Historia National Geographic

El anarquista Ravachol

Autor de varios delitos comunes y de dos atentados con explosivos, su nombre quedó asociado para siempre a la violencia de la llamada «propaganda por el hecho»

- VLADIMIR LÓPEZ ALCAÑIZ HISTORIADO­R

Delincuent­e de poca monta, dio inicio a una campaña de terrorismo en nombre de la anarquía.

EntreEntre 1892 y 1894, Francia vivió la primera irrupción de la violencia terrorista en una democracia. Una ola de atentados (pocos, pero muy difundidos por la prensa, con dinamita, bombas o cuchillos), perpetrado­s por anarquista­s, sembró el pánico entre la burguesía de París. Todo empezó cuando un personaje hasta entonces oscuro, conocido como Ravachol, voló un edificio en el número 136 del bulevar Saint-Germain.

El camino a la revolución

Ese hombre se llamaba François Koëningste­in y había nacido en SaintChamo­nd, cerca de Lyon, el 14 de octubre de 1859. Su madre era torcedora de seda y su padre, un laminador holandés acosado por las deudas. El niño estuvo al cargo de una nodriza hasta los tres años y permaneció en un hospicio hasta los siete. Cuando salió, el matrimonio estaba roto: «Mi padre pegaba a mi madre y la abandonó con cuatro hijos». No es de extrañar, pues, que el apellido con el que se dio a conocer fuera el materno: Ravachol.

Llegaron tiempos difíciles. La madre no podía mantener a sus cuatro vástagos y François tuvo que ponerse a trabajar. «Vivimos todos muy tristement­e», recordaría. Entre los 8 y los 16 años sólo fue a la escuela tres cursos y cambió de ocupación según la temporada y la suerte: ayudó en la siega, guardó vacas y bueyes, trabajó en un taller de husos, clasificó trozos de carbón en una mina, giró la rueda con los cordeleros y golpeó remaches con los caldereros hasta que se colocó como aprendiz en una tintorería: «Se exigía de nosotros un trabajo por encima de nuestras fuerzas» en jornadas a menudo de «doce o trece horas». En tres años, se convirtió en tintorero.

Una coincidenc­ia cambió entonces su concepción del mundo. Mientras leía la novela El judío errante, de Eugène Sue, donde los jesuitas aparecen como una secta despiadada, escuchó a la oradora socialista Paule Minck: «Según ella, nada de Dios, nada de religión, materialis­mo completo». Esos discursos le hicieron perder la fe católica y le abrieron los ojos a los problemas sociales. François empezó a leer Le Prolétaire, el periódico del anarquista Paul Brousse, y entró en un círculo de estudios sociales. «En un primer momento encontré sus teorías imposibles, no quería admitirlas. No fue sino dos o tres años más

Cuando se descubrier­on sus simpatías anarquista­s, fue despedido y no encontró trabajo

tarde cuando llegué a ser totalmente del parecer de la anarquía», doctrina que para él consistía, sobre todo, en la aniquilaci­ón de la propiedad privada, el dinero y los acaparador­es.

Pero el destino de Ravachol se torció a causa de un incidente. Sabiendo que guardaba en casa ácido sulfúrico, una joven acudió a él para conseguir un poco, que luego arrojó a la cara de su amante. Las posteriore­s pesquisas policiales llegaron a oídos de su patrón, quien despidió a François y a su hermano al descubrir su anarquismo. Cuando se corrió la voz, nadie en Saint-Chamond quiso contratarl­os. «En aquel momento, mi hermana acababa de tener un hijo. Mi hermano y yo estábamos sin trabajo y sin un céntimo de reserva», rememoró Ravachol más tarde. Ambos cometieron pequeños robos para mantenerse hasta que se trasladaro­n con su madre a la vecina Saint-Étienne, donde volvieron a encontrar empleo. Pero la crisis económica dejaba sentir sus efectos y los días de paro eran frecuentes. Ravachol se inició en el contraband­o de alcohol y la falsificac­ión de moneda, pero no logró los beneficios esperados. Entonces dio un paso más. En mayo de 1891 profanó la tumba de una condesa para hacerse con sus joyas, pero descubrió que no había sido enterrada con ellas. El 18 de junio del mismo año partió hacia Chambles, a veinte kilómetros de Saint-Étienne. Había oído hablar de un viejo solitario que, desde hacía cincuenta años, vivía de las limosnas pero apenas gastaba nada, por lo que debía de haber amasado cierta fortuna. Al mediodía llegó a su casa. Llamó a la puerta y, al no recibir respuesta, se coló por la bodega. Una vez en el interior, el ermitaño

despertó y preguntó: «¿Quién anda ahí?». Recelando de las intencione­s del intruso, quiso incorporar­se en la cama, pero Ravachol se abalanzó sobre él y lo ahogó con la almohada.

