DE UNA ISLA A OTRA
EL ARCHIPIÉLAGO DE NUEVA ZELANDA se conoció con este nombre (alusivo a la provincia neerlandesa de Zelanda) tras el viaje de exploración del neerlandés Abel Tasman en 1642. Se integró en la órbita británica a raíz del viaje de James Cook en 1769, y, tras la fundación en 1788 de Nueva Gales del Sur, en el sureste de Australia, empezaron a partir colonos de Sídney hacia las islas de los maoríes.
una vez redactada la versión inglesa del Tratado de Waitangi entre la Corona británica y los maoríes (1840), se encargó su traducción a la lengua maorí al reverendo Henry Williams, un misionero establecido en el país desde hacía años y que conocía bien a varios jefes tribales. La existencia de estas dos versiones hizo que el tratado tuviera, en varios puntos, una significación diferente para británicos y maoríes. Por ejemplo, mientras la versión inglesa decía que los maoríes habían traspasado a la Corona británica la «soberanía» de las islas, los maoríes hablaban sólo de kawanatanga, gobernanza. Del mismo modo, los maoríes leían en su versión del tratado que la Corona británica prometía proteger la tino rangatiratanga, el ejercicio de la autoridad de los jefes sobre sus tierras y pueblos. Muchos creyeron que el tratado les permitiría conservar su autonomía y les daría garantías en sus relaciones con los colonos. Quizá por ello un jefe maorí, Nopera Panakareao, interpretó que «la sombra de la tierra era para la reina Victoria, pero la sustancia quedaba para los maoríes». El desengaño llegaría enseguida.