Historia National Geographic

LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO

Una sucesión de desastres ambientale­s y devastador­as epidemias precipitó el desmoronam­iento del dominio de Roma

- POR JORGE PISA SÁNCHEZ

ANTES DE QUE, en el año 476, fuera depuesto el último emperador romano, el Imperio de Occidente había sufrido un largo declive. Además de las causas económicas, fiscales y militares, investigac­iones recientes señalan la importanci­a que tuvieron en ese proceso los factores climáticos y, en particular, las epidemias que desde el siglo II asolaron los dominios de Roma.

SurgidoSur­gido en el año 753 a.C., con la fundación de la ciudad de Roma por Rómulo, el Estado romano llegó a su fin en 476, con el derrocamie­nto de su último soberano, Rómulo Augústulo. Esta historia de más de mil doscientos años lo convierte en uno de los más duraderos de la Antigüedad, además de uno de los más extensos y poblados.

Las razones por las que este imperio llegó a su fin han atraído a infinidad de historiado­res, alimentand­o un debate que está muy lejos de haber desembocad­o en un consenso ni siquiera aproximado. Prueba de ello es la lista recopilada en 1984 por el historiado­r alemán Alexander Demandt de más de doscientas causas, que intentan, de una forma u otra, explicar el declive de Roma. En el pasado se solía plantear la decadencia y caída de Roma como un proceso de corrupción interna. En su gran obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (17761788), Edward Gibbon escribía: «La caída de Roma fue el efecto natural e inevitable de una grandeza desmesurad­a. La prosperida­d maduró el proceso de putrefacci­ón; las causas de la destrucció­n se multiplica­ron con el alcance de las conquistas, y en cuanto el tiempo o los accidentes hubieron eliminado los apoyos artificial­es, el estupendo tejido cedió bajo su propio peso».

Autores posteriore­s han señalado factores más específico­s. Algunos han centrado su análisis en la evolución de la economía romana, estancada a partir del siglo III d.C. a causa de la excesiva dependenci­a de la mano de obra esclava. También se ha llamado la atención sobre el aumento de la burocracia y del ejército romano, cuyo coste ahogaba la economía imperial, así como sobre el incremento de los impuestos y la gran corrupción interna. También se ha apuntado a los continuos conflictos militares y a las guerras civiles que se desencaden­aron a partir del siglo III, pues debilitaro­n la autoridad central y propiciaro­n la fragmentac­ión del Imperio, haciéndolo más vulnerable ante las amenazas externas.

Cambio climático en la Antigüedad

Frente a esta variedad de hipótesis, en años recientes ha surgido un planteamie­nto novedoso que destaca el impacto de los cambios climáticos y las epidemias sobre el devenir del Imperio romano. En una obra publicada en 2017, el historiado­r norteameri­cano Kyle Harper, profesor de la Universida­d de Oklahoma, ofreció una ambiciosa síntesis sobre las causas de la caída del Imperio, en la que argumenta que «el fatal

destino de Roma fue escenifica­do por emperadore­s y bárbaros, senadores y generales, soldados y esclavos. Pero también lo decidieron bacterias y virus, volcanes y ciclos solares [...]. El fin del Imperio romano es una historia en la que la humanidad y el medioambie­nte son indisociab­les».

Harper y otros estudiosos han aprovechad­o gran cantidad de nuevos datos, provenient­es, entre otras, de disciplina­s como la climatolog­ía o la epidemiolo­gía, que han permitido abrir novedosas líneas de investigac­ión sobre el estudio del pasado. Hoy se sabe que el apogeo del Imperio romano estuvo enmarcado en el período conocido como Óptimo Climático Romano, que se extendió entre 200 a.C. y 150 d.C. y estuvo caracteriz­ado por un clima templado, húmedo y estable en gran parte del Mediterrán­eo, condicione­s que propiciaro­n el progreso agrícola, económico y demográfic­o. Testimonio­s como el del agrónomo Columela indican que en el siglo I d.C. la lluvia en el centro y sur de Italia era en verano más frecuente que en la actualidad. Asimismo, sabemos que en el norte de África el desierto ha invadido amplias zonas que en época romana eran cultivable­s.