Había muchos sacos de monedas en la casa, tantos que François tuvo que volver varias veces para llevárselo­s todos. Fue una imprudenci­a. Esas idas y venidas lo delataron y, en una de ellas, lo arrestó la policía. Los agentes lo llevaban a pie a la comisaría cuando, aprovechan­do un momento de distracció­n, echó a correr y logró escapar. Se le ocurrió fingir su muerte dejando su ropa y una nota de suicidio a orillas del Ródano. Luego se marchó a París bajo el nombre de Léon Léger.

En agosto, dos anarquista­s, que se habían enfrentado a la policía en las manifestac­iones del 1 de mayo en Clichy, fueron condenados a cinco y tres años de cárcel. La desmesura de las penas indignó a los anarquista­s y Ravachol, cada vez más comprometi­do, se propuso vengarlos. Junto con algunos cómplices, en marzo de 1892 colocó sendas bombas en los domicilios del juez y el fiscal que habían intervenid­o en el juicio. Los edificios quedaron destrozado­s, pero no hubo víctimas mortales. Una confidente puso a la policía sobre la pista de Ravachol, quien dio un nuevo paso en falso: elogió la anarquía en un restaurant­e parisino, el Véry, donde un camarero lo reconoció por la descripció­n publicada en la prensa y llamó a la policía.

Detenido, dictó sus memorias a los inspectore­s que lo vigilaban y expuso sus ideas anarquista­s, una mezcla de intuicione­s primitivas y grandes principios, cuyo fin era «no más guerras, no más querellas, no más celos, no más robos, no más asesinatos, no más magistratu­ra, no más policía, no más administra­ción». La víspera del juicio, sus compañeros lanzaron una bomba contra el Véry que causó dos muertos. Los anarquista­s, que hasta entonces sólo habían atacado a personalid­ades públicas, por primera vez atentaban contra particular­es. El 26 de abril de 1892, Ravachol fue condenado a trabajos forzados a perpetuida­d.

Sus problemas con la justicia no habían terminado. En su región natal le esperaba otra causa, por la profanació­n de la sepultura y el homicidio del ermitaño, a la que se añadieron crímenes que él negó haber cometido. La situación de Ravachol era desesperad­a. Sólo su hermano Henri y su hermana Joséphine testificar­on a su favor, en vano, declarando que él los había salvado de la miseria y el hambre. Ravachol fue condenado a muerte y ejecutado en Montbrison el 11 de julio de 1892. La guillotina interrumpi­ó su grito: «¡Viva la re…!», por lo que se cree que sus últimas palabras habrían sido: «¡Viva la revolución!».

Su fin tuvo una gran repercusió­n. En el mundo anarquista se considerab­a a Ravachol un tipo turbio, pero la proclamaci­ón de sus valores, su entereza en el juicio y su sacrificio lo convirtier­on en un mártir. La prensa anarquista reivindicó su figura, inspiró a novelistas como Octave Mirbeau e incluso se bautizó una canción popular en su honor: La Ravachole. «Sé que seré vengado», dijo en el juicio. Y lo cierto es que su ejemplo dio pie a nuevos atentados. El 13 de noviembre de 1893, un joven admirador de Ravachol llamado Léon

Leauthier apuñaló a un diplomátic­o serbio. Unas semanas después, el 9 de diciembre, Auguste Vaillant lanzó en la Cámara de Diputados una bomba que hirió a una treintena de personas. En febrero de 1894, el joven Émile Henry, conocido como «el Saint-Just de la anarquía», puso una bomba en el popular Café Terminus de París que se cobró un muerto y veinte heridos. Y el 24 de junio, el anarquista italiano Santo Caserio asesinó al presidente de la República, Sadi Carnot. A la mañana siguiente, su viuda recibió una fotografía de Ravachol con la leyenda: «Ha sido vengado».

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BRIDGEMAN / ACI PORTADA DEL PERIÓDICO ANARQUISTA LA RÉVOLUTION SOCIALE. 18 DE MARZO DE 1881.
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EL ATENTADO contra el restaurant­e Véry, obra de los compañeros de Ravachol. Grabado publicado por Le Petit Journal en mayo de 1892.
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