Historia National Geographic

SIGNO DE DISTINCIÓN

- ARIANNA GIORGI UNIVERSIDA­D DE MURCIA

EN LA CORTE francesa de Luis XIII, algunas damas mantenían la máscara puesta para marcar distancias con los demás. Un memorialis­ta cuenta que la reina madre, María de Médicis, era tan orgullosa que cuando una vez fue a Bruselas, aunque le hicieron una espléndida recepción, «no se dignó quitarse la máscara hasta que entró en la iglesia».

al pasear por la ciudad. Y obviamente eran un accesorio indispensa­ble para los bailes de máscaras que se pusieron de moda en muchas ciudades.

En Londres, en la década de 1660, el vestido de invierno de una dama elegante debía incluir guantes, bufanda, manguito de piel y una máscara o antifaz para proteger el cutis. Samuel Pepys hace en su diario diversas referencia­s al uso de las máscaras por las mujeres. En una ocasión, encontró en el Teatro Real a lord Fauconberg y a su esposa, Mary Cromwell, «que tiene tan buen aspecto como siempre, muy bien vestida: sin embargo, cuando el teatro empezó a llenarse se puso un antifaz y lo mantuvo durante toda la obra». En otra ocasión, Pepys acompañó a su esposa Isabel a una tienda en Covent Garden para comprarse una máscara. Por otra parte, las máscaras podían dar una impresión engañosa. Pepys explica que cierta señora Hayter «a través de su máscara al principio parecía ser una anciana, pero después me pareció que era una mujer morena muy bonita y modesta». Las máscaras eran especialme­nte habituales en las casas de juegos, que a veces también lo eran de prostituci­ón, por lo que la reina Ana prohibió las máscaras de óvalo facial en 1704.

La «bauta» veneciana

Pero si hubo una ciudad donde las máscaras se incorporar­on a la vida diaria de sus habitantes, ésa fue Venecia. Allí, durante el carnaval, pero también en otras épocas del año, en especial los meses de octubre a diciembre, los hombres con el estatuto de ciudadanos tenían el derecho de llevar el disfraz de bauta, compuesto de tabarro (capa), tricornio y una careta caracterís­tica con nariz agrandada, labio superior protuberan­te y una mandíbula fuerte que distorsion­aba la voz.

En Venecia existía asimismo una variante de máscara reservada a las mujeres, la moretta, muy semejante a la máscara de viaje popular en Francia e Inglaterra durante los siglos XVI y XVII. Consistía en un óvalo de terciopelo que se sujetaba con un botón interior y que se completaba de un sombrero de ala ancha y con un velo. Las venecianas llevaban también antifaces de seda negra decorados con perlas o plumas, ceñidos con correas, o uno más sencillo que, guarnecido de encaje, se sujetaba con un palo y se colocaba a la altura de los ojos. Todas las variedades estaban permitidas en la ciudad de las máscaras.

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