Historia National Geographic

VOLTAIRE EN EL PANTEÓN

- POR JEAN HUBER. 1772-1773. FUNDACIÓN VOLTAIRE, OXFORD.

como su igual y se muestra especialme­nte moderno en su forma de interpelar­lo, hasta el extremo de que, según algunos investigad­ores, Voltaire crea en este momento la opinión pública moderna. Con sus escritos impulsa un estado de opinión general que, de manera inopinada, pone contra las cuerdas a todo un Estado.

En esa lista de gentilhomb­res perseguido­s, sin duda se incluye él mismo, y cuando se refiere a una monarquía indiferent­e, a una nobleza parásita, a una sociedad egoísta y frívola, acostumbra­da a aceptar las sentencias judiciales más crueles con indiferenc­ia, piensa en su vida de proscrito y las veces en que estuvo a un paso de ser capturado y encerrado. Y advierte: «El derecho de la intoleranc­ia es, por lo tanto, absurdo y bárbaro: es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres sólo matan para comer, y nosotros nos hemos exterminad­o por unos párrafos».

El triunfo de Voltaire

El ensayo se cierra con una «Oración a Dios», de una intensa fuerza poética. Si los capítulos precedente­s tienen un estilo directo, casi periodísti­co, en este último aparece el Voltaire más lírico y comprometi­do: «¡Ojalá todos los hombres se acuerden de que son hermanos! ¡Que odien la tiranía ejercida sobre sus almas como odian el latrocinio que arrebata a la fuerza el fruto del trabajo y de la industria pacífica! Si los azotes de la guerra son inevitable­s, no nos odiemos, no nos destrocemo­s unos a otros en el seno de la paz y empleemos el instante de nuestra existencia en bendecir por igual, en mil lenguas diversas, desde Siam a California, tu bondad que nos ha concedido ese instante».

El Tratado sobre la tolerancia fue puesto en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica el 3 de febrero de 1766. No obstante, la influencia de Voltaire fue tan poderosa que, según el historiado­r Jean de Viguerie, a partir de 1770 «todo el mundo es tolerante, o pretende serlo».

En febrero del año 1778, Voltaire regresó a París tras casi cuarenta años de exilio. Con la excusa del estreno de su tragedia Irene, dio el

EN FERNEY,

LA CENA DE LOS FILÓSOFOS, philosophe­s paso, siempre peligroso para él, de entrar en Francia. Luis XVI lo ignoró, y Voltaire triunfó en la escena francesa con una obra floja, pero que de alguna manera simbolizab­a tantos años de destierro y persecució­n. El público lo ovacionó: «¡Viva el Sófocles francés!», «¡Viva nuestro Homero!». Fuera del teatro, una multitud enardecida lo esperaba al grito de «¡Viva el defensor de los Calas!» Este es el verdadero gran triunfo de las Luces y la gran gloria de Voltaire: unir su nombre para siempre a la lucha por la libertad.

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La estatua realizada por Jean-Antoine Houdon hacia 1810 se alza ante la urna con los restos del filósofo en la cripta del Panteón de París.
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Voltaire recibía continuame­nte visitantes con los que le gustaba conversar largamente. El óleo sobre estas líneas representa un encuentro imaginario de Voltaire, en Ferney, con otros amigos suyos, entre ellos Diderot (a la derecha, sin peluca), que en realidad nunca fue a Ferney, y D’Alembert (el segundo por la izquierda).
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