BANDIDOS AL ACECHO
Contrabandistas españoles, de Gustave Doré, muestra a un grupo de bandoleros apostados con sus armas en un sendero. Grabado. Hacia 1876. Museo Británico, Londres.
CRONOLOGÍA
AprincipiosAprincipios del siglo XIX, España se había convertido, a ojos de muchos extranjeros, en «la tierra clásica de los bandoleros». Los relatos de viajes y la prensa habían popularizado la figura del bandido español de aspecto huraño y apodo inquietante, con su atavío característico y, cómo no, con el trabuco y la navaja al alcance de la mano, siempre al acecho en sus guaridas en los riscos. Turistas en busca de emociones se sentían decepcionados cuando al cruzar Sierra Morena o Despeñaperros nadie los asaltaba.
Se ha dicho a veces que esta imagen era una exageración literaria o un mero tópico. Pero lo cierto es que en esos decenios España vivió una auténtica plaga de bandolerismo. La cantidad de los asaltos y la insolencia con que se ejecutaron lo confirman, al igual que la profusión y dureza de las disposiciones tomadas para contenerlo.
La formación de las cuadrillas
El bandolerismo fue uno de los resultados del empobrecimiento del medio rural a finales del siglo XVIII, que abocó a una parte de su población a buscar sustento fuera de la ley. Las cuadrillas estaban formadas en gran parte por jornaleros agrícolas –hasta un 40 por ciento en alguna zona de Castilla–, a los que se sumaban labradores, artesanos y vendedores ambulantes, así como deserto