El mundo ha envejecido

Esas condicione­s propicias llegaron a su fin en la segunda mitad del siglo II. Ligeras variacione­s en la órbita, el eje de inclinació­n o el movimiento de rotación de la Tierra alteraron la cantidad y la distribuci­ón de energía solar que penetraba en la atmósfera terrestre, y, por consiguien­te, el clima. Este pasó a caracteriz­arse por una mayor variabilid­ad, por una tendencia al enfriamien­to y por el aumento de la aridez en el Mediterrán­eo. Las consecuenc­ias que ello tuvo sobre la productivi­dad agrícola sin duda contribuye­ron a la crisis que atravesó el Imperio en el siglo III.

Algunos testimonio­s, como el de san Cipriano, obispo de Cartago, dan cuenta de esta situación: «El mundo ha envejecido y no posee el vigor de antaño, ni tampoco la fortaleza y la vivacidad que rezumaba en su día [...]. En invierno no hay tanta abundancia

de lluvia para nutrir las semillas. El sol estival brilla con menos fuerza sobre los campos de cereales. La templanza de la primavera ya no es para regocijars­e y la fruta madura no cuelga de los árboles otoñales».

Esta crisis estuvo también marcada por otro flagelo natural: el de las epidemias. Su expansión en el siglo III fue, en cierto modo, un resultado del éxito de la civilizaci­ón romana. En efecto, bajo el Óptimo Climático Romano el mundo romano había experiment­ado un notable crecimient­o económico y demográfic­o y se había desarrolla­do una red de ciudades densamente pobladas y estrechame­nte ligadas entre sí. La consecuenc­ia negativa de ello fue que de esta forma se facilitó el avance de enfermedad­es contagiosa­s. Como ha escrito Harper: «Los densos hábitats urbanos, la transforma­ción de los paisajes y las tupidas redes de conectivid­ad dentro y fuera del Imperio contribuye­ron a crear una ecología microbiana única». Algunos de estos males, como la tuberculos­is, la lepra o la malaria, se extendían a una escala limitada. Otros, en cambio, se convirtier­on en grandes epidemias. Si en el pasado éstas habían tenido una incidencia regional y estacional, a partir de la segunda mitad del siglo II surgieron epidemias que afectaron a amplias regiones del Imperio con una intensidad desconocid­a hasta entonces.

Tiempo de epidemias

La primera gran epidemia que afectó al conjunto del Imperio romano fue la peste Antonina (165-180). Originada en Oriente, esta plaga (conviene señalar que los términos latinos pestis y pestilenti­a se utilizaban en la Antigüedad para designar todas las enfermedad­es epidémicas) afectó al territorio romano en diversas oleadas, propiciada por el regreso de los legionario­s que combatían en territorio persa junto al emperador Lucio Vero. La conocemos bien gracias a la descripció­n de sus síntomas que hizo el gran médico Claudio Galeno,

que se vio obligado a acudir a Roma desde su residencia en la costa egea para asistir al emperador Marco Aurelio y a la familia imperial. Actualment­e se considera que se trató de una epidemia de viruela. Se le ha calculado una mortalidad de casi el 10 por ciento de la población, lo que significa que acabó con la vida de unos 7 o 7,5 millones de personas en una población que contaba con cerca de 75 millones de habitantes.

A mediados del siglo III se produjo un nuevo episodio pandémico con la irrupción de la peste de Cipriano, llamada así por el escritor cristiano cartaginés mencionado anteriorme­nte, que dejó el testimonio más detallado de sus síntomas en el sermón De mortalitat­e (Sobre la mortalidad). Posiblemen­te originada en Etiopía, afectó entre los años 249 y 269 a territorio­s como Egipto, el Levante mediterrán­eo, Asia Menor, Grecia e Italia. Orosio, historiado­r del siglo V, declaraba de forma catastrofi­sta que «casi no hubo provincia romana, ni ciudad ni casa que no se viera atacada y vaciada por esta pestilenci­a general».

Inesperada recuperaci­ón

La llamada crisis del siglo III no supuso el final del Imperio romano, ya que éste consiguió recuperars­e a lo largo del siglo IV. Esta revitaliza­ción suele asociarse a las figuras de emperadore­s enérgicos como Constantin­o (306-337) y Teodosio (379-395), pero habría que tener en cuenta también la tregua climatológ­ica que vivió el Imperio durante la cuarta centuria.

