Historia National Geographic

El arte de perfumarse

En la Edad Moderna, los perfumes se usaban para prevenir contagios y malos olores y realzar el atractivo personal

- BÁRBARA ROSILLO DOCTORA EN HISTORIA DEL ARTE

En la Edad Moderna preferían las fragancias fuertes de origen animal.

EnEn la actualidad entendemos el perfume tal como lo define el diccionari­o de la Real Academia Española: «Sustancia, generalmen­te líquida, que se utiliza para dar buen olor». Pero este significad­o difiere del que tuvo hace siglos tal como lo recogía Sebastián de Covarrubia­s en su Tesoro de la lengua castellana, publicado en 1611: «Pastilla olorosa, o cosa semejante, que puesta de fuego echa de sí un humo odorífero; de donde tomó el nombre: y de allí perfumar y perfumado, y perfumador». En la época moderna la palabra «perfume» aludía a cualquier sustancia que desprendie­ra un olor agradable, y no exclusivam­ente a un líquido.

Los perfumes de origen animal disfrutaro­n de un enorme predicamen­to a lo largo de toda la Edad Moderna. Entre ellos cabe destacar la algalia, una sustancia grasienta de fuerte olor que la civeta tiene depositada depositada en unas bolsas alrededor del ano. También estuvieron muy solicitado­s el ámbar gris –una secreción del estómago del cachalote– y el almizcle, procedente de una glándula del macho de ciervo almizclero. Estas sustancias se usaban sobre el cabello y la ropa, y eran muy apreciadas también para perfumar los guantes y otras prendas fabricadas con piel, como los coletos –una especie de jubón o casaca– y las fajas. También se perfumaban elementos del ajuar doméstico como cajas, bandejas, arquitas o petacas.

Los perfumes de Italia

El ámbar gris era particular­mente apreciado, pues esta sustancia es capaz de fijar el aroma de cualquier perfume aparte de potenciarl­o. En los inventario­s de personas acaudalada­s es frecuente hallar coletos y guantes de ámbar. España fue un importante centro productor de guantes entre los siglos XV y XVIII, y la moda de los guantes perfumados tuvo aquí particular arraigo. Lope de Vega, por ejemplo, los menciona en varias de sus obras afirmando que su olor deja una estela inconfundi­ble: «¿Para qué traes guantes de ámbar, que hacen sospecha cuando pasas?».

Naturalmen­te, existían también numerosos perfumes de origen vegetal. La almáciga, una resina de los lentiscos, se usaba para aromatizar tejidos o el agua para beber.

En Italia, la perfumería alcanzó un notable desarrollo durante el Renacimien­to, y el libro Secretos del maestro

Alexis el piamontés, publicado por el alquimista Girallo Ruscelli en 1555, está considerad­o el primer tratado europeo de perfumería. Por su parte, la florentina Catalina de Médicis, mujer de Enrique II, introdujo en Francia los guantes perfumados y la costumbre de llevar frasquitos de perfume en los bolsillos. Asimismo, la italiana llevó a París el «agua de la reina», un perfume a base de bergamota (árbol con un fruto del mismo nombre), creado expresamen­te para ella por los monjes dominicos de Florencia. También llevó consigo a su propio perfumista y astrólogo,

Renato Bianco, el cual obtuvo un gran éxito comercial en su establecim­iento en el puente de Change de París. La leyenda cuenta que fue el responsabl­e del asesinato, por mandato de su ama, de la reina de Navarra, Juana de Albret, por medio de unos guantes envenenado­s.

A los perfumes también se les atribuían virtudes medicinale­s, en particular frente a las enfermedad­es contagiosa­s, incluida la peste. Desde la época de la peste negra se desarrolló la creencia de que los malos olores transmitía­n por sí mismos la enfermedad, y por este motivo se acostumbra­ban a fumigar los interiores quemando plantas aromáticas.

También se generalizó la costumbre de llevar encima la llamada poma de olor, «una pieza labrada, redonda, de oro o plata, agujereada, dentro de la cual suelen traer olores y cosas contra la peste», según la define el Tesoro de Covarrubia­s. Estas delicadas joyas, representa­tivas de un estatus social elevado, se llevaban colgadas del cuello o de la cintura, y su portador se las acercaba a la nariz en público. Por otra parte, en un momento histórico en que el baño por inmersión no era una práctica común, el perfume se convirtió en un método para protegerse del hedor que debía de invadir todos los ambientes cerrados.

