CORTESANO FATIMÍ
Fue una marcha agotadora por la falta de víveres y de agua, y por el insufrible calor incrementado por las armaduras de los cruzados, todo lo cual convirtió el camino en una tortura. De los 60.000 cruzados (unos 7.000 caballeros y el resto, infantes) que partieron de la capital bizantina sólo llegaron a Jerusalén, dos años y medio después, unos 15.000 hombres, lo que da idea de las penalidades del trayecto. Abandonos y bajas por los combates, el hambre (incluso se dieron actos de canibalismo), la sed y las enfermedades fueron debilitando cada vez más unos contingentes que, por otra parte, asistían a las rivalidades de sus príncipes.
Solo se entiende la perseverancia de los cruzados por la mitificación que la Cristiandad había hecho de Jerusalén: participar en su recuperación se consideraba como la mayor recompensa material y espiritual a la que un cristiano
podía aspirar. Los sufrimientos y los obstáculos de la travesía fueron así vistos como pruebas de fe y de fortaleza espiritual, que se podían superar con la ayuda de Dios. Estas vivencias inocularon en los cruzados un ciego fanatismo religioso, que explica las matanzas que perpetraron.
El avance cristiano
El avance de los cruzados hacia Jerusalén no se puede entender sin la crisis que el sultanato fatimí, con capital en El Cairo, sufría por entonces. Los cruzados estaban avanzando en un terreno que turcos selyúcidas y árabes se disputaban, llegando estos a ofrecer sobornos y facilidades a los cristianos si detenían su marcha y les ayudaban en su lucha contra aquellos. Pero, a aquellas alturas, esos peregrinos armados y fanatizados no estaban dispuestos a renunciar a su meta.
Así, prosiguieron su avance por la costa, hacia el sur, por los actuales Líbano e Israel, contando con algo de apoyo y el abastecimiento de barcos cristianos. Finalmente giraron hacia el interior, entraron en Belén entre aclamaciones de la población cristiana