LA PESTE DE CIPRIANO, UNA EPIDEMIA OLVIDADA
A mediados del siglo III, una epidemia originada en Etiopía se difundió prácticamente por todo el Imperio romano. Los testimonios sugieren que su causa fue un virus de origen animal.
EntreEntre las pestes Antonina (165-180) y de Justiniano (541-549), el mundo occidental sufrió otra plaga de consecuencias igualmente devastadoras: la llamada peste de Cipriano. Los cronistas de la Antigüedad la evocaron como un flagelo terrible. El historiador Jordanes aseguraba que «echó a perder toda la faz de la
Tierra», y Zósimo, otro historiador, describió así sus efectos: «Afligió ciudades y aldeas y destruyó todo cuanto quedaba de la humanidad: ninguna plaga anterior sembró tanta destrucción de la vida humana».
Numerosos testimonios directos permiten reconstruir las rutas que siguió el mal. Se cree que su origen estuvo en Etiopía y avanzó por el Nilo hasta llegar a Alejandría en el año 249. Desde allí, se difundió mediante las calzadas y rutas marítimas hasta llegar a lugares como Cartago, Antioquía y la misma Roma, infectada por la enfermedad en 251. Todo ello indica
Según un testigo, la peste causaba «un fuego que empieza en lo más profundo [...] los ojos se incendian [...] la visión se ciega»
que se trató de una epidemia que abarcó en mayor o menor medida el conjunto de los dominios de Roma, difundiéndose mediante las calzadas y rutas marítimas que unían el Imperio. Los casos documentados sugieren asimismo que la epidemia pudo prolongarse durante más de una década, o bien que conoció oleadas sucesivas.
El gran interrogante en torno a este episodio es la naturaleza misma de la enfermedad. Cipriano, el obispo de Cartago que ha dado nombre a la plaga, ofrece una detallada descripción de los síntomas: «Un fuego que empieza en lo más profundo provoca heridas en la garganta, los intestinos se agitan con vómitos continuos, los ojos se incendian por la fuerza de la sangre, en algunos casos la infección de la putrefacción mortal corta los pies u otras extremidades, y, cuando se impone la debilidad por los fallos y pérdidas del cuerpo, los andares se deterioran, la audición se bloquea o la visión se ciega».
Un filovirus del siglo III
El historiador Kyle Harper ha tratado de asociar estos síntomas con enfermedades contagiosas activas en esa época. Descarta que se tratase de peste bubónica, cólera, tifus, sarampión o viruela. Los síntomas descritos por Cipriano se asemejan más a los de una gripe pandémica, causada por virus transmitidos por animales.
Restringiendo el abanico de posibilidades, Harper ve en la peste de Cipriano una forma de fiebre hemorrágica vírica que tendría tres posibles causantes: un flavivirus, transmitido por mosquitos; un arenavirus, propagado por roedores, o un filovirus, semejante al virus del Ébola, que tiene como reservorio a los murciélagos. El historiador norteamericano cree que esta última causa es la más probable