Pendencieros, borrachos y papistas
LOS IRLANDESES se veían envueltos con cierta frecuencia en altercados que daban a muchos norteamericanos la sensación de que sólo les traían problemas. Así ocurrió el día de San Patricio de 1867 en Nueva York. Un carro que bloqueaba
el paso del desfile de los vecinos irlandeses el día del santo patrón de su país derivó en una batalla campal con la policía. Thomas Nast representó la escena retratando a los irlandeses como peligrosos GORILAS en las viñetas que dibujó para el Harper’s Weekly. Además de asociarlos a las borracheras y la brutalidad, los irlandeses eran vistos como una amenaza política debido a su importancia numérica (sobre la que alertaban ciertos políticos locales) y a la temida influencia de la RELIGIÓN CATÓLICA, sobre todo en el campo de la educación.
boca ancha y de ángulos descendentes, nariz chata –la llamada potato mouth– y frente baja e inclinada.
En cambio, Nast no manifestó la misma hostilidad hacia otras minorías presentes en Estados Unidos, como los negros. Aunque aceptó muchos de los estereotipos raciales de la época, veía a los negros con cierta simpatía y los consideraba asimilables. Nast también defendió a la población china, de la que destacaba su laboriosidad, algo muy diferente a lo que hicieron otros caricaturistas.
El peligro amarillo
Desde que llegaron a California a mediados del siglo XIX, los chinos intervinieron activamente en varios sectores económicos y pronto se convirtieron en una amenaza para los trabajadores nativos. De ahí que sobre ellos recayeran acusaciones de provocar desempleo y empobrecimiento, además de contagiar enfermedades. La depresión económica iniciada en 1873 acentuó la hostilidad contra los orientales, que empezaron a ser descritos como pérfidos individuos de aspecto inhumano. Ridiculizándolos desde el punto de vista cultural, físico y moral, periodistas y dibujantes justificaron con malicia la supremacía blanca. Palabras e imágenes, como las del semanario The Wasp, dieron fuerza a las demandas que pedían su expulsión de las ciudades del Oeste, y que fueron seguidas por agresiones que causaron muertes y la destrucción de más de un barrio chino. Al no tener la ciudadanía, los chinos no votaban, y por tanto no tenían un partido que los protegiera.
En Puck, el semanario satírico más conocido de los años ochenta, se publicó publicó una brutal portada en la que un chino caricaturizado era atacado a la vez por los republicanos y los demócratas. En otras caricaturas se relataba la expulsión de los chinos del Oeste y se comentaba su acogida en Nueva York, donde corrían el riesgo de rivalizar con los irlandeses. Desde un barco atracado en la distancia, una
multitud se arrojaba al mar para llegar a nado. Desde la isla de Manhattan, Miss Columbia (personificación de Estados Unidos) los ayudaba lanzándoles salvavidas, pero sólo cerca de la orilla las cabezas que hasta entonces parecían ratas flotando en el agua se podían reconocer como chinos con sus típicas coletas.
Seres inferiores
El ofensivo supremacismo anglosajón encontró salida, más que en las páginas principales en color de semanarios satíricos y humorísticos, en las pequeñas viñetas en blanco y negro de las páginas interiores. Los irlandeses eran ridiculizados sobre todo por su origen campesino y miserable y por estar atontados por el vicio de la bebida. De los afroamericanos se burlaban mostrándolos con unos labios tremendamente exagerados, enormes pies planos, cabellos alborotados y animalescos y un lenguaje desfigurado, además de presentarlos como grandes vagos.
En esos años también empezó a aumentar el número de inmigrantes italianos. Las ilustraciones criticaron su subdesarrollo y su aspecto de criminales, así como la nueva amenaza que suponían como esquiroles, reventadores de huelgas. Las oleadas de judíos procedentes de Europa oriental inspiraron viñetas de judíos obsesionados por el dinero y sin escrúpulos en los negocios, alentando un antisemitismo basado en estereotipos centenarios. Tampoco fueron muy amables las palabras de periódicos como el prestigioso The New York Times, que en 1880 describió a todos los inmigrantes «como eslabones de una cadena descendiente de la evolución».
En las viñetas satíricas de la prensa estadounidense, los inmigrantes aparecían con una fisonomía deshumanizada y ajenos a una presunta ética norteamericana del trabajo. Lo que se esperaba de un ciudadano respetable era que trabajase duro para producir bienes de buena calidad a un precio justo, satisfaciendo las necesidades de la comunidad, y que además administrase las ganancias con frugalidad y moderación, sin lujos o vicios. En ese sentido, el negro holgazán, el irlandés vicioso, el chino siempre de rebajas, el esquirol italiano o el especulador judío recordaban puntualmente a quien compraba esos semanarios que todos, cada uno a su manera, poseían algún defecto imperdonable.