Historia National Geographic

Bécquer, el periodista

El escritor sevillano hizo carrera en la prensa conservado­ra de Madrid mientras escribía casi en secreto las Rimas que lo harían famoso tras su temprana muerte

- ALEJANDRO ALAGÓN HISTORIADO­R

El gran poeta romántico fue también un cronista de su tiempo desde los diarios y revistas en los que trabajó.

NacidoNaci­do en el barrio sevillano de San Lorenzo en 1836, Gustavo Adolfo Bécquer fue el quinto de los ocho hijos del matrimonio formado por el pintor José Domínguez Bécquer y por Joaquina Bastida. El padre se había especializ­ado en la creación de cuadros costumbris­tas, que gozaban de buena aceptación entre los viajeros que acudían a la capital hispalense. Sus orígenes familiares se remontaban al linaje flamenco de los Becker, prósperos comerciant­es establecid­os en Sevilla en el siglo XVI. Aunque Gustavo Adolfo abandonó joven la ciudad, recordaría a menudo «sus calles morunas, tortuosas y estrechas [...], sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculo­s azules».

En 1841 falleció el padre, sumiendo a la familia en la precarieda­d económica. Cuando en 1847 murió la madre, los ocho huérfanos fueron acogidos por varios parientes. Gustavo y su hermano Valeriano quedaron bajo el amparo de su madrina Manuela Monnehay, una mujer muy interesada en el mundo de la cultura, que disponía en su casa de una biblioteca amplia y selecta, donde Gustavo desarrolló su afición a la lectura. Asiduo de los talleres de pintura de Antonio Cabral Bejarano y de su tío Joaquín Domínguez Bécquer, Gustavo creció en un ambiente propicio a la creación artística. Él mismo tenía habilidade­s innatas para el dibujo y sentía interés por la ópera y por la música popular, pero se decantó finalmente por la literatura. Escribió sus primeros poemas en un libro de cuentas que perteneció a su padre.

De Sevilla a Madrid

En el otoño de 1854, Gustavo decidió viajar a Madrid con la idea de triunfar como escritor. Sin embargo, sus inicios fueron difíciles. Alojado en pensiones modestas, buscó una colocación en un periódico, una biblioteca o en cualquier sitio que le permitiera subsistir y progresar. Sobrevivió esos primeros meses con el dinero proporcion­ado por su tío.

La percepción inicial de Madrid fue negativa. En 1861 escribiría: «Madrid, envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las buhardilla­s, los campanario­s

y las desnudas ramas de los árboles. Madrid, sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve». Y en su relato Memorias de un pavo incluye esta reflexión: «Ya estamos en la corte. He necesitado que me lo digan y me lo repitan cien veces para creerlo. ¿Es esto Madrid? ¿Es éste el paraíso que yo soñé en mi aldea? ¡Dios mío! ¡Qué desencanto tan horrible!».

Pese a ello, Bécquer fue integrándo­se en el ambiente madrileño. En 1860 comenzó a frecuentar la tertulia del músico Joaquín Espín, director de los coros del Teatro Real, y conoció a su hija, la soprano Julia Espín, de la que se enamoró y que fue destinatar­ia de algunas de sus Rimas. Un año más tarde contrajo matrimonio con Casta Esteban, hija de un médico que había tratado la enfermedad venérea del poeta, y con la que tendría tres hijos.

Entretanto, Bécquer se abrió camino en la prensa. Después de que unos artículos de crítica literaria en el vespertino La Época llamaran la atención de otros profesiona­les, en 1860, gracias a un amigo, entró en El Contemporá­neo, un periódico político al servicio del Partido Moderado de Ramón María Narváez, que disputaba el poder a la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell. Allí aprendió el oficio de redactor y se familiariz­ó con la actividad frenética de un diario político. Más tarde recordaría «ese abismo de cuartillas que se llama periódico, especie de tonel que, como al de las Danaides, siempre se le está echando original y siempre está vacío». En este medio publicaría textos de auténtico valor literario, como las Cartas desde mi celda, escritas durante una estancia en el

monasterio de Veruela, en Aragón, o sus Leyendas, relatos de tradicione­s y vivencias ancestrale­s y de misterio, de fondo histórico o contemporá­neo, escritos en una personal prosa lírica.

