Muhammad V, el gran sultán de la Alhambra
En el siglo XIV, Muhammad V consolidó el poder del reino nazarí y amplió el palacio de la Alhambra con algunas de sus estancias más suntuosas
El reino nazarí alcanzó su apogeo en el siglo XIV bajo el gobierno de Muhammad V. El sultán hizo de la Alhambra un símbolo de su poder, ampliándola con alguna de sus estancias más emblemáticas, como el patio de los Leones.
OctavoOctavo emir nazarí de Granada, Muhammad V dejó una profunda huella en la ciudad y en la historia del último reino andalusí. Su gobierno de 37 años fue uno de los más largos de su dinastía, aunque no estuvo exento de dificultades. Destronado por una conspiración de palacio, pasó varios años en Fez, en el actual Marruecos, antes de reconquistar el poder con ayuda del rey castellano Pedro I. Superado este desafío, Muhammad V logró asegurar las fronteras de su reino al tiempo que se procuraba la amistad y el consejo de grandes sabios, y convirtió Granada en una de las capitales culturales y económicas del Mediterráneo. El sultán imprimió su sello en el palacio de la Alhambra con la construcción del Patio de los Leones, que se ha convertido en su legado más emblemático.
Muhammad accedió al trono después del asesinato de su padre Yusuf I a manos de un demente, que se abalanzó sobre el emir por sorpresa mientras rezaba en la mezquita mayor de Granada, según narró Ibn al-Jatib, historiador y visir de la corte de Yusuf, aunque otras fuentes sugieren que en realidad se trató de una conjura palaciega. En los inicios de
su gobierno continuó la política de su padre, marcada por las buenas relaciones con el rey castellano Pedro I. Durante esos años, Granada pagaba tributos y secundaba militarmente a Castilla. Ibn al-Jatib, que continuó siendo visir durante el gobierno de Muhammad, no escatima halagos para su señor: «Este emir era único entre los reyes en cuanto a magnificencia, bravura y firmeza», aseguraba, y ensalzaba su «sólida inteligencia, rigidez, mucha astucia, gran prudencia y plena experiencia».
Exilio en Fez
Cuatro años después del asesinato de su padre, una revuelta palaciega aupó al trono a Ismail, el hermanastro menor de Muhammad. El complot había sido orquestado por Rim, madre de Ismail y esposa preferida del fallecido Yusuf I. Fue ella la que, el mismo día de la muerte de su marido, se apoderó de varias joyas del tesoro real que estaban en la habitación del difunto. Rim, Ismaíl y sus hermanas estaban confinados en uno de los palacios de la Alhambra por orden de Muhammad, que quizá tenía fundadas sospechas para dudar de su lealtad, pero eso no fue obstáculo para que, a través de las visitas que Rim recibía de su yerno, Muhammad el Bermejo, pudiera organizarse el plan para destronar al emir.
Muhammad tuvo suerte de encontrarse camino del Generalife cuando estalló la conjura. Escapando a una muerte cierta, huyó a Fez, donde fue acogido por el nuevo emir meriní (la dinastía que gobernaba Marruecos) gracias a los providenciales contactos de Ibn al-Jatib; lo acompañaron su hijo, el príncipe Yusuf, de apenas tres años, y su esposa. Los tres años de exilio en Fez no discurrieron en vano. Durante ese tiempo el joven monarca aprendió a manejar los resortes del poder. No sólo estrechó lazos con los meriníes, sino que estableció una alianza con el rey castellano Pedro I con el objetivo de volver a Granada para recuperar el poder de manos de Muhammad el Bermejo, que entre tanto había hecho asesinar a su cuñado Ismail.
Pedro I, en efecto, sometió a una fuerte presión militar al reino nazarí. Buscando llegar a un acuerdo, el Bermejo se presentó con parte del tesoro nazarí ante el monarca castellano, pero éste acabó apresándolo, humillándolo en público y dándole muerte personalmente. Gracias a ello, Muhammad pudo recuperar el trono de Granada en 1362.
El nuevo rey nazarí
A partir de entonces, el emir, con la colaboración esencial de su ministro Ibn al-Jatib, se dedicó a consolidar su poder. Mientras vencía en el interior la oposición de algunos magnates, no perdía de vista lo que sucedía más allá de sus fronteras. Su principal sostén, el rey castellano Pedro I, se vio pronto envuelto en una nueva guerra frente a su propio hermanastro, Enrique de Trastámara, en la que acabaría encontrando la muerte, y Muhammad supo sacar partido de esta situación. Las fuentes árabes exaltan la actuación militar del emir, combatiendo al frente de sus hombres, saqueando y recuperando diversas plazas fronterizas, al tiempo que tejía un delicado equilibrio diplomático con Castilla, Aragón, Portugal y Marruecos. Finalmente el emir nazarí consiguió firmar una tregua con el rey castellano vencedor,
Enrique, que le permitió asegurar el trono y garantizar la supervivencia del reino nazarí e incluso llevarlo a su máximo apogeo.
