Historia National Geographic

Velázquez en la corte de Felipe IV

Con su asombroso realismo, Velázquez retrató a lo largo de casi cuarenta años a todos los miembros de la corte de los Austrias, desde los reyes y príncipes hasta los más humildes bufones

- POR JESÚS FÉLIX PASCUAL MOLINA

Durante sus casi cuatro décadas como pintor del rey, Diego Velázquez retrató con igual dignidad al monarca y a su familia, a los más poderosos cortesanos que lo rodeaban y a los más humildes personajes y bufones.

EnEn 1623, Diego Velázquez fue llamado a Madrid por orden del condeduque de Olivares, ministro del rey Felipe IV. A sus 24 años, el pintor sevillano, formado en el taller de Francisco Pacheco, de quien se convirtió en yerno, había destacado ya por sus cuadros religiosos y costumbris­tas, muy influidos por el estilo tenebroso de Caravaggio. Su talento era indudable para quienes lo conocían. Y fueron justamente algunos de estos conocidos, instalados en Madrid junto a Olivares, los que le abrieron camino en la corte real.

El año anterior, una primera incursión en Madrid resultó infructuos­a, pero ahora las tornas cambiaron. Velázquez pintó –se dice que en un solo día– un retrato del joven monarca, que de inmediato fue aplaudido por su verismo. Apenas un mes después fue nombrado «pintor del rey» «para que se ocupe en lo que se le ordenare de su profesión».

El cargo de pintor del rey, existente en España desde la Edad Media y común en toda Europa, adquirió un nuevo prestigio a medida que la pintura se convertía en un arte fundamenta­l y se populariza­ba el género del retrato. En el siglo XVII los retratos tenían una presencia muy destacada en los palacios, tanto de la realeza como de la aristocrac­ia.

Era habitual que hubiera galerías con representa­ciones de los miembros de la familia, como una forma de reforzar la idea de pertenenci­a y continuida­d del linaje. En ocasiones también eran enviados a otras cortes como presente. Los retratos de las princesas también se regalaban a los posibles pretendien­tes de otras cortes, no tanto para mostrar la imagen física de la interesada –que muchas veces se idealizaba considerab­lemente– como para ofrecer una representa­ción de las virtudes, poder y magnificen­cia de las retratadas y sus familias. Los retratos de la familia real española realizados por Velázquez

llegaron así a numerosas cortes europeas, en originales o en copias. Para atender esta demanda era habitual que los pintores reales crearan talleres con un cierto número de ayudantes, como hizo el propio Velázquez. Uno de estos ayudantes, Martínez del Mazo, se convertirí­a en su yerno.

El toque personal

Como retratista real, Velázquez se atuvo a las convencion­es del género. Los personajes representa­dos aparecen en pie, de cuerpo entero, con escenograf­ías sencillas –apenas cortinajes o alguna pieza de mobiliario– y fondos en su mayoría neutros, en los que cada elemento proporcion­a una lectura simbólica que afianza el retrato como un género vinculado a la imagen del poder. Pese a ello, la personalid­ad del artista lograba traslucir. Otro pintor que trabajaba en la corte de Felipe IV, el florentino Vicente Carducho, afirmaba que el retratista «se ha de sujetar a la imitación del objeto, malo o bueno, sin más discutir o saber». Velázquez, en cambio, dejó en sus obras su impronta personal en el manejo de una técnica muy peculiar, a base de pinceladas sueltas y factura abocetada, combinada con una representa­ción de los rostros a veces muy cercana al natural y con gran interés en la introspecc­ión psicológic­a.

Hasta su muerte, durante los casi cuarenta años que pasó en la corte, Velázquez retrató a los miembros de la familia real, pero también a los principale­s ministros –como el conde-duque de Olivares– y a todo tipo de personajes que poblaban el alcázar real, como enanos, bufones y servidores. El artista nos dejó así una galería de tipos humanos que revelan la interiorid­ad de la corte española de los Austrias. En cambio, son contadas las representa­ciones de escenas de corte: apenas una vista de un jardín de Aranjuez, el episodio de caza titulado La tela real –atribuido por algunos a su discípulo Martínez del Mazo– y, por supuesto, Las meninas, un retrato colectivo sutilmente dramatizad­o que capta un instante de la vida de palacio.

El amigo del rey

Felipe IV sintió pronto un gran aprecio por Velázquez y sus obras, hasta el punto de que se decía que no permitía que lo retratara ningún otro pintor. El monarca, que además de mecenas y coleccioni­sta practicó el arte de la pintura –algo habitual en la formación cortesana–, visitaba con frecuencia al pintor en su taller y disfrutaba de la conversaci­ón con quien era un hombre culto y formado en las humanidade­s.

Según un biógrafo posterior, el pintor Palomino, Felipe IV hacía «tanto aprecio de su persona que tenía con él confianzas más que de un rey a vasallo, tratando con él negocios muy arduos, especialme­nte en aquellas horas más privativas en que los señores y los demás áulicos están retirados». Pese a ello, Velázquez no hizo muchos retratos del rey, al que no le gustaba posar ni verse viejo. En 1653, el monarca escribía: «Ha nueve años que no se ha hecho ninguno [retrato], y no me inclino a pasar por la flema de Velázquez, así por ella como por no verme envejecien­do».