En esos años, Bécquer se situó cada vez más en una línea conservado­ra a favor de la reina Isabel II. Fue incluso amigo personal de Luis González Bravo, ministro de la Gobernació­n desde 1864, odiado por muchos a causa de sus métodos represivos. Tras ejercer durante unos meses como «fiscal de novelas», esto es, censor, fue nombrado director de El Contemporá­neo, puesto del que no tardó en dimitir por diferencia­s de opinión con el equipo de redactores.

En 1865 comenzó a colaborar con El Museo Universal, una importante revista ilustrada orientada a la burguesía acomodada de la que llegaría a ser director. En ella publicó crónicas de los salones aristocrát­icos y biografías de militares y prelados, pero también reportajes sobre los modos de vida de los pueblos de Castilla, Aragón, el País Vasco o Andalucía, que visitó junto a su hermano Valeriano. Reflejó las desigualda­des sociales y el hambre en artículos como Las gallinejas o La sopa de los conventos, en los que describía los restaurant­es ambulantes que vendían desperdici­os de reses a los desfavorec­idos, el reparto de sopa que las entidades religiosas ofrecían a los pobres a la puerta de sus cenobios o las secuelas sociales de la epidemia de cólera de 1865.

También hay escenas más amenas, como una velada flamenca en Sevilla en la que escuchó un cante jondo: «Es un grupo de gente flamenca y de pura raza que, alrededor de una mesa coja y de un jarro vacío, cantan “lo hondo”sin acompañami­ento de guitarra, graves y extasiados como sacerdotes de un culto abolido, que se reúnen en el silencio de la noche a recordar las glorias de otros días».

Revolución y muerte

En 1868, la llamada Revolución Gloriosa provocaría la caída del Gobierno moderado y el exilio a París de la reina Isabel II y del ministro González Bravo. Gustavo Adolfo Bécquer se refugió en Toledo, que considerab­a la ciudad histórica por excelencia y que, según él, era el sitio adorado de su inspiració­n. A comienzos de 1870 volvió a Madrid para asumir la dirección literaria de otra importante revista, La Ilustració­n de Madrid, donde prosiguió la labor divulgador­a de los tipos y costumbres, y escribía críticas de teatro y zarzuelas.

Ese año que había comenzado de un modo positivo y prometedor acabaría trágicamen­te. Valeriano Bécquer murió en septiembre. La revista recordaría al pintor en una emotiva reseña realizada a partir de las notas de su hermano, en la que recordaba su niñez y sus anhelos. Apenas tres meses después, el 22 de diciembre de 1870, fallecía el propio Gustavo, con sólo 34 años. Su salud había empeorado tras un viaje en la parte descubiert­a de un tranvía tirado por caballos, en una jornada muy gélida.

Bécquer no gozaba al morir del reconocimi­ento literario que obtendría después. De carácter introverti­do y reservado, mantuvo casi en secreto su creación literaria más preciada, las Rimas, de las que apenas publicó un puñado en algunos periódicos. En 1868 tenía lista una versión que entregó a su amigo González Bravo para que redactara un prólogo, pero el manuscrito se perdió, quizás extraviado en el traslado de las pertenenci­as del ministro con motivo de su exilio. Durante su última estancia en Toledo, Bécquer había recuperado de memoria todos los poemas en el llamado Libro de los gorriones. Tras su muerte, sus amigos formaron una comisión para publicar sus obras, entre ellas las Rimas, que otorgarían a Bécquer el puesto que hoy ocupa en la historia de la literatura española.

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 ??  ?? EL CLAUSTRO de San Juan de Duero, cerca de Soria, donde se ubica una de las leyendas de Bécquer.
EL CLAUSTRO de San Juan de Duero, cerca de Soria, donde se ubica una de las leyendas de Bécquer.
 ??  ?? DIBUJO DE DAMA A PLUMA REALIZADO POR GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER. MUSEO DEL ROMANTICIS­MO, MADRID.
DIBUJO DE DAMA A PLUMA REALIZADO POR GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER. MUSEO DEL ROMANTICIS­MO, MADRID.

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