Quien no gozó durante mucho tiempo del esplendor recobrado de la corte nazarí fue Ibn al-Jatib. Tras la firma de la paz con Castilla, una sucesión de acontecimientos, aún poco claros, desembocó en su caída en desgracia. Envuelto en intrigas palaciegas, el cronista cayó víctima de sus enemigos en la corte y de desavenencias con el emir. El golpe de gracia fue la traición de su propio discípulo, el poeta Ibn Zamrak. Éste se lo debía todo a su maestro, pero no tuvo reparos en presentarse en Fez, donde Ibn alJatib se había autoexiliado. Allí, a instancias de Muhammad V, este ultimo fue condenado por traición y herejía, y al final el emir nazarí logró que fuese estrangulado en su celda.
Una parte esencial de la política de Muhammad para consolidarse en el trono fueron las obras que emprendió en la Alhambra para convertir el palacio nazarí en escenario de su poder. Ibn al-Jatib le reprochó al emir en un poema este afán constructor: «Y tú, Muley, no me haces caso, por andar bajo andamios y maromas, entre sacos de estuco y de ladrillos y carretas que traen lajas de piedra». Muhammad persistió en su empeño y dejó su sello en algunos de los espacios más valiosos (desde un
punto de vista artístico) de la fortaleza nazarí, como el Palacio de los Leones –incluyendo su famoso patio con la fuente y los doce leones–, y las salas de los Abencerrajes, de los Reyes y de las Dos Hermanas.
El palacio de la Alhambra así ampliado por Muhammad V presenta características originales dentro de la arquitectura andalusí, que parecen responder a influencias norteafricanas incorporadas por el monarca a partir de su exilio en Fez. Ello se advierte sobre todo en las yeserías, atauriques y azulejos polícromos que decoran las principales estancias en las que Muhammad llevaría a cabo su vida pública y privada, que incorporan toda suerte de motivos naturalistas y geométricos, así como elementos epigráficos que reproducen poemas de Ibn Zamrak.
Un proyecto personal
El emir tendría su residencia en la parte oriental del Palacio de Comares, en una habitación selecta, bien orientada a poniente, con un acceso y vista privilegiados al Patio de los Leones, y provista también de un retrete. En un nivel inferior estaban dispuestos unos baños que posiblemente alimentarían un sistema de calefacción que atemperase los rigores del inverno granadino. La parte administrativa y judicial del palacio se localiza cerca de esa zona, en torno al Patio de Machuca y del Mexuar. Al parecer allí se encontraba un horologio, una especie de máquina o dispositivo que permitía medir el paso del tiempo, descrito por Ibn al-Jatib. Este ministro e historiador también se hace
eco de la fiesta del mawlid o del nacimiento de Mahoma celebrada en el año 1362, que tuvo lugar precisamente en el Mexuar.
El Palacio de los Leones es el corazón de la Alhambra y el gran proyecto del emir Muhammad V. La Sala de los Reyes, con sus magníficas pinturas, habría sido la biblioteca del palacio, y la Sala de los Abencerrajes, el oratorio. La Sala de las Dos Hermanas sería quizás una estancia con diversos usos: en su parte inferior, sabios y literatos como Ibn alJatib o Ibn Zamrak tendrían tiempo y espacio suficientes para trabajar y debatir, mientras que la parte superior, es decir, la Sala de los Ajimeces y el Mirador de Lindaraja, quedaba reservada para el emir, como atestiguan las inscripciones. Con ello, las estancias en torno al Patio de los Leones no estarían dedicadas a fiestas y diversiones, tal y como la mentalidad romántica y orientalista ha sostenido habitualmente, sino que, según la hipótesis de Juan Carlos Ruiz Souza, estos espacios compondrían una madrasa palatina, un espacio dedicado al poder y a la sabiduría.
La Alhambra es, por tanto, el proyecto personal de Muhammad V y su legado a la posteridad. Sin embargo, el reino nazarí, que tanto le había costado recuperar y asegurar, acabaría siendo conquistado. Su hijo y sucesor, Yusuf II, tras apenas un año de reinado, murió envenenado, seguramente a instancias de su propio nieto. Cien años después, Muhammad XII, conocido por los cristianos como Boabdil, entregó el reino a los Reyes Católicos y marchó al exilio. Pero la Alhambra, la obra de Muhammad V, sigue en pie, maravillando a todo aquel que la visita.