¡DIOS LO QUIERE!
EnEn el año 1095, durante el concilio reunido en la localidad francesa de Clermont, el papa Urbano II llamó a la guerra santa contra los musulmanes que amenazaban con apoderarse del exhausto Imperio bizantino. El objetivo era socorrerlo, pero, sobre todo, reconquistar los Santos Lugares – entonces controlados por el califato fatimí de Egipto–, donde Jesús había vivido y predicado. Su mayor símbolo era Jerusalén, escenario de la Pasión y muerte de Cristo. Un tropel de nobles, aventureros y clérigos, ansiosos de recompensas materiales y espirituales, acudió a la llamada del pontífice. Comenzaba la primera cruzada.
UNA CONFUSA
El pontífice Urbano II preside el concilio de Clermont, donde, el día 27 de noviembre de 1095, llamó a «exterminar a esa vil raza» de los turcos.
A principios de 1097, los cruzados habían llegado a Constantinopla, la capital de Bizancio. Tras recibir suministros, pasaron a Asia Menor y siguieron su marcha tomando Nicea, Antioquía y otras ciudades que se interponían en su camino, y venciendo a los turcos selyúcidas que controlaban la región. Las localidades que no se rendían eran arrasadas, y sus habitantes, exterminados como castigo a su resistencia, porque nada se podía oponer a esa expedición emprendida en nombre de Dios, dirigida por Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena; Bohemundo de Tarento, al frente de los normandos del sur de Italia, y el conde Raimundo IV de Tolosa, jefe de las tropas de Provenza.
LOS CRUZADOS
TRAS SU AGOTADORA travesía, los cruzados llegan a las puertas de Jerusalén. Seis días después, su primer asalto es rechazado, y la empresa parece abocada al