Todo el día con la peluca puesta
do y los mismos peluqueros que las fabricaban. Todos ellos buscaban conferirse cierto grado de dignidad imitando a sus superiores. Todo francés que se la pudiera permitir tenía una peluca. La moda prendió rápidamente fuera de Francia. En Inglaterra la introdujo el rey Carlos II cuando volvió al país en 1660, después de vivir largo tiempo exiliado en Francia.
Había diferentes tipos de pelucas según fuera la actividad a desempeñar. El largo de melena adecuado para los apéndices capilares masculinos debía ser de unos 70 centímetros, por lo que se requería una gran cantidad
LA PELUCA formaba parte de la vida cotidiana de Luis XIV. Cada día, tras afeitarse y rasurarse la cabeza, se encasquetaba una peluca corta que a veces llevaba durante toda la mañana. También decidía entonces la peluca formal que iba
a llevar durante el resto de la jornada. Llamada À LA ROYALE o IN FOLIO, esta peluca monumental, muy pesada, se componía de mechas organizadas en pisos que caían sobre los hombros, con dos puntas cónicas en la coronilla que la realzaban. Durante el día el
rey y los cortesanos se podían quitar brevemente la peluca para refrescarse, pero nunca delante de una dama. Por la noche, el monarca se ponía un GORRO mientras las pelucas se guardaban en una estancia especial del palacio de Versalles: el «gabinete de las pelucas».
de material. Los peluqueros franceses compraban pelo por toda Europa. En cuanto a la calidad del cabello, era especialmente valorado el holandés y el normando, siendo el más cotizado el de las jóvenes campesinas.
Pelucas regias
El ampuloso gusto de la corte de Versalles imponía unas enormes pelucas de pelo largo y rizado denominadas in folio, en las que una copiosa melena se derramaba por el pecho y la espalda. Una cabellera de tales dimensiones podía requerir pelo procedente de hasta diez cabezas. En un principio sólo los caballeros más encumbrados pudieron permitirse este ornamento por su altísimo coste.
También era común utilizar pelo de cabra y caballo, e incluso de personas fallecidas. Así, el cronista inglés Samuel Pepys explicaba que en 1665, año de la gran peste de Londres, desconfiaba de las pelucas por si estuvieran fabricadas con pelo de personas muertas a causa de la citada epidemia. El escritor español Juan de Zabaleta hacía referencia al mismo asunto al burlarse de un caballero calvo que recurría a la peluca: «Hombre: a la oreja te están hablando unos cabellos o de un muerto o de un enfermo o de un desengañado. Mírase y remírase en el espejo y queda muy consolado con que tiene cubierta la calva».
La producción de pelucas supuso una gran fuente de riqueza para Francia. En 1659 se fundó en París el gremio de «Barberos fabricantes de pelucas». De esta época data la inauguración de los primeros salones de peluquería regentados por hombres y mujeres. El número de maestros peluqueros se multiplicó por cuatro en cien años.
Los anuncios en la prensa jugaron un importante papel en la difusión de este ornamento. La primera gaceta de moda fue Le Mercure galant, publicada desde 1672, y avanzado el siglo XVIII ya había un significativo número de periódicos que podían alcanzar hasta los 200.000 lectores donde los fabricantes anunciaban
En el siglo XVIII, las pelucas eran más pequeñas y ligeras, y buscaban la comodidad