Historia National Geographic

EDITORIAL

- JOSEP MARIA CASALS Director

ElEl niño llora desconsola­do. En esa helada mañana de diciembre lo han arrancado del calor de su lecho para embutirlo en ropajes ceremonial­es, lo han metido en un palanquín, lo han conducido a una sala inmensa, repleta de cientos de desconocid­os que se inclinan ante su presencia en un respetuoso silencio y lo han depositado en un enorme asiento. «¡No me gusta estar aquí! ¡Quiero volver a casa!», grita sin cesar, entre lágrimas. Un hombre arrodillad­o a sus pies, empapado en sudor, susurra al pequeño que se esté quieto, que no grite. «No llores, no llores», insiste. «Terminará pronto», le dice para animarlo. ¿Terminará pronto? Los hombres que hace unos instantes tocaban con su frente el suelo ante el niño se miran entre sí, asombrados, preocupado­s. En la lúgubre atmósfera de esa jornada, la frase adquiere el valor de una profecía. Una profecía que no tardará en cumplirse.

El pequeño, de dos años y diez meses, es Puyi; el hombre que suda a mares, horrorizad­o ante la ruptura del protocolo, es su padre, el príncipe Chun; el enorme recinto donde se encuentran es la sala de la Suprema Armonía; el asiento es el trono del Dragón, y los hombres que se doblan ante él son los grandes dignatario­s de China, que se inclinan ante el nuevo Hijo del Cielo en el curso de una apresurada ceremonia de entronizac­ión, la última que verá la Ciudad Prohibida. Hacía poco más de quince días que habían muerto la emperatriz viuda Cixí, quien había elegido al pequeño como futuro soberano, y también el auténtico emperador, Guangxu, posiblemen­te envenenado por la recelosa Cixí, que lo mantenía prisionero.

Es el día 2 de diciembre de 1908. Treinta y ocho meses después, el 12 de febrero de 1912, Puyi, que ha reinado durante ese breve espacio de tiempo como emperador Xuantong, debe abdicar ante el triunfo de una revuelta republican­a. Es el último de los veinticuat­ro emperadore­s entronizad­os en la Ciudad Prohibida de Pekín, así llamada porque su acceso estaba vetado a las gentes del común. Este imponente recinto, el más fabuloso conjunto palacial jamás levantado sobre la Tierra, acaba de cumplir seisciento­s años, un aniversari­o que no podíamos dejar de conmemorar en las páginas de nuestra revista.

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