TRABUCOS Y ARCABUCES
Las armas preferidas por los bandoleros eran cortas y de gran calibre, como el trabuco. Sobre estas líneas, un arcabuz abocardado usado en los siglos XVIII y XIX. res del ejército y soldados desmovilizados. La necesidad de buscar sustento les empujaba a la delincuencia. Como decía un informe ministerial de 1786: «Si el jornalero y el artesano aun en los días que trabajen no pueden ganar lo que baste a mantener su persona y familia, ¿cuánto mayor será su necesidad en los muchos días en que no halla en qué ocuparse útilmente aunque lo solicite? [...]. Con este desconsuelo están expuestos a caer en una precipitada desesperación».
La bolsa o la vida
Las formas de iniciarse en el bandolerismo fueron variadas. Algunos se situaron al otro lado de la ley de forma ocasional, haciendo que los familiares protegieran su anonimato. Otros se iniciaron con el contrabando y acabaron enrolados en cuadrillas que lo practicaban junto al bandolerismo. El trato cotidiano que los malhechores mantenían con los campesinos entre sus asaltos les servía no sólo para estar informados y apoyados, sino también para reclutar nuevos compañeros. También los hubo que se pasaron al bandidaje tras cometer un delito que los obligaba a huir de la justicia. Por ejemplo, Anselmo Bermejo abatió en los vedados un ciervo reservado a la mesa del rey, por lo que fue condenado a diez años en el presidio de Puerto Rico. Durante el traslado logró escapar y dio comienzo a su carrera de forajido, en la que llegaría a encabezar una numerosa cuadrilla que en la década de 1790 fue el terror de toda Castilla, tanto dentro de los pueblos como en lugares despoblados.
La forma más sencilla de bandolerismo era la de salteador de caminos y lugares despoblados y solitarios. Era la más practicada por las pequeñas cuadrillas familiares procedentes de los pueblos que jalonaban las rutas comerciales. Estos bandoleros se acercaban al camino y acechaban enmascarados el paso de carretas, diligencias, arrieros o viajeros solitarios a los que sorprendían al grito de «la bolsa o la vida». Así actuaron los bandoleros de Zarzuela del Monte (Segovia) la mañana del 8 de mayo de 1804. Tras plantarse ante el carruaje del embajador extraordinario y ministro plenipotenciario portugués en la corte del zar de Rusia, desvalijaron a la comitiva en apenas media hora, sin más violencia que la impresión de los viajeros al verse encañonados. El botín superó los 12.000 reales, e incluyó joyas de oro macizo y la cesta con el desayuno del embajador, que les sirvió para celebrar su éxito.
La forma más extendida de bandolerismo era la de salteadores de caminos, practicada por pequeñas cuadrillas