Luis XIV, el rey perfumado

En 1693, Simon Barbe, perfumista de Luis XIV, publicó el tratado El perfumista francés, que enseña todas las formas de extraer el olor de las flores y a hacer todo tipo de composicio­nes de perfume. Barbe apunta que las fragancias más requeridas eran azahar, rosa, nuez moscada, nardo y jazmín. Sus recomendac­iones prácticas comenzaban por el uso del jabón perfumado, un producto tan valorado que Jean-Baptiste Colbert, ministro de Finanzas del Rey Sol, trajo de Venecia a artesanos para que lo fabricaran en Francia. En su tratado, Barbe califica a Luis XIV como «el rey más suavemente perfumado». De hecho,

Luis XIV iba «suavemente perfumado»; su ropa olía a «agua de ángeles»

sabemos que sus ropas olían a «agua de ángeles», fabricada a base de rosas, jazmín, nuez moscada y almizcle, y que los polvos de sus pelucas también se perfumaban. Su favorita, madame de Montespan, era devota de los aromas fuertes, tanto que su real amante acabó manifestan­do aversión por los perfumes, achacándol­es sus migrañas. En su madurez, Luis XIV sólo gustaría del agua de azahar, con la que incluso perfumó las fuentes de Versalles. Esta «agua» se extraía de las naranjas amargas de la Orangerie, el gran invernader­o de Versalles.

Estos ejemplos muestran cómo el fuerte olor animal se iba dejando en favor de los aromas florales. El perfume ya no se usaba para protegerse de los demás o no molestar con olores desagradab­les, sino para seducir.

El italiano Jean-Marie Farina (1685-1766) ocupa un lugar muy destacado en esta historia, ya que fue el creador del agua de Colonia, que alcanzó un éxito fulgurante por sus virtudes tonificant­es y vigorizant­es. Farina bautizó su perfume con el nombre de la ciudad alemana donde trabajó. Según sus propias palabras: «Creé una fragancia que me recuerda a las mañanas de primavera en Italia, los narcisos con flores radiantes y el azahar después de la lluvia. Me refresca a la vez que estimula mis sentidos y mi imaginació­n».

Los olores de Versalles

En el siglo XVIII, los perfumes impregnaro­n las cortes de toda Europa. En Francia, Luis XV y madame de Pompadour mostraron un enorme entusiasmo por los aromas. El propio monarca componía fragancias, mientras que su favorita apoyó a la fábrica de Sèvres para la producción de frascos de perfume. Unos años después, la reina María Antonieta se mostró también muy aficionada a los cosméticos, ungüentos y perfumes. Su perfumista, Jean-Louis Fargeon –que mejoró los procesos de destilació­n y fabricació­n para elaborar las fragancias más adecuadas a cada ocasión–, colaboró con el peluquero personal de la reina, Léonard, para fabricar pomadas con olor a jazmín, así como con su modista, la célebre Rose Bertin, que perfumaba las flores de tela que iban cosidas en sus vestidos. No es de extrañar que entre los cortesanos se dijese que, cuando pasaba, María Antonieta siempre dejaba un dulce aroma a primavera.

 ??  ?? JUANA DE ALBRET compra en la tienda del perfumero René los guantes envenenado­s que según la leyenda causaron su muerte. Óleo por P.-C. Comte. 1858.
JUANA DE ALBRET compra en la tienda del perfumero René los guantes envenenado­s que según la leyenda causaron su muerte. Óleo por P.-C. Comte. 1858.
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 ??  ?? POMA DE OLOR DE ORO CON PIEDRAS PRECIOSAS. HACIA 1600.
POMA DE OLOR DE ORO CON PIEDRAS PRECIOSAS. HACIA 1600.
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UN PERFUMISTA extrae los aromas de distintas plantas en su laboratori­o. Grabado de 1790.
 ??  ?? UNA MUJER perfuma la estancia en Olfato, por Jean Raoux. Hacia 1730. Museo Alexander Pushkin, Moscú.
UNA MUJER perfuma la estancia en Olfato, por Jean Raoux. Hacia 1730. Museo Alexander Pushkin, Moscú.

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