Los reyes sanadores
Los enfermos de escrófulas acudían a los reyes de Francia e Inglaterra para que los curaran con un simple toque
Durante la Edad Media, los enfermos de escrófulas acudían a los reyes de Francia e Inglaterra para curarse.
ElEl oficio de curandero es tan antiguo como el mundo; chamanes, santones y a menudo charlatanes eran considerados por la gente corriente como personas dotadas de poderes sobrenaturales. Sin embargo, durante ochocientos años esa función sanadora fue atribuida a los reyes de Francia e Inglaterra, en particular respecto a una enfermedad muy extendida e incapacitante: las escrófulas. No era una superstición de la gente ignorante, sino una creencia generalizada que llevaba regularmente a cientos e incluso miles de personas a agolparse ante el soberano para que los curara mediante un simple «toque» de la escrófula y el signo de la cruz sobre ella.
La creencia en los reyes tauma-turgos tauma-turgos («hacedores de milagros») se remonta al menos al siglo XII. A principios de esa centuria, el abad Guibert Guibert de Nogent atribuyó ese poder al rey de Francia Luis VI (1108-1137). En Inglaterra encontramos el primer testimonio del milagro en un epistolario de finales del siglo XII escrito por Pierre de Blois. En ambos casos, el poder curativo derivaba del carácter sagrado que se atribuía al monarca, tal como se manifestaba en Francia en el rito de la consagración por el que, antes de acceder al trono, se aplicaba al rey el óleo santo. Mientras se mantuvo la monarquía de derecho divino –en Francia, hasta el fin de la dinastía borbónica en 1830–, se consideró que los reyes necesariamente tenían esta facultad.
Colas de enfermos
Al principio, los monarcas ejercían ese poder cada vez que los enfermos se presentaban ante ellos, ya fuera en su palacio, en una iglesia o durante durante un desplazamiento. A medida que las monarquías se hicieron más organizadas, la burocracia estableció reglas para la ceremonia. En el siglo XIII, Luis IX de Francia tocaba a sus enfermos todos los días, pero sólo después de la misa. Dos siglos más tarde llevaban a los enfermos ante Luis XI sólo una vez a la semana. Más adelante, los días en que el rey estaba dispuesto a ejercer su oficio taumatúrgico se hacían coincidir con las principales fechas del calendario religioso, en particular Semana Santa, el Corpus, la Asunción y la Natividad de la Virgen y la Navidad.
Los enfermos se desplazaban expresamente desde lugares a veces muy alejados, a la manera de una peregrinación, para que el rey los tocara. Muchos venían incluso del extranjero: en 1307, por ejemplo, Felipe IV de Francia recibió al menos a dieciséis italianos. De España venían muchos. El historiador André Du Chesne destacaba «el gran número de estos enfermos que siguen viniendo todos los años de España para que los toque nuestro piadoso y religioso Rey; el capitán que los conducía en 1602 trajo un certificado de los prelados de España de un gran número de curados
por el toque de Su Majestad». Tan conocido era este poder de los reyes de Francia que cuando Francisco I llegó a Valencia como prisionero de Carlos V debió atender a un «número tan grande de enfermos de escrófulas que no hubo nunca tal multitud en Francia», según aseguraba un autor. Fueran nacionales o forasteros, el número de personas que acudían a los reyes de Francia o Inglaterra para curarse de las escrófulas fue siempre muy grande. Los registros reales ingleses nos proporcionan cifras anuales que muestran que, en la primera mitad del siglo XIV, los reyes «bendecían» normalmente a más de mil personas a lo largo de un año, con récords que llegaban a las 1.700. En la Francia del siglo XVI, las cifras son muy semejantes. Algunos actos reunían a cientos de personas a la vez: el domingo de Ramos de 1594, Enrique IV tocó a más de 900 enfermos, y a 1.250 el día de Pascua de 1608.
A partir del siglo XV, los enfermos que llegaban a la corte eran conducidos al servicio de limosnas para recibir una ayuda que les permitiera vivir hasta el día del milagro. Los españoles que llegaban a la corte francesa recibían regalos importantes, de 225 a 275 libras, generosidad que probablemente contribuía a reforzar el prestigio taumatúrgico. Como el rey sólo curaba las escrófulas, primero el médico de la corte realizaba una breve visita a los peregrinos y únicamente admitía en el servicio a los que presentaban esa patología.
Que Dios te cure
Antes de realizar el «maravilloso» rito, el rey rezaba y comulgaba. Luego posaba sus manos sobre las partes infectadas de los enfermos, pues el contacto entre los dos cuerpos se consideraba el método más eficaz para transmitir las fuerzas invisibles sanadoras. Después el soberano hacía el signo de la cruz sobre el enfermo; con ese gesto demostraba ante todos que ejercía su poder en nombre
El rey hacía el signo de la cruz sobre los enfermos, mostrando que actuaba en nombre de Dios
de Dios, al igual que sucedía con los santos de antaño que triunfaban sobre las enfermedades.
En Francia, el rey murmuraba unas palabras durante la bendición. Al principio era un simple rezo, que a partir del siglo XVI se convirtió en la fórmula «El rey te toca, Dios te cura», o bien «El rey te toca, que Dios te cure». El agua con la que el monarca se lavaba las manos tras la ceremonia se consideraba milagrosa: beberla durante nueve días curaba la escrófula sin necesidad de otras medicinas.
La ceremonia concluía con la entrega de limosnas. Durante el reinado de Felipe el Hermoso, en Francia sólo se daban a los que venían de lejos, de veinte sueldos a seis y doce libras, mientras que en Inglaterra, durante los reinados de Eduardo I, Eduardo II y Eduardo III, se ofrecía siempre un denario. La donación tenía un significado simbólico preciso: el rito del «toque» y de la bendición únicamente se consideraba completo cuando la moneda procedía de manos del rey; de lo contrario, sólo se había producido medio milagro. En Inglaterra, la moneda se colgaba al cuello y se creía que actuaba como talismán frente a futuros ataques de la enfermedad.
La era de la razón
Nadie esperaba que con el «toque» real las escrófulas desaparecieran al instante. Se trataba de una enfermedad que tardaba meses en curarse y a menudo no lo hacía, pero raramente era mortal. En cualquier caso, la convicción de que el soberano podía realizar la curación milagrosa estaba profundamente arraigada en la conciencia colectiva. Los reyes se aprovechaban de esa creencia para demostrar que su poder tenía orígenes divinos, legitimando así su condición de soberanos.
La fe en el «toque» disminuyó gradualmente a partir del Renacimiento y se debilitó sobre todo en el siglo XVIII con la difusión de la Ilustración que, mediante la racionalidad, trataba de despojar a la institución monárquica de su carácter sobrenatural y consideraba que los reyes eran simples representantes hereditarios del Estado. Primero en Inglaterra y después en Francia, la desaparición definitiva del «toque» coincidió con el estallido inmediato de revoluciones políticas. Ello no es de extrañar, porque la fe en el carácter sobrenatural de la realeza ya estaba profundamente debilitada por aquel entonces.