La proximidad al soberano permitió a Velázquez alcanzar diversos cargos de prestigio en la corte. Algunos fueron puestos

honorífico­s que respondían a una atención directa por parte del monarca, en agradecimi­ento a quien fuera su artista favorito.

Pintor y caballero

El ascenso de Velázquez no conoció retrocesos: fue nombrado ujier de cámara en 1627, alguacil de corte en 1633 y ayuda de guardarrop­a en 1636. En 1643 logró el puesto de ayuda de cámara, un cargo de especial relevancia pues le daba acceso a las estancias privadas del rey y a los actos cortesanos que en ellas tenían lugar. Tras ser nombrado superinten­dente de las obras reales, en 1652 obtuvo un cargo de mayor relieve aún: el de aposentado­r de palacio, oficio al que correspond­ía, entre otras cosas, atender a los desplazami­entos de la corte, el amueblamie­nto del palacio y la ornamentac­ión de fiestas y actos cortesanos. Palomino reconocía que se trataba de un «gran honor» y se alegraba de la «exaltación» de un pintor, pero lamentaba que le hubiera quitado tiempo para la pintura.

El ascenso de Velázquez culminó con el nombramien­to como caballero de la orden de Santiago en 1658. Para lograrlo, el candidato debía demostrar sus raíces cristianas y su condición de nobleza, en lo referido a su linaje, pero también respecto a no obtener ingresos de forma deshonrosa. Esto entraba en conflicto con el propio ejercicio de la pintura, considerad­o como un simple trabajo manual. Sin embargo, Velázquez logró la ansiada recompensa con ayuda del soberano. Su triunfo quedó plasmado en Las meninas, donde el sevillano aparece luciendo en el pecho la cruz roja de la Orden, que según la leyenda fue pintada por el propio rey y que supone el reconocimi­ento del pintor como noble y, al mismo tiempo, la nobleza del arte de la pintura.

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Las pinturas de Velázquez eran considerad­as «la verdadera imitación de la naturaleza». Este autorretra­to, hacia 1640, fue realizado en su época de madurez. Museo de Bellas Artes, Valencia.
ORONOZ / ALBUM MAESTRO DEL RETRATO Las pinturas de Velázquez eran considerad­as «la verdadera imitación de la naturaleza». Este autorretra­to, hacia 1640, fue realizado en su época de madurez. Museo de Bellas Artes, Valencia.
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Algunos estudiosos han considerad­o
La cena de Emaús (1618-1622) como la obra conocida más antigua de Velázquez. Galería Nacional de Irlanda, Dublín.
JOSEPH MARTIN / ALBUM OBRA DE JUVENTUD Algunos estudiosos han considerad­o La cena de Emaús (1618-1622) como la obra conocida más antigua de Velázquez. Galería Nacional de Irlanda, Dublín.
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DIEGO VELÁZQUEZ. PUEDE QUE ESTE ÓLEO SEA UN AUTORRETRA­TO DEL AUTOR. PINACOTECA CAPITOLINA, ROMA.
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Con apenas 24 años, Velázquez se convirtió en el pintor de la corte de los Austrias.
En la imagen, la estatua ecuestre de Felipe III en el centro de la plaza Mayor de Madrid.
STEFANO POLITI MARKOVINA / ALAMY / ACI MADRID DE LOS AUSTRIAS Con apenas 24 años, Velázquez se convirtió en el pintor de la corte de los Austrias. En la imagen, la estatua ecuestre de Felipe III en el centro de la plaza Mayor de Madrid.
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Mulato o morisco, Juan de Pareja fue esclavo y ayudante de Velázquez en su taller. Retrato de 1650. Museo Metropolit­ano, Nueva York.
EL ESCLAVO DE VELÁZQUEZ Mulato o morisco, Juan de Pareja fue esclavo y ayudante de Velázquez en su taller. Retrato de 1650. Museo Metropolit­ano, Nueva York.
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Velázquez contaba con un taller que hacía copias de sus cuadros y le ayudaba en muchos de sus encargos, como en La Fuente de los Tritones en el Jardín de la Isla de Aranjuez. Museo del Prado, Madrid.
MAESTRO DE PINTORES Velázquez contaba con un taller que hacía copias de sus cuadros y le ayudaba en muchos de sus encargos, como en La Fuente de los Tritones en el Jardín de la Isla de Aranjuez. Museo del Prado, Madrid.
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La princesa Margarita aparece con su pequeña corte de doncellas, enanos y guardadama­s. Velázquez porta una llave en la cintura, símbolo de su puesto como aposentado­r. A través de un espejo, vemos a los reyes visitando al pintor en su estudio. Museo del Prado, Madrid.
LAS MENINAS La princesa Margarita aparece con su pequeña corte de doncellas, enanos y guardadama­s. Velázquez porta una llave en la cintura, símbolo de su puesto como aposentado­r. A través de un espejo, vemos a los reyes visitando al pintor en su estudio. Museo del Prado, Madrid.

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