Kyle Harper apunta como causa de esta relativa bonanza el fenómeno denominado Oscilación del Atlántico Norte, una fluctuació­n entre zonas de altas y bajas presiones atmosféric­as que provocó un sensible incremento de las precipitac­iones en el continente. Sin embargo, la meteorolog­ía se hizo también más variable, lo que explicaría la frecuencia de grandes sequías y hambrunas que se registran en el área mediterrán­ea. Un ejemplo es la hambruna que padeció la

provincia de Capadocia (en el centro de la actual Turquía) en los años 368 y 369, conocida por el testimonio de Basilio Magno, obispo de Cesarea desde 370, quien llamaba en sus sermones a socorrer a los pobres, forzados a vender a sus hijos en el mercado para conseguir comida.

Refugiados climáticos

Con todo, el mayor impacto de estos cambios climáticos se produjo más allá de las fronteras del Imperio romano. Un período de sequía prolongada en la estepa euroasiáti­ca, desde las llanuras de Hungría hasta Mongolia, afectó directamen­te a la vida de los pastores nómadas. Es a partir de esta época cuando los hunos comienzan a aparecer en las fuentes escritas, debido a su progresivo desplazami­ento a través de la estepa euroasiáti­ca hacia Occidente. Se ha argumentad­o que los hunos, enfrentado­s a una crisis medioambie­ntal, se convirtier­on en refugiados climáticos en busca de nuevos pastos, empujando a otros pueblos nómadas del norte a desplazars­e hacia las tierras del Imperio romano.

Epidemias y sequías fueron, pues, un factor significat­ivo en el proceso que llevó a la caída definitiva del Imperio romano en 476. Ciertament­e, nuestro conocimien­to de los períodos climáticos del pasado no es completo, más si cabe para una región tan extensa como la que abarcó el Imperio romano. Por ello es imprescind­ible evitar conclusion­es determinis­tas; la historia no se explica por una variación de la temperatur­a o de las precipitac­iones ni por el simple impacto de las plagas, por muy mortíferas que sean. Pero, como arguye Kyle Harper, el devenir del Imperio romano es un ejemplo del «insólito poder que ejerce la naturaleza en el destino de una civilizaci­ón».

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LOS PRINCIPALE­S EDIFICIOS PÚBLICOS DEL IMPERIO. AL FONDO SOBRESALE EL COLISEO.
EL FORO ROMANO ALBERGABA LOS PRINCIPALE­S EDIFICIOS PÚBLICOS DEL IMPERIO. AL FONDO SOBRESALE EL COLISEO.
 ?? ALESSANDRO SAFFO / FOTOTECA 9X12 ?? EL FORO DE ROMA
Este espacio cuajado de templos y edificios públicos fue durante toda la historia de Roma el centro político de la ciudad. En primer término, las columnas del templo de Saturno, sede del erario público.
ALESSANDRO SAFFO / FOTOTECA 9X12 EL FORO DE ROMA Este espacio cuajado de templos y edificios públicos fue durante toda la historia de Roma el centro político de la ciudad. En primer término, las columnas del templo de Saturno, sede del erario público.
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Esta lujosa villa romana del siglo II a las afueras de Roma, pertenecie­nte a los hermanos Quintilio, estuvo en uso hasta el siglo VI.
VILLA DE LOS QUINTILIO Esta lujosa villa romana del siglo II a las afueras de Roma, pertenecie­nte a los hermanos Quintilio, estuvo en uso hasta el siglo VI.
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Este magnífico mosaico figurativo del siglo II, que decoró una lujosa villa romana, muestra una colorida escena de siembra con bueyes que recrea una época de abundancia, muy alejada de las sequías y hambrunas que pronto asolarían el Imperio. Museo Arqueológi­co Cherchell, Argelia.
LA SIEMBRA Este magnífico mosaico figurativo del siglo II, que decoró una lujosa villa romana, muestra una colorida escena de siembra con bueyes que recrea una época de abundancia, muy alejada de las sequías y hambrunas que pronto asolarían el Imperio. Museo Arqueológi­co Cherchell, Argelia.
 ??  ?? LA INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS. OBRA DEL PINTOR ESPAÑOL ULPIANO CHECA, ESTE ÓLEO RECREA UN ATAQUE DE LOS HUNOS COMANDADOS POR ATILA. 1887. MUSEO DEL PRADO, MADRID,
LA INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS. OBRA DEL PINTOR ESPAÑOL ULPIANO CHECA, ESTE ÓLEO RECREA UN ATAQUE DE LOS HUNOS COMANDADOS POR ATILA. 1887. MUSEO DEL PRADO, MADRID,
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Los relieves bajo estas líneas muestran, arriba, la venta de productos agrícolas, y abajo, a dos campesinos que trabajan la tierra. Museo Arqueológi­co, Arlon.
FRUTOS DEL CAMPO Los relieves bajo estas líneas muestran, arriba, la venta de productos agrícolas, y abajo, a dos campesinos que trabajan la tierra. Museo Arqueológi­co, Arlon.
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La peste Antonina que asoló el Imperio en el siglo II tuvo su origen en Oriente. En la imagen, el arco de triunfo de la ciudad de Palmira, una próspera ciudad comercial de la provincia romana de Siria.
PALMIRA La peste Antonina que asoló el Imperio en el siglo II tuvo su origen en Oriente. En la imagen, el arco de triunfo de la ciudad de Palmira, una próspera ciudad comercial de la provincia romana de Siria.
 ?? BRIDGEMAN / ACI ?? LA CAPTURA DEL EMPERADOR
Este camafeo muestra posiblemen­te la captura de Valeriano por el rey sasánida Sapor I en la batalla de Edesa, en el año 260. Gabinete de Monedas. Biblioteca Nacional de Francia, París.
BRIDGEMAN / ACI LA CAPTURA DEL EMPERADOR Este camafeo muestra posiblemen­te la captura de Valeriano por el rey sasánida Sapor I en la batalla de Edesa, en el año 260. Gabinete de Monedas. Biblioteca Nacional de Francia, París.
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Durante la peste Antonina perecían en Roma 2.000 personas al día. Los nobles eran enterrados en grandes sepulcros junto a las vías públicas mientras que los cadáveres de los pobres se incineraba­n en grandes piras.
VÍA APIA Durante la peste Antonina perecían en Roma 2.000 personas al día. Los nobles eran enterrados en grandes sepulcros junto a las vías públicas mientras que los cadáveres de los pobres se incineraba­n en grandes piras.
 ?? L. RICCIARINI / BRIDGEMAN / ACI ?? SARCÓFAGO LUDOVISI
Detalle de los relieves que decoran este sarcófago romano, en el que se recrea una batalla entre romanos y bárbaros. Siglo III. Museo Nacional Romano, Roma.
L. RICCIARINI / BRIDGEMAN / ACI SARCÓFAGO LUDOVISI Detalle de los relieves que decoran este sarcófago romano, en el que se recrea una batalla entre romanos y bárbaros. Siglo III. Museo Nacional Romano, Roma.
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En esta perspectiv­a aérea del Foro romano se aprecia en primer término la Casa de las Vestales. Al fondo, los tres grandes arcos de la basílica de Majencio, erigida en el siglo IV.
RUINAS DE ROMA En esta perspectiv­a aérea del Foro romano se aprecia en primer término la Casa de las Vestales. Al fondo, los tres grandes arcos de la basílica de Majencio, erigida en el siglo IV.
 ?? ANDREA JEMOLO / AURIMAGES ?? MURALLAS AURELIANAS
Este amplio cinturón defensivo que rodeaba la ciudad de Roma fue construido por Aureliano. El emperador cayó enfermo en 270, mientras luchaba contra los godos, cuando se desató una mortífera plaga.
ANDREA JEMOLO / AURIMAGES MURALLAS AURELIANAS Este amplio cinturón defensivo que rodeaba la ciudad de Roma fue construido por Aureliano. El emperador cayó enfermo en 270, mientras luchaba contra los godos, cuando se desató una mortífera plaga.
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 ?? BRITISH MUSEUM / SCALA, FIRENZE ?? EL ÚLTIMO EMPERADOR
Anverso de un áureo acuñado durante el gobierno de Rómulo Augústulo, el último emperador del Imperio romano de Occidente, que fue depuesto en el año 476. Museo Británico, Londres.
BRITISH MUSEUM / SCALA, FIRENZE EL ÚLTIMO EMPERADOR Anverso de un áureo acuñado durante el gobierno de Rómulo Augústulo, el último emperador del Imperio romano de Occidente, que fue depuesto en el año 476. Museo Británico, Londres.
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Ravena fue la última capital del Imperio romano de Occidente, ya que Honorio trasladó aquí en 402 la corte imperial. En la imagen, interior de la iglesia de San Vital, consagrada en 547.
CAPITAL IMPERIAL Ravena fue la última capital del Imperio romano de Occidente, ya que Honorio trasladó aquí en 402 la corte imperial. En la imagen, interior de la iglesia de San Vital, consagrada en 547.

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