VOLTAIRE EN EL PANTEÓN
como su igual y se muestra especialmente moderno en su forma de interpelarlo, hasta el extremo de que, según algunos investigadores, Voltaire crea en este momento la opinión pública moderna. Con sus escritos impulsa un estado de opinión general que, de manera inopinada, pone contra las cuerdas a todo un Estado.
En esa lista de gentilhombres perseguidos, sin duda se incluye él mismo, y cuando se refiere a una monarquía indiferente, a una nobleza parásita, a una sociedad egoísta y frívola, acostumbrada a aceptar las sentencias judiciales más crueles con indiferencia, piensa en su vida de proscrito y las veces en que estuvo a un paso de ser capturado y encerrado. Y advierte: «El derecho de la intolerancia es, por lo tanto, absurdo y bárbaro: es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres sólo matan para comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos».
El triunfo de Voltaire
El ensayo se cierra con una «Oración a Dios», de una intensa fuerza poética. Si los capítulos precedentes tienen un estilo directo, casi periodístico, en este último aparece el Voltaire más lírico y comprometido: «¡Ojalá todos los hombres se acuerden de que son hermanos! ¡Que odien la tiranía ejercida sobre sus almas como odian el latrocinio que arrebata a la fuerza el fruto del trabajo y de la industria pacífica! Si los azotes de la guerra son inevitables, no nos odiemos, no nos destrocemos unos a otros en el seno de la paz y empleemos el instante de nuestra existencia en bendecir por igual, en mil lenguas diversas, desde Siam a California, tu bondad que nos ha concedido ese instante».
El Tratado sobre la tolerancia fue puesto en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica el 3 de febrero de 1766. No obstante, la influencia de Voltaire fue tan poderosa que, según el historiador Jean de Viguerie, a partir de 1770 «todo el mundo es tolerante, o pretende serlo».
En febrero del año 1778, Voltaire regresó a París tras casi cuarenta años de exilio. Con la excusa del estreno de su tragedia Irene, dio el
EN FERNEY,
LA CENA DE LOS FILÓSOFOS, philosophes paso, siempre peligroso para él, de entrar en Francia. Luis XVI lo ignoró, y Voltaire triunfó en la escena francesa con una obra floja, pero que de alguna manera simbolizaba tantos años de destierro y persecución. El público lo ovacionó: «¡Viva el Sófocles francés!», «¡Viva nuestro Homero!». Fuera del teatro, una multitud enardecida lo esperaba al grito de «¡Viva el defensor de los Calas!» Este es el verdadero gran triunfo de las Luces y la gran gloria de Voltaire: unir su nombre para siempre a la lucha por la libertad.