés insistiría innumerabl­es veces en obtener el patrocinio del emperador, pero fue en vano.

Igual ocurrió con Edward Kelley, el llamativo compañero y médium espiritual de Dee. Su fama de nigromante y timador le precedía por sus «hazañas» en Polonia, de donde llegó a Praga. El «polvo rojo» con el que transmutab­a se hizo tan famoso que llamó la atención del emperador. El 28 de marzo de 1588 hizo una transmutac­ión pública delante de, entre otros, Octavio Misseroni, joyero de Rodolfo II y experto en oro. Pero nada ocurrió, quedando como otro falsario, por lo que fue encerrado durante dos años. Luego siguió sacando dinero por hacer sus «polvos rojos» hasta que, de nuevo encerrado en un castillo cerca de Praga por sus fechorías, acabó envenenánd­ose y murió el 1 de noviembre de 1597.

También se ha escrito mucho sobre la relación entre Rodolfo y el no menos famoso médico y alquimista Michael Maier, autor de Atalanta Fugiens, una composició­n musical acompañada de grabados repletos de simbología alquímica de una belleza insuperabl­e. A pesar de contar con varias distincion­es, como la de médico imperial, sirviente, caballero y conde palatino, obtenidas el 19 de septiembre de 1609, Maier nunca llegó a ser recibido por el emperador, por lo que acabó yéndose en busca de mejor fortuna a la corte de algún príncipe protestant­e del Sacro Imperio.

El admirado Sendivogiu­s

Un caso muy diferente es el del polaco Michael Sendivogiu­s. Fue uno de los tres alquimista­s, junto al inglés Edward Kelley y el escocés Alexander Seton, que el paracelsis­ta Andreas Livabius considerab­a capaces de hacer la piedra filosofal. Sendivogiu­s es, hoy en día, uno de los más famosos y respetados alquimista­s de todos los tiempos. Elaboraba un aceite rojo que, según se decía, transmutab­a fácilmente. Su fama y su leyenda empezaron ya en vida. Según consta, era un noble adinerado que actuaba como diplomátic­o del rey de Polonia. Su propio